jueves, 27 de agosto de 2020

NIETZSCHE, ARTE en El Nacimiento de la Tragedia

“El canto es de los andamios
para alcanzar las estrellas,
que el canto tiene sentido
cuando palpita en las venas
del que morirá cantando
las verdades verdaderas.”

Manifiesto 
Víctor Jara

¿El arte debe ser comprometido? Pregunta corta pero de muy largas respuestas. Lo concreto es que los que dicen que si y no, se reparten en dos mitades la torta de la opinión. Personalmente tengo mi opción, influenciada tal vez. Creo que la imparcialidad es muy necesaria a la hora de analizar. Hay muchos y bastante serios intelectuales que han dado sus opiniones. En este sentido respondo esa pregunta a través de la propuesta que hace el filósofo en el libro El Nacimiento de la Tragedia.


Desde el principio hasta el final, el escrito mantiene la firme convicción de que el arte hay que comprenderlo no como un ámbito cerrado en sí mismo o como una actividad o como una experiencia separada del resto de la vida, sino más bien como algo que está íntimamente vinculado a la propia vida. Sería un error pensar que el arte tiene una relación meramente complementaria con la realidad, o que se experimenta la vida y el arte como cosas separadas. La propia esencia del arte es ser “función de la vida” y su máxima expresividad la alcanza en y a través de la vida. Este es uno de los mayores aportes dice Nietzsche: ver el arte desde la perspectiva de la vida.
Todo el pensamiento de Nietzsche gira en torno a una idea central, que con más o menos variantes articula las distintas perspectivas de la filosofía. Se trata de la idea de vida. Pero la vida no se entiende ni como una categoría trascendental, ni como un concepto fijo y abstracto, no como una instancia supraindividual, sino que se contempla casi siempre bajo la óptica del arte.
Esto no quiere decir que el concepto del arte tenga en Nietzsche un sentido único, sino más bien todo lo contrario. Unas veces se entiende como “el querer universal primordial”, otras como voluntad individual, como sustrato metafísico o como una mera categoría biológica. Se trata, como la mayoría de las ideas de Nietzsche, de “juegos de mascaras” que ocultan el sentido pleno y profundo de algo que no se puede definir y que por esa razón queda sumido en lo misterioso e insondable. Zaratustra la definía como “la profunda”, “la fiel”, “la eterna”, “la llena de misterio”.

Por lo tanto no hay que buscar en Nietzsche un concepto de vida, porque los conceptos son algo fijo, muerto. No hay vida en sí, aunque interprete el “en si” como la vida, como tampoco hay mundo “en sí”. Nietzsche no se pregunta, como fue la tendencia generalizada, por la “vida en sí”. Sino por la “razón de la vida”; no pone en la razón el sentido que llene la vida, sino en el arte, de tal manera que da al arte una posición que la hace difícilmente distinguible de la función tradicional de la razón: “la razón suprema, decía, la veo en la obra del artista, y él la puede sentir como tal”. Por eso la vida se entiende siempre como proceso, como un devenir sin meta ni fin más allá de la verdad y de la no verdad, creatividad, construcción y destrucción, en última instancia lo “dionisiaco”.
Tal vez sea ese sesgo de impulso creador y efectivo inherente a la vida lo que se perfila de un modo sugestivo en lo que Nietzsche llamó “voluntad de poder”: la vida, dice, es esencialmente voluntad de poder, y nada más, porque algo vivo quiere, antes que nada dar libre curso a su fuerza. Esa idea dinámica de la vida, que a veces se compara con el “juego” universal del mundo, es la Inocencia del devenir, el superhombre, en cuanto meta suprema de la creatividad, el Eterno retorno como la forma más alta de afirmación de la vida. Y es precisamente en ese dinamismo de la vida donde pone Nietzsche la esencia de los “estético”, pues el arte es, en realidad un acontecimiento que se consuma en la vida.