domingo, 5 de mayo de 2019

MIGUEL HERNÁNDEZ


“Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad
y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor.
Pocos poetas tan generosos y luminosos
 como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará
algún día entre los azahares de su dormida tierra.
No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los
 poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra,
de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando.
Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre,
trazó su poesía duradera.
 ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra!
 ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal,
 iluminarlo con su valentía y su martirio,
enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo,
a paletadas de claridad que lo revelen,
arcángel de una gloria terrestre que cayó en la
 noche armado con la espada de la luz!”

Pablo Neruda


“La historia de este poeta se confunde a veces [...] con una parte esencial de la historia de nosotros mismos.”

José Carlos Rovira.


 “Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.
Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?
Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.
No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.”

Aceituneros

Miguel Hernández junto a su hermana Elvira y la hija de esta.

"Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de las grandes pasiones y desgracias"

Miguel Hernández


"Tristes guerras si no es amor la empresa. 
Tristes. Tristes.
 Tristes armas si no son las palabras. 
Tristes. Tristes. 
Tristes hombres si no mueren de amores. 
Tristes. Tristes"

Miguel Hernández




Y...

Para mí es un verdadero gusto escribir algo para referirme a este gran hombre.  Desde hace años he dedicado muchas horas, atención y simpatía a esta figura singular de las letras españolas, y el presente gesto de autoconfianza no es sino una oportunidad más para contribuir al conocimiento y aprecio de la extraordinaria personalidad de Miguel Hernández. Entre los muchos elementos que entran en juego en una biografía está el contexto histórico, las circunstancias externas, el entorno social, las simpatías políticas y el ambiente familiar e íntimo. Y es que para lograr iluminar de manera eficaz el escenario y el campo de actuación en que se desenvuelve el acontecer y la vida de Miguel Hernández se hace imprescindible, hay, sin embrago, una serie de aspectos más personales e íntimos, relacionados con la interioridad del poeta: sus sentimientos, emociones, reacciones ante los acontecimientos, los proyectos e ilusiones que dan sentido a su vida, los objetivos de su acción y la intensidad con que se lanza a la conquista de sus ideales y sus planes.

Carta de M. Hernández a G. Vergara. Ocaña (Toledo), 25 diciembre 1940.

Para todo esto existe una fuente insustituible que no se puede eludir: Es su obra escrita, todo lo que a lo largo de los años ha ido brotando de su pluma como proyección profunda de su personalidad: todos sus escritos y muy particularmente su epistolario. El ilustre maestro de las letras españolas José Moreno Villa, pintor y poeta que murió exiliado en México y que escribió una autobiografía modélica, lo formulaba con estas palabras: “Las mejores biografías de los artistas son sus obras. En ellas están fijadas sus vidas, sin comentarios ni errores”. En el caso de Miguel Hernández es indudable que su trayectoria personal, sentimental e intelectual, hay que buscarla, más que nada, en su obra poética, en su teatro, en su abundante prosa escrita en circunstancias las más variadas y opuestas. 

La figura de Miguel Hernández es múltiple y facetada, y cada lector la hace suya según sus inclinaciones personales. Porque en él confluyen varios poetas: el poeta pastor, el poeta incipiente, el poeta barroco, el poeta amoroso, el poeta social, el poeta antibélico, el hombre, el poeta prisionero, el poeta libertario, el poeta del dolor y de la muerte, el poeta cantado. Pero es importante advertir que las diversas etapas de su obra lírica funcionan como vasos comunicantes; no hay verdaderas rupturas, sino un permanente diálogo intertextual. La feliz coexistencia de diversos estilos líricos debidos a múltiples filiaciones produce lo que se ha llamado un mestizaje retórico, donde el desencaje entre retóricas diversas, que tantas veces se da en un mismo poema de Miguel, resulta en una tensión fecunda para la sorpresa, elemento indispensable de la poesía, y es precisamente esta dimensión de la obra “hernandiana”, tan oscilante dentro de su coherencia, como irreductible al tópico, lo que la engrandece.

Con la guerra civil, que estalla en 1936, Miguel Hernández, como poeta miliciano del Quinto Regimiento de la República, ya asume un compromiso social explícito. Dedicado a Aleixandre, Viento del pueblo, de 1937, propone una poesía de aliento épico, con acentos de apasionada propaganda. Aporta la noción de poesía comprometida. De todas formas, la fuente última del compromiso de Miguel es biográfica, y la ha dejado explícita para la posteridad en dos conmovedores poemas de 1935; “Sonreídme” y “Alba de hachas. Qué pese a su escasa difusión durante el franquismo, el nuevo libro resultó el mejor antecedente de la poesía social de posguerra que culmina con el famoso manifiesto de Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. La sencillez de Viento del pueblo, consecuencia de su voluntad de difusión masiva, resulta muchas veces estremecedora. En “El niño yuntero”, los versos, de tan escuetos, duelen. Y la belleza de “Aceituneros” reside precisamente en su desnudez retórica. Pero las imágenes insólitas lo recorren de punta a punta. Y es que Miguel aún sigue muy cerca de las vanguardias; basta citar un fragmento de su “Juramento de la alegría”, en el que ésta se convierte en gigante que todo lo arrasa, desvencijando la muerte como mueble viejo: 

“Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.”

El poeta se esencializa, la vida le ha concedido sólo once años para lograr una obra plena, de madurez rotunda, y llega el momento de despojarse de retóricas. La falta de títulos y la eliminación de marcas sintácticas logran la sensación de un emocionado fluir de la conciencia. Se trata de un diario íntimo, motivado por la muerte del primer hijo, en 1938, año que fecha el comienzo del poemario, que terminará en 1941. A esta ausencia sobrevendrán otras, las de su mujer y su segundo hijo, Manuel Miguel, motivadas por su encarcelamiento. Así es como con singular tino, al buscarse a sí mismo en lo más hondo, el poeta, de auténtico origen popular, vuelve a las formas tradicionales de su niñez, la canción y el romance.
Al consignar la portentosa formación literaria de Miguel Hernández, no es otra cosa que explicar, una de las razones de su acceso al canon literario de lo que Mainer llamara la Edad de Plata. Elocuente epíteto para la poesía española de la primera mitad del siglo veinte, en tanto señala su diálogo de tú a tú con el laureado Siglo de Oro.

Más allá del misterio de la belleza, hay otra razón más íntima y es en ésta donde Miguel Hernández destaca, sin duda; entre los mejores.



No hay comentarios:

Publicar un comentario