“Recordar a Miguel
Hernández que desapareció en la oscuridad
y recordarlo a
plena luz, es un deber de España, un deber de amor.
Pocos poetas tan
generosos y luminosos
como el muchachón de Orihuela cuya estatua se
levantará
algún día entre
los azahares de su dormida tierra.
No tenía Miguel la
luz cenital del Sur como los
poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz
de tierra,
de mañana
pedregosa, luz espesa de panal despertando.
Con esta materia
dura como el oro, viva como la sangre,
trazó su poesía
duradera.
¡Y éste fue el hombre que aquel momento de
España desterró a la sombra!
¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel
mortal,
iluminarlo con su valentía y su martirio,
enseñarlo como
ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo,
a paletadas de
claridad que lo revelen,
arcángel de una
gloria terrestre que cayó en la
noche armado con la espada de la luz!”
Pablo Neruda
“La historia
de este poeta se confunde a veces [...] con una parte esencial de la historia
de nosotros mismos.”
José Carlos Rovira.
“Levántate,
olivo cano,
dijeron al
pie del viento.
Y el olivo
alzó una mano
poderosa de
cimiento.
Andaluces de
Jaén,
aceituneros
altivos,
decidme en
el alma: ¿quién
amamantó los
olivos?
Vuestra
sangre, vuestra vida,
no la del
explotador
que se
enriqueció en la herida
generosa del
sudor.
No la del
terrateniente
que os
sepultó en la pobreza,
que os
pisoteó la frente,
que os
redujo la cabeza.”
Miguel Hernández junto a su hermana Elvira y la hija de esta.
"Pintada, no vacía: pintada está mi casa del color de
las grandes pasiones y desgracias"
"Tristes
guerras si no es amor la empresa.
Tristes.
Tristes.
Tristes
armas si no son las palabras.
Tristes.
Tristes.
Tristes
hombres si no mueren de amores.
Tristes.
Tristes"
Miguel
Hernández
Y...
Para mí es un verdadero gusto escribir algo para referirme a este gran
hombre. Desde hace años he dedicado
muchas horas, atención y simpatía a esta figura singular de las letras
españolas, y el presente gesto de autoconfianza no es sino una oportunidad más para
contribuir al conocimiento y aprecio de la extraordinaria personalidad de
Miguel Hernández. Entre los muchos elementos que entran en juego en una
biografía está el contexto histórico, las circunstancias externas, el entorno
social, las simpatías políticas y el ambiente familiar e íntimo. Y es que para
lograr iluminar de manera eficaz el escenario y el campo de actuación en que se
desenvuelve el acontecer y la vida de Miguel Hernández se hace imprescindible, hay,
sin embrago, una serie de aspectos más personales e íntimos, relacionados con
la interioridad del poeta: sus sentimientos, emociones, reacciones ante los
acontecimientos, los proyectos e ilusiones que dan sentido a su vida, los
objetivos de su acción y la intensidad con que se lanza a la conquista de sus
ideales y sus planes.
Carta de M. Hernández a G. Vergara. Ocaña (Toledo), 25 diciembre 1940.
Para todo esto existe una fuente insustituible que no se
puede eludir: Es su obra escrita, todo lo que a lo largo de los años ha ido
brotando de su pluma como proyección profunda de su personalidad: todos sus
escritos y muy particularmente su epistolario. El ilustre maestro de las letras
españolas José Moreno Villa, pintor y poeta que murió exiliado en México y que
escribió una autobiografía modélica, lo formulaba con estas palabras: “Las
mejores biografías de los artistas son sus obras. En ellas están fijadas sus vidas,
sin comentarios ni errores”. En el caso de Miguel Hernández es indudable que su
trayectoria personal, sentimental e intelectual, hay que buscarla, más que
nada, en su obra poética, en su teatro, en su abundante prosa escrita en
circunstancias las más variadas y opuestas.
La figura de Miguel Hernández es múltiple y facetada, y cada lector la
hace suya según sus inclinaciones personales. Porque en él confluyen varios
poetas: el poeta pastor, el poeta incipiente, el poeta barroco, el poeta
amoroso, el poeta social, el poeta antibélico, el hombre, el poeta prisionero,
el poeta libertario, el poeta del dolor y de la muerte, el poeta cantado. Pero es
importante advertir que las diversas etapas de su obra lírica funcionan como
vasos comunicantes; no hay verdaderas rupturas, sino un permanente diálogo
intertextual. La feliz coexistencia de diversos estilos líricos debidos a
múltiples filiaciones produce lo que se ha llamado un mestizaje retórico, donde
el desencaje entre retóricas diversas, que tantas veces se da en un mismo poema
de Miguel, resulta en una tensión fecunda para la sorpresa, elemento
indispensable de la poesía, y es precisamente esta dimensión de la obra “hernandiana”,
tan oscilante dentro de su coherencia, como irreductible al tópico, lo que la
engrandece.
Con la guerra civil, que estalla en 1936, Miguel Hernández,
como poeta miliciano del Quinto Regimiento de la República, ya asume un
compromiso social explícito. Dedicado a Aleixandre, Viento del pueblo, de 1937,
propone una poesía de aliento épico, con acentos de apasionada propaganda. Aporta
la noción de poesía comprometida. De todas formas, la fuente última del
compromiso de Miguel es biográfica, y la ha dejado explícita para la posteridad
en dos conmovedores poemas de 1935; “Sonreídme” y “Alba de hachas. Qué pese a
su escasa difusión durante el franquismo, el nuevo libro resultó el mejor
antecedente de la poesía social de posguerra que culmina con el famoso
manifiesto de Celaya: “La poesía es un arma cargada de futuro”. La sencillez de
Viento del pueblo, consecuencia de su voluntad de difusión masiva, resulta muchas
veces estremecedora. En “El niño yuntero”, los versos, de tan escuetos, duelen.
Y la belleza de “Aceituneros” reside precisamente en su desnudez retórica. Pero
las imágenes insólitas lo recorren de punta a punta. Y es que Miguel aún sigue
muy cerca de las vanguardias; basta citar un fragmento de su “Juramento de la
alegría”, en el que ésta se convierte en gigante que todo lo arrasa,
desvencijando la muerte como mueble viejo:
“Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.”
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.”
El poeta se esencializa, la vida le ha concedido sólo once años para
lograr una obra plena, de madurez rotunda, y llega el momento de despojarse de
retóricas. La falta de títulos y la eliminación de marcas sintácticas logran la
sensación de un emocionado fluir de la conciencia. Se trata de un diario
íntimo, motivado por la muerte del primer hijo, en 1938, año que fecha el
comienzo del poemario, que terminará en 1941. A esta ausencia sobrevendrán
otras, las de su mujer y su segundo hijo, Manuel Miguel, motivadas por su
encarcelamiento. Así es como con singular tino, al buscarse a sí mismo en lo
más hondo, el poeta, de auténtico origen popular, vuelve a las formas
tradicionales de su niñez, la canción y el romance.
Al consignar la portentosa formación literaria de Miguel Hernández, no es
otra cosa que explicar, una de las razones de su acceso al canon literario de
lo que Mainer llamara la Edad de Plata. Elocuente epíteto para la poesía
española de la primera mitad del siglo veinte, en tanto señala su diálogo de tú
a tú con el laureado Siglo de Oro.
Más allá del misterio de la belleza, hay otra razón más íntima y es en ésta
donde Miguel Hernández destaca, sin duda; entre los mejores.
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