jueves, 26 de noviembre de 2020

CRIPTOMNESIA, EL PLAGIO DE NUESTRA MENTE

“Únicamente nos parecerá más exacto decir que los 
elementos no aparentes en el recuerdo 
han sido omitidos en lugar de olvidados” 
Recuerdos Encubridores 1899
Sigmund Freud 


“… Pero su mismo carácter inconsciente la capacitó 
para seguir perdurando en la vida psíquica 
en tiempos en que su forma consciente había 
quedado ya desvanecida por las modificaciones 
de la realidad” 
Recuerdos Encubridores 1899
Sigmund Freud



La criptomnesia representa un tipo intrigante de ilusión mental en la que las personas creen erróneamente que han producido una nueva idea o recuerdo, cuando en realidad, simplemente la han recuperado de la memoria, sin saberlo de un recuerdo. Las investigaciones recientes sobre esta forma de plagio inadvertido, plante la hipótesis de que la susceptibilidad de nuestros perceptores de la ilusión en realidad fueron autogeneradas.

En 1976 el músico inglés George Harrison, fue demandado por la productora Bright Tunes por supuesto plagio. La compañía argumentaba que la canción de Harrison, My Sweet Lord, usaba "melodías idénticas" a la canción He's So Fine, escrita por Ronald Mack e interpretada por el grupo The Chiffons. El juicio, que incluyó un análisis nota por nota de las canciones, terminó con un fallo a favor del demandante, Bright Tunes, sugiriendo a Harrison pagar alrededor de un millón y medio de dólares. Lo curioso del juicio fue el veredicto, que constató que el exBeatles había cometido plagio, pero con una importante distinción hecha por el mismo juez del caso: "Concluyo que el compositor (Harrison) estaba trabajando con varias posibilidades (...) Mientras probaba diversas posibilidades, vino a su mente esta combinación particular que le agradó (...) ¿Por qué? Porque su subconsciente sabía que había funcionado antes en una canción que su mente consciente no recordaba (...) ¿Harrison deliberadamente uso la música de He's So Fine? No creo que lo haya hecho deliberadamente. Sin embargo, está claro que My Sweet Lord es la misma canción que He's So Fine con distinta letra". En otras palabras, el juez concluía que Harrison había cometido plagio sin darse cuenta.


La criptomnesia entra en escena

El juicio de Harrison es uno de los casos de criptomnesia más conocidos y citados actualmente, pero también le sucedió al filósofo alemán Nietzsche y a la activista política Helen Keller.
La criptomnesia, concepto acuñado por el psicólogo Théodore Flournoy a fines del siglo XIX, es un sesgo cognitivo que puede suceder de dos formas. Una es por familiaridad, como en el caso de Harrison, cuando se regenera una idea que ha sido presentada antes por otra o por la misma persona, creyendo que es original. El psicólogo B. F. Skinner lo mencionaba cuando decía que una de las experiencias más desalentadoras de la edad, era darse cuenta de que una idea expresada de forma perfecta ya había sido publicada por él mismo décadas antes.
 La otra es por error de autoría, cuando reconocemos que una idea es antigua, pero pensamos, erroneamente, que es nuestra.
El psicólogo cognitivo Brian Bornstein explica que sufrimos de criptomnesia porque "estamos constantemente procesando grandes cantidades de información, pero nuestros cerebros solo pueden retener cierta cantidad, así que nuestros cerebros priorizan la información y concentran solo los aspectos más importante de ésta".

Estos estudios, adicionalmente, han detectado algunas variables que aumentan los casos de criptomnesia. Uno de ellos es el tiempo; a mayor tiempo, más probabilidades de que suceda. Otra es la similitud entre las fuentes, el "plagiador inconsciente" y el "plagiado"; mientras más en común se tenga con la fuente original (sexo, profesión, edad) mayores son las probabilidades de criptomnesia. Así, por ejemplo, es más probable que una mujer plagie inconscientemente a otra mujer que a un hombre.

También existe un factor de "siguiente en la línea". Por ejemplo, en una reunión donde hay un orden establecido para hablar, es la persona que habla después de ti la que tiene más probabilidades de copiarte una idea sin saberlo. Brown y Murphy observaron esto en su experimento y señalaron: "este plagio selectivo probablemente es el resultado de un momento de atención disminuida justo antes de la participación del sujeto". O sea, como la siguiente persona está pensando en qué decir, lo que se diga justo antes será lo que menos procesará conscientemente, así aumentando las posibilidades de caer en la criptomnesia.


Otros casos
Como mencionábamos, el caso de Harrison es, quizá, el más conocido pero no el único. A los 11 años la activista sordociega Helen Keller escribió un cuento llamado The Frost King que tenía una similitud increíble con el cuento Frost Fairies de Margaret Canby. Luego de acusaciones de plagio y fraude contra Keller y su cuidadora Anne Sullivan (quien negaba haberle leído la historia original), se supo que una amiga de la familia de la niña le había leído el libro cuando su cuidadora estaba de vacaciones. El hecho le provocó a Keller una crisis nerviosa y nunca volvió a escribir ficción.

El filósofo alemán Friedrich Nietzsche es otra de las víctimas de la criptomnesia. Un fragmento de Así habló Zaratustra fue copiado casi palabra por palabra de un libro escrito 50 años antes. La curiosa coincidencia fue detectada por el psiquiatra Carl Jung, quien escribió a la hermana del filósofo para confirmar sus sospechas. Ella admitió que, efectivamente, Friedrich Nietzsche había leído aquel libro... a los 11 años.

lunes, 16 de noviembre de 2020

DOLOR Y EL ANIMAL HUMANO

“La poesía es anticuada para quienes están saciados,
pero cuando lo real es insoportable, 
adquiere el valor de un arma para sobrevivir.”
 
Boris Cyrulnik



Los hombres, según su condición social o su historia personal, no reaccionan de la misma manera frente a una herida o enfermedad idénticas; no tienen el mismo umbral de sensibilidad. No existe una actitud establecida en relación con el dolor, sino una probable, pero incierta, reveladora a veces, de resistencias insospechadas, o a la inversa, de unas debilidades inesperadas, una actitud que también se modula según las circunstancias. La anatomía y la fisiología no bastan para explicar estas variaciones sociales, culturales, personales e incluso contextuales. La relación íntima con el dolor depende del significado que este revista en el momento en que afecta al individuo. Al sentir sus horrores, este no es el receptáculo pasivo de un órgano especializado que registra vaivenes impersonales de tipo fisiológico. La manera en que el hombre se apropia de la cultura, de unos valores que son los suyos, de su relación con el mundo, suponen un entramado decisivo para su aprehensión. Porque el dolor es, en primer lugar, un hecho situacional. La experiencia nos muestra, por ejemplo, la importancia del medio, incluso del puramente profesional, para el alivio y la tranquilidad del enfermo. Los terapeutas que suministran atención paliativa saben que una palabra amable o una mano sobre la frente, la presencia junto al lecho del paciente, son los antiálgicos más eficaces, aunque no basten. En verdad, el dolor es íntimo, pero también está impregnado de materia social, cultural, relacional, y es fruto de una educación. No escapa al vínculo social.

En la tradición de Aristóteles, durante mucho tiempo, el dolor se concibió como una forma particular de la emoción, una dimensión del afectado en su intimidad. Más tarde, la filosofía mecanicista, en particular en la obra de Descartes, definió el dolor como una sensación producida por el mecanismo corporal. Se ocultaba la parte del hombre en la construcción del sufrimiento; este se veía como un efecto mecánico de saturación, simple consecuencia de un exceso de búsqueda de sentido. La biología gozaba el privilegio de estudiar el “mecanismo” del influjo doloroso, describir con la objetividad requerida el origen, el recorrido, y el punto de llegada de un estímulo. La psicología o la filosofía relataban la anécdota del dolor, es decir, la experiencia subjetiva del individuo. Esta teoría desemboca en la idea de la especifidad de un sistema receptor cutáneo que transportaba directamente una excitación nerviosa, gracias a fibras propias, hasta un centro del dolor situado en el cerebro. La mecánica neuronal y cerebral conduce el influjo doloroso y así lo sustenta; el hombre no es más que una hipótesis secundaria, y hasta desdeñable, el fenómeno sólo concierne a la “máquina del cuerpo”. Sin embargo, para comprender las sensaciones en las cuales está en juego el cuerpo no hay que buscar en el cuerpo, sino en el individuo, con toda la complejidad de su historia personal.

Las emociones más directamente relacionadas con el dolor son el miedo y la tristeza, y llevan a un conjunto de cambios fisiológicos, cognitivos y conductuales que pueden caracterizarse clínicamente con los rótulos de ansiedad y depresión. Tanto la ansiedad como la depresión producen un agravamiento en el problema del dolor. Este agravamiento se produce principalmente, por la actitud pasiva, la reducción de la actividad general, la adopción del rol de enfermo, de incapacitado, etc. Todos estos cambios afectan negativamente al paciente en general, y también dificulta seriamente la solución del problema del dolor. Otra emoción que suele estar asociada a la valoración cognitiva del dolor, y a la que se le ha prestado menor atención es la ira. Algunos autores consideran que la respuesta natural al dolor es la ira. La ira se va a expresar mediante rasgos o factores de predisposición como la hostilidad, o más allá, como mediante la agresión. También desde un punto de vista clínico, como es conocido, la ira puede ir dirigida hacia el propio paciente, hacia los demás, o como punto intermedio entre ambas la agresividad pasiva. Esta agresividad, supone una comunicación a los demás de la ira en términos encubiertos, no cooperativos, a diferencia de la presentación manifiesta de la ira. Cuando la ira se expresa, a pesar de su fuerte rechazo social, se producen un sinnúmero de problemas. Algunos autores se refieren a la hostilidad cínica para hablar de una forma de comportarse los pacientes de dolor crónico, que mantienen una actitud de desconfianza y resentimiento, dificultan, sí no impiden, la relación terapéutica. La alternativa más adecuada es la regulación de la ira. Esto es, buscar una expresión adecuada y positiva de ésta. Se trata de abordar la situación negativa y desagradable de padecer un dolor crónico como un medio para aprender y ser capaz de resolverlo eficazmente, sin reprimir las emociones. La ansiedad y la depresión son, desde un punto de vista clínico, los factores emocionales más importantes en el estudio y tratamiento del dolor crónico. 

La ansiedad, en tanto que activación fisiológica no es necesariamente negativa en la modulación del dolor. Tradicionalmente se ha considerado que el miedo y la ansiedad producían una disminución de dolor. La propuesta de Bolles y Fanselow fue muy sugerente, puesto que con argumentos biológicos y de comportamiento adaptativo defendía una inducción de la modulación del dolor mediante la generación de miedo y ansiedad. Esto planteaba la paradoja de que el dolor podría ser reducido por la ansiedad y el miedo que producía el mismo dolor. Los conocimientos actuales apoyan en parte la posición de Bolles y Fanselow, el miedo y la ansiedad pueden reducir el dolor, pero solo cuando dicho miedo y/o ansiedad está producido por una situación que no tiene que ver con el dolor. Por otro lado, la ansiedad derivada del dolor produce un aumento en la percepción de este. Janssen y Arntz, han desentrañado en parte el medio por el que esas situaciones ajenas al dolor que provocan miedo o ansiedad reducen el dolor. Ejercen su efecto positivo porque disminuyen el foco de atención sobre el dolor, así el hecho de atender de forma intensa (hasta el extremo que provoque ansiedad) a una situación ajena al dolor, provoca la reducción de este. Por otro lado, resulta también posible que el aumento en la liberación de opiáceos endógenos ligados a la exposición a la situación ansiógena, facilite el sistema de modulación antinociceptivo. Por tanto las emociones pueden ejercer un efecto positivo, desde el punto de vista atencional y de modulación nociceptiva, siempre que no estén relacionadas con el dolor.

 

FINITUD

“La mortalidad era un concepto que no formaba parte
 de nuestra existencia. Aún éramos lo bastante 
jóvenes para ser inmortales.”

Jane Wilde Hawking


La finitud no es la muerte sino la vida. Si somos finitos es porque vivimos siempre en despedida y no podemos controlar los deseos, recuerdos y olvidos, porque el nuestro es un mundo que nunca nos pertenece del todo, ni será plenamente cósmico, ordenado o paradisíaco. Somos el resultado del azar y de la contingencia, y no tenemos más remedio que elegir en medio de una terrible y dolorosa incertidumbre. Una vida finita no conseguirá eludir la amenaza del caos, ni estará capacitada para cruzar las puertas del paraíso. Ser finito significa que no podemos crear a voluntad nuestra existencia, porque, querámoslo o no, recibimos una herencia que nos obliga a resituarnos a cada instante. La grandeza de nuestra vida reside en su finitud, cada uno de los instantes que vivimos tiene un inmenso valor, porque es único e insustituible, en sentido estricto, el instante de la vida de un inmortal podría ser considerado de más bajo valor porque ese instante va a ser repetido y repetido por siempre, hasta el infinito. En cambio cada uno de los instantes de nuestra vida es único. La muerte es una imagen de la finitud humana y el desconocimiento de lo que sucede después de la muerte es una consecuencia de las limitaciones del ser humano; frente a tales limitaciones, frente a la finitud lo único que debe hacer el hombre sabio es reconocerse finito. Será más sabio cuanto tenga más conciencia de lo finito-infinito a partir del reconocimiento de la condición de finitud del sujeto.

En la filosofía de Sócrates observamos un movimiento pendular desde lo infinito como posibilidad de reflexión a lo finito como clausura, frente a un objeto de pensamiento-conocimiento que no es posible aprender, la finitud humana funciona como una clausura que afirma la ignorancia; podemos decir que no se formula como una clausura a la reflexión en términos absolutos, afirma la ignorancia y eso en  planteo socrático significa más que afirmar o negar algo sobre un objeto que no se conoce o no es posible conocer. La finitud humana se reconoce a sí misma como tal a partir de la formulación y aceptación del postulado de la ignorancia y de la negación de la posibilidad de conocer lo que exista después de la muerte.