“La mortalidad era un concepto que no formaba parte
de nuestra existencia. Aún éramos lo bastante
jóvenes para ser inmortales.”
Jane Wilde Hawking
La finitud no es la muerte sino la vida. Si somos finitos
es porque vivimos siempre en despedida y no podemos controlar los deseos,
recuerdos y olvidos, porque el nuestro es un mundo que nunca nos pertenece del
todo, ni será plenamente cósmico, ordenado o paradisíaco. Somos el resultado
del azar y de la contingencia, y no tenemos más remedio que elegir en medio de
una terrible y dolorosa incertidumbre. Una vida finita no conseguirá eludir la
amenaza del caos, ni estará capacitada para cruzar las puertas del paraíso. Ser
finito significa que no podemos crear a voluntad nuestra existencia, porque,
querámoslo o no, recibimos una herencia que nos obliga a resituarnos a cada
instante. La grandeza de nuestra vida reside en su finitud, cada uno de los
instantes que vivimos tiene un inmenso valor, porque es único e insustituible, en
sentido estricto, el instante de la vida de un inmortal podría ser considerado de
más bajo valor porque ese instante va a ser repetido y repetido por siempre,
hasta el infinito. En cambio cada uno de los instantes de nuestra vida es
único. La muerte es una imagen de la finitud humana y el desconocimiento
de lo que sucede después de la muerte es una consecuencia de las limitaciones
del ser humano; frente a tales limitaciones, frente a la finitud lo único que
debe hacer el hombre sabio es reconocerse finito. Será más sabio cuanto tenga
más conciencia de lo finito-infinito a partir del reconocimiento de la
condición de finitud del sujeto.
En la filosofía de Sócrates observamos un movimiento
pendular desde lo infinito como posibilidad de reflexión a lo finito como
clausura, frente a un objeto de pensamiento-conocimiento que no es posible
aprender, la finitud humana funciona como una clausura que afirma la
ignorancia; podemos decir que no se formula como una clausura a la reflexión en
términos absolutos, afirma la ignorancia y eso en planteo socrático significa más que afirmar o
negar algo sobre un objeto que no se conoce o no es posible conocer. La finitud
humana se reconoce a sí misma como tal a partir de la formulación y aceptación
del postulado de la ignorancia y de la negación de la posibilidad de conocer lo
que exista después de la muerte.
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