“Porque
Zeus puso a los mortales en el camino del saber, cuando
estableció
con fuerza de ley que se adquiera la sabiduría con el
sufrimiento.”
Esquilo
Habitualmente,
la filosofía aparece ante el sentido común como un saber extraño e, incluso, opuesto.
Esta percepción hace que uno y otra reaccionen dogmáticamente para proclamar o
para
conciliar
diferencias, de tal modo que la filosofía siempre resulta perdedora ante el
sentido común, ya sea porque éste puede existir sin ella, o porque declina su
saber ante el sentido común. Ciertamente la filosofía no puede ni evitar ni
disminuir el conflicto… debe realizarlo. Para ello debe poner en juego su impulso
originario: el saber que es para ella, ante todo, tarea. Es en la tarea de
saber y no en un saber donde se enfrenta a otro, donde se experimenta y
resuelve el conflicto. Más que un sabio, el filósofo es
ante el sentido común un hábil experimentador del saber capaz de soportar el
dolor y la desesperación que la tarea de saber implica.
Desde los
orígenes mismos de aquella ocupación que conocemos con el nombre de filosofía,
ésta ha tenido que diferenciarse de otras ocupaciones y al mismo tiempo
justificar su peculiaridad. Ya ante sus contemporáneos, los denominados
primeros filósofos aparecieron como portadores de un tipo especial de sabiduría
que no sólo les resultaba extraña sino hostil.
Si el origen
nos revelara la naturaleza de las cosas tendríamos que admitir que la filosofía
es esencialmente polémica. Y, contrariamente a lo que podría esperarse de aquel
intento de instalar la filosofía en las ciudades que la tradición atribuye a
Sócrates, en muy poco contribuyó al alivio del conflicto o tan siquiera a
cambiar la imagen de ocupación esotérica que ya poseía la filosofía. De nada
sirvió la defensa del carácter público y cotidiano de su ocupación. Por el
contrario, chocó, al parecer, con las costumbres de sus conciudadanos. El
desenlace es conocido. Se le reprochó su
ocupación,
la cual no dudó en defender, y su saber, que en cambio negaba.
En toda
época y lugar éste ha sido el sino que ha perseguido a la filosofía, al punto
que la determinación de su naturaleza, su carácter y sus límites se establecen,
frecuentemente por sus relaciones con el cúmulo de creencias, prejuicios o
costumbres que circulan en las diversas épocas históricas, en suma por sus
relaciones con el denominado, de un modo general, sentido común. Y esta
relación, en la mayoría de los casos no sólo se muestra como de diferencia sino
de oposición, si bien la oposición no es la misma en todos los casos. Por lo
anterior no sólo resulta interesante sino necesario analizar cómo se vive el
conflicto.
Estamos
lejos de considerar que el sentido común sea el mismo en todas las épocas
históricas y por tanto de imaginar un único modo de tematización. Sentido común
para los filósofos no siempre significa lo mismo, depende en gran parte de su
opción filosófica. Como por ejemplo el sentido común y la filosofía experimentan
su oposición y a las reacciones que asumen de un modo
inmediato.
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