martes, 28 de mayo de 2019

POPULISMO Y LATINOAMÉRICA

“Yo solo me siento en la mesa de un político si paga él”
Groucho Marx


“Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia; 
pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; 
procúrate el inocente aspecto de una flor 
pero sé tú la víbora que oculta”
Macbeth
William Shakespeare


“Un fin que necesita de medios injustos no es un fin justo”
Albert Camus


“El populismo es la manipulación a las personas 
que no tienen grandes conocimientos políticos
 y que buscan la salvación en un caudillo”
Gloria Álvarez



Para Gino Germani (Roma, 4 de febrero de 1911-2 de octubre de 1979), el populismo era una forma de dominación autoritaria que incorporaba a los excluidos de la política. Un fenómeno vinculado a la transición de sociedades tradicionales a la modernidad. Visitas a plantas de producción y sindicatos, actos masivos, una amplia utilización de los medios masivos, especialmente la radio, son unos de los factores centrales para erigir la figura populista, de tal forma de posicionarla en la conciencia colectiva como el único que puede solucionar los problemas.

En esta visión, el liderazgo se asienta en una cultura política criolla basada no solamente en la aceptación pasiva de un gobernante autoritario, legitimado por la tradición o aceptado por su carisma, sino también enraizada en el sentimiento del derecho a participar. La “democracia inorgánica”, según Germani, es una forma de entender la democracia como participación política no mediada por instituciones y que puede subordinar la adhesión a liderazgos autoritarios.

Los populismos irrumpen en contextos de crisis de los regímenes oligárquicos. Son movimientos multiclasistas de la burguesía industrial, la clase media y el proletariado. Los regímenes nacional-populares son vistos como democratizadores, pues expanden el electorado y basan su legitimidad en ganar elecciones limpias. La política económica de los populistas redistribuye el ingreso, sube los salarios mínimos y promociona la organización sindical. En muchos casos se logran transformaciones estructurales como la reforma agraria. Además, en sociedades racistas, estos gobiernos incluyen a los más pobres y a los no blancos, representándolos como los baluartes de la verdadera nacionalidad.
Pese a los rasgos autoritarios de los liderazgos populistas que manipulan a la clase obrera a través de la demagogia, que atacan a la izquierda organizada y que cooptan a los trabajadores a través de prebendas, la bibliografía dependentista reconoce sobre todos sus efectos en promocionar la democratización fundamental. Esto se basa en políticas económicas redistributivas, en el nacionalismo, en la intervención estatal y en la promoción de la organización y la participación popular.

La incorporación populista dejó su legado en la manera en que se entiende la democracia en América Latina. Enrique Peruzzotti señala que, si bien las elecciones limpias son la base de las credenciales democráticas del populismo, una vez que el pueblo ha votado, los populistas consideran que el electorado debe someterse políticamente al líder. Esta visión de la democracia no toma en consideración los mecanismos de rendición de cuentas más allá de las elecciones y tampoco presta atención a las formalidades de la democracia liberal, pues el líder encarna los deseos populares de cambio, y los mecanismos que protegen a las minorías, así como las formas de representación liberales y los mecanismos institucionales de la democracia representativa, son considerados como impedimentos para que se exprese la voluntad popular encarnada en el líder.

La representación populista asume una identidad de intereses entre el pueblo y su líder, autoerigido como el símbolo y la encarnación de la Nación. El populismo entendió la democracia como la ocupación de espacios públicos de los cuales los pobres y los no blancos estaban excluidos, más que como el respeto a las normas e instituciones de la democracia liberal. A diferencia de las formas de participación liberal que buscan implementar un sistema basado en la institucionalización de la participación popular y el imperio de la ley, las formas populistas se basan en una incorporación estética o litúrgica, más que institucional.

domingo, 12 de mayo de 2019

ALGO DE IRONÍA

"Y cuando se hallaron hartos de todo esto, o decepcionados, 
o la náusea les hizo reaccionar, entonces se entregaron a la ironía
 y a la mordacidad, y echaron la culpa de todo al orden social."

La llave de plata
Howard Phillips Lovecraft


"Escribir es para mí divertir a los demás con mis secretos 
más dolorosos enmascarados detrás de 
una mueca burlona."

Frases de Jorge Díaz


En toda sátira hay una intención contra un “objeto”, se da un arte persuasivo en deuda con la retórica y que pretende transmitir las fuertes convicciones del sujeto literario a su lector para implicar un eje particular de emociones contra ese “objeto”. Por otra parte, esa intención, más que una expresión directa de mera maledicencia, es el ingenio. Se convierte en un pretexto para un ejercicio literario ingenioso.

Y he aquí, el principio de la sátira literaria como tal. Su ejecución, si bien se debe a un ataque contra un objeto, se constituye en vía para esa forma, en su desarrollo combinatorio de referencia y autorreferencia.
En última instancia, se reflexiona sobre la creación de todo arte: la diferencia entre su punto de partida y de llegada, entre una idea primordial y su contraparte final.

Dos cosas son esenciales en toda sátira, el ingenio y el humor de ese sujeto frente a su “objeto” de ataque. Se repudia a un objeto estableciendo un contrato entre autor y lector acerca del objeto de ese ataque. Este contrato no es el de la parodia (donde el objeto es un texto en un ejercicio de reescritura que ridiculiza un estilo). Se trata, más bien, del acuerdo entre el que satiriza y su público sobre el elemento considerado negativo y reprochable que se aspira a destacar.

viernes, 10 de mayo de 2019

INTUICIÓN

"Las ideas se encienden unas con otras como las chispas eléctricas"

Johann J. Engel

"Hay un chispazo en la conciencia, llámese intuición o como se quiera, 
que trae la solución sin que uno sepa cómo o por qué"
Albert Einstein


Nuestra conciencia es como una enorme pantalla blanca. Nuestro inconsciente después de un duro trabajo proyecta sus conclusiones en esa macropantalla. Y es entonces cuando vemos la deducción de sus cábalas. Pero si tenemos la pantalla ocupada no podemos ver nada. Una forma de poder despejarla consiste en meditar. De hecho, muchas personas que meditan habitualmente explican que muchas ideas originales les han venido mientras lo practicaban. Es también habitual que pensamientos brillantes surjan justo cuando estamos relajados en la cama, antes de dormirnos. En ese momento nuestra pantalla se encuentra más limpia.

Es posible que cuando el inconsciente llegue a su deducción nos encuentre durmiendo. No espera a que nos despertemos, deja su mensaje dentro del sueño de manera más o menos simbólica. Son muchos los científicos o los literatos que han desenterrado sus descubrimientos de los sueños o los literatos que han construido el argumento de sus novelas en los brazos de Morfeo.

No olvidemos que las intuiciones se sienten más que se piensan. Debemos escuchar nuestro cuerpo, parar y notar cómo nos sentimos. Las bonitas palabras de Jean Shinoda envuelven esta idea: "Saber cómo elegir el camino del corazón es aprender a seguir la intuición. La lógica puede decirte adónde podría conducirte un camino, pero no puede juzgar si tu corazón estará en él".

domingo, 5 de mayo de 2019

FILOSOFÍA, SENTIDO COMÚN

“Porque Zeus puso a los mortales en el camino del saber, cuando
estableció con fuerza de ley que se adquiera la sabiduría con el
sufrimiento.”

Esquilo


Habitualmente, la filosofía aparece ante el sentido común como un saber extraño e, incluso, opuesto. Esta percepción hace que uno y otra reaccionen dogmáticamente para proclamar o para
conciliar diferencias, de tal modo que la filosofía siempre resulta perdedora ante el sentido común, ya sea porque éste puede existir sin ella, o porque declina su saber ante el sentido común. Ciertamente la filosofía no puede ni evitar ni disminuir el conflicto… debe realizarlo. Para ello debe poner en juego su impulso originario: el saber que es para ella, ante todo, tarea. Es en la tarea de saber y no en un saber donde se enfrenta a otro, donde se experimenta y resuelve el conflicto. Más que un sabio, el filósofo es ante el sentido común un hábil experimentador del saber capaz de soportar el dolor y la desesperación que la tarea de saber implica.

Desde los orígenes mismos de aquella ocupación que conocemos con el nombre de filosofía, ésta ha tenido que diferenciarse de otras ocupaciones y al mismo tiempo justificar su peculiaridad. Ya ante sus contemporáneos, los denominados primeros filósofos aparecieron como portadores de un tipo especial de sabiduría que no sólo les resultaba extraña sino hostil.
Si el origen nos revelara la naturaleza de las cosas tendríamos que admitir que la filosofía es esencialmente polémica. Y, contrariamente a lo que podría esperarse de aquel intento de instalar la filosofía en las ciudades que la tradición atribuye a Sócrates, en muy poco contribuyó al alivio del conflicto o tan siquiera a cambiar la imagen de ocupación esotérica que ya poseía la filosofía. De nada sirvió la defensa del carácter público y cotidiano de su ocupación. Por el contrario, chocó, al parecer, con las costumbres de sus conciudadanos. El desenlace es conocido. Se le reprochó su
ocupación, la cual no dudó en defender, y su saber, que en cambio negaba.

En toda época y lugar éste ha sido el sino que ha perseguido a la filosofía, al punto que la determinación de su naturaleza, su carácter y sus límites se establecen, frecuentemente por sus relaciones con el cúmulo de creencias, prejuicios o costumbres que circulan en las diversas épocas históricas, en suma por sus relaciones con el denominado, de un modo general, sentido común. Y esta relación, en la mayoría de los casos no sólo se muestra como de diferencia sino de oposición, si bien la oposición no es la misma en todos los casos. Por lo anterior no sólo resulta interesante sino necesario analizar cómo se vive el conflicto.
Estamos lejos de considerar que el sentido común sea el mismo en todas las épocas históricas y por tanto de imaginar un único modo de tematización. Sentido común para los filósofos no siempre significa lo mismo, depende en gran parte de su opción filosófica. Como por ejemplo el sentido común y la filosofía experimentan su oposición y a las reacciones que asumen de un modo
inmediato.

MIGUEL HERNÁNDEZ


“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad
y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor.
Pocos poetas tan generosos y luminosos
 como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará
algún día entre los azahares de su dormida tierra.
No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los
 poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra,
de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando.
Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre,
trazó su poesía duradera.
 ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra!
 ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal,
 iluminarlo con su valentía y su martirio,
enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo,
a paletadas de claridad que lo revelen,
arcángel de una gloria terrestre que cayó en la
 noche armado con la espada de la luz!”

Pablo Neruda


“La historia de este poeta se confunde a veces [...] con una parte esencial de la historia de nosotros mismos.”

José Carlos Rovira.


 “Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.”

Aceituneros

Miguel Hernández junto a su hermana Elvira y la hija de esta.

"Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias"

Miguel Hernández


"Tristes guerras si no es amor la empresa. 
Tristes. Tristes.
 Tristes armas si no son las palabras. 
Tristes. Tristes. 
Tristes hombres si no mueren de amores. 
Tristes. Tristes"

Miguel Hernández




Y...

Para mí es un verdadero gusto escribir algo para referirme a este gran hombre.  Desde hace años he dedicado muchas horas, atención y simpatía a esta figura singular de las letras españolas, y el presente gesto de autoconfianza no es sino una oportunidad más para contribuir al conocimiento y aprecio de la extraordinaria personalidad de Miguel Hernández. Entre los muchos elementos que entran en juego en una biografía está el contexto histórico, las circunstancias externas, el entorno social, las simpatías políticas y el ambiente familiar e íntimo. Y es que para lograr iluminar de manera eficaz el escenario y el campo de actuación en que se desenvuelve el acontecer y la vida de Miguel Hernández se hace imprescindible, hay, sin embrago, una serie de aspectos más personales e íntimos, relacionados con la interioridad del poeta: sus sentimientos, emociones, reacciones ante los acontecimientos, los proyectos e ilusiones que dan sentido a su vida, los objetivos de su acción y la intensidad con que se lanza a la conquista de sus ideales y sus planes.

Carta de M. Hernández a G. Vergara. Ocaña (Toledo), 25 diciembre 1940.

Para todo esto existe una fuente insustituible que no se puede eludir: Es su obra escrita, todo lo que a lo largo de los años ha ido brotando de su pluma como proyección profunda de su personalidad: todos sus escritos y muy particularmente su epistolario. El ilustre maestro de las letras españolas José Moreno Villa, pintor y poeta que murió exiliado en México y que escribió una autobiografía modélica, lo formulaba con estas palabras: “Las mejores biografías de los artistas son sus obras. En ellas están fijadas sus vidas, sin comentarios ni errores”. En el caso de Miguel Hernández es indudable que su trayectoria personal, sentimental e intelectual, hay que buscarla, más que nada, en su obra poética, en su teatro, en su abundante prosa escrita en circunstancias las más variadas y opuestas. 

La figura de Miguel Hernández es múltiple y facetada, y cada lector la hace suya según sus inclinaciones personales. Porque en él confluyen varios poetas: el poeta pastor, el poeta incipiente, el poeta barroco, el poeta amoroso, el poeta social, el poeta antibélico, el hombre, el poeta prisionero, el poeta libertario, el poeta del dolor y de la muerte, el poeta cantado. Pero es importante advertir que las diversas etapas de su obra lírica funcionan como vasos comunicantes; no hay verdaderas rupturas, sino un permanente diálogo intertextual. La feliz coexistencia de diversos estilos líricos debidos a múltiples filiaciones produce lo que se ha llamado un mestizaje retórico, donde el desencaje entre retóricas diversas, que tantas veces se da en un mismo poema de Miguel, resulta en una tensión fecunda para la sorpresa, elemento indispensable de la poesía, y es precisamente esta dimensión de la obra “hernandiana”, tan oscilante dentro de su coherencia, como irreductible al tópico, lo que la engrandece.

Con la guerra civil, que estalla en 1936, Miguel Hernández, como poeta miliciano del Quinto Regimiento de la República, ya asume un compromiso social explícito. Dedicado a Aleixandre, Viento del pueblo, de 1937, propone una poesía de aliento épico, con acentos de apasionada propaganda. Aporta la noción de poesía comprometida. De todas formas, la fuente última del compromiso de Miguel es biográfica, y la ha dejado explícita para la posteridad en dos conmovedores poemas de 1935; “Sonreídme” y “Alba de hachas. Qué pese a su escasa difusión durante el franquismo, el nuevo libro resultó el mejor antecedente de la poesía social de posguerra que culmina con el famoso manifiesto de Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. La sencillez de Viento del pueblo, consecuencia de su voluntad de difusión masiva, resulta muchas veces estremecedora. En “El niño yuntero”, los versos, de tan escuetos, duelen. Y la belleza de “Aceituneros” reside precisamente en su desnudez retórica. Pero las imágenes insólitas lo recorren de punta a punta. Y es que Miguel aún sigue muy cerca de las vanguardias; basta citar un fragmento de su “Juramento de la alegría”, en el que ésta se convierte en gigante que todo lo arrasa, desvencijando la muerte como mueble viejo: 

“Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.”

El poeta se esencializa, la vida le ha concedido sólo once años para lograr una obra plena, de madurez rotunda, y llega el momento de despojarse de retóricas. La falta de títulos y la eliminación de marcas sintácticas logran la sensación de un emocionado fluir de la conciencia. Se trata de un diario íntimo, motivado por la muerte del primer hijo, en 1938, año que fecha el comienzo del poemario, que terminará en 1941. A esta ausencia sobrevendrán otras, las de su mujer y su segundo hijo, Manuel Miguel, motivadas por su encarcelamiento. Así es como con singular tino, al buscarse a sí mismo en lo más hondo, el poeta, de auténtico origen popular, vuelve a las formas tradicionales de su niñez, la canción y el romance.
Al consignar la portentosa formación literaria de Miguel Hernández, no es otra cosa que explicar, una de las razones de su acceso al canon literario de lo que Mainer llamara la Edad de Plata. Elocuente epíteto para la poesía española de la primera mitad del siglo veinte, en tanto señala su diálogo de tú a tú con el laureado Siglo de Oro.

Más allá del misterio de la belleza, hay otra razón más íntima y es en ésta donde Miguel Hernández destaca, sin duda; entre los mejores.