vitalmente lo posible.”
Jacques Salomé
En realidad la ternura es más que esa sensación que nos evoca un cachorro o un niño pequeño, es una dimensión emocional que configura un tipo de lenguaje que se convierte en una apuesta muy rentable para nuestro bienestar psicológico. La ternura es un campo de interés cada vez más emergente, este sentimiento da un colorido especial a nuestras vidas, tanto que podríamos decir que experimentarlo a diario y hacer que los demás también los sientan actúa en nuestra calidad de vida. Gracias a esta dimensión nos conectamos con el registro emocional donde emerge la calma, la positividad y la confianza, en Japón hay un término que explica muy bien esta realidad psicológica “Kawaii”, dicho adjetivo puede traducirse precisamente como algo que evoca ternura, dicha palabra ha generado la producción de infinitos productos como muñecos, ropa, juguetes, lápices, etc. Cuando Freud teorizaba sobre el amor, la imagen del amor era indisociable del amor romántico y en esta imagen se fundían la idealización pasional, el amor y la sexualidad. De este modo, cuando Freud construye la metapsicología del amor (metapsicología se llama a un conjunto de propuestas psicoanalíticas de Sigmund Freud, mayoritariamente describe cómo se organiza y funciona la mente humana) recurre al mito de Narciso -una historia de amor que culmina en muerte- para hablar del amor. La dinámica amorosa se establece en torno de los procesos de idealización y de los intentos de restauración del estado narcísístico. Estar enamorado consiste en un “transbordar de libido narcisista” sobre el objeto, que es elevado a nivel del ideal. El enamoramiento representa una vía inmediata de acceso al ideal y a la omnipotencia narcisista. El investimiento libidinal del objeto amado torna el Yo enamorado frágil y dependiente del amado. El trabajo de idealización otorga al objeto virtudes y perfecciones imaginarias, dejando “ciego” al Yo enamorado. Y en la medida en que el objeto es ubicado en el lugar del ideal, el amante se convierte en un humilde siervo del objeto idealizado. A través de la idealización del objeto de amor, y de la aspiración de unirse a él, el Yo pretende la fusión narcisística, la plenitud. El amor, por su naturaleza narcisista, aspira a un reencuentro con los primeros objetos, perdidos para siempre. El enamoramiento tiene un carácter ilusorio, ya que, por un lado, proyecta en el objeto los propios ideales narcisísticos, atribuyéndole perfecciones inexistentes, y por otro lado, seduce imaginariamente con una completitud irrealizable. De este modo, la metapsicología del amor fundada en el narcisismo enfatiza el carácter imposible e ilusorio de la plena realización amorosa, constituyendo una magistral metáfora de la pasión romántica.
“Había ya gustado anteriormente algunos
besos y estaba al corriente de las cosas del amor.
Le gustaba aquel muchacho lleno de
ternura y timidez, y no se esforzaba en disimularlo.”
Bajo la rueda
Hermann Hesse
La teoría freudiana del amor incluye, en 1921, el ingrediente de la ternura, responsable por la persistencia del sentimiento amoroso, más allá de la simple atracción sensual. En Psicología de las masas y análisis del Yo, Freud considera que el estar enamorado es el resultado de la confluencia del amor sensual y de la ternura, y que gracias a la contribución de la corriente tierna, es posible medir el grado de enamoramiento.
En el Apéndice del mismo texto, Freud hace un extenso análisis sobre la noción de ternura como pulsión sexual inhibida en su meta, contrapuesta a la sensualidad, que corresponde a las pulsiones sexuales directas o sin inhibición. Aunque en la Psicología del amor, en 1912, la ternura haya sido considerada como la corriente más antigua, vinculada a los cuidados parentales, Freud retoma en 1921 la noción de ternura esbozada en los Tres Ensayos para una teoría sexual, en que el sentimiento tierno era un derivado de la represión de la sexualidad. Así, en Psicología del amor, Freud consideraba que “De esas dos corrientes (tierna y sensual), la tierna es la más antigua. Proviene de la primera infancia, se ha formado sobre la base de los intereses de la pulsión de autoconservación y se dirige a las personas que integran la familia y a las que tienen a su cargo la crianza del niño".
La persona amada, concluye Freud, es el objeto de las aspiraciones sexuales, enfatizando solo uno de los polos de esta confluencia de afectos. Posteriormente, toda la configuración amorosa edípica sucumbe a la represión, y las aspiraciones sexuales quedarán reprimidas e inconscientes, restando solamente, en relación a los primeros objetos de amor, los lazos de ternura. Así, el sentimiento de ternura provendría de las aspiraciones sexuales incestuosas, constituyendo una pulsión inhibida en su meta, producto de la acción de la represión.
Freud reconocía una mezcla de sentimientos tiernos y deseos sexuales en un momento anterior al drama adípico y a la castración, en el comienzo de las relaciones del infante con las personas encargadas de su cuidado. ¿Cuál sería el origen de la ternura infantil anterior a la castración, si todavía no hubo motivos para la inhibición de la meta sexual? La noción de inhibición supone la existencia de obstáculos que impiden a la pulsión de alcanzar su objetivo de forma directa “encontrando una satisfacción atenuada en actividades o relaciones que pueden ser consideradas como aproximaciones más o menos distantes de la meta primitiva". La inhibición es considerada como un principio de sublimación, porque en ambas la pulsión se aleja del objetivo sexual directo. Pero mientras la sublimación substituye el objetivo sexual por otro socialmente valorizado, la inhibición no abandona totalmente su meta originaria, contentándose con aproximaciones a esta y satisfacciones atenuadas. Por eso, la pulsión inhibida nunca alcanzaría una cabal satisfacción, ya que el placer obtenido sería siempre “menor” o “disminuido” en relación a la satisfacción del objetivo originario.
Freud oscila entre una concepción de ternura como pulsión inhibida, en la descripción de la vida sexual adulta, y una idea de ternura infantil, cuyo origen no podría ser teorizado como inhibición.
Ferenczi, Balint y Winnicott desarrollan una concepción de ternura que no deriva de la inhibición de lo pulsional ni presupone la interdicción de lo sexual.
Sándor Ferenczi creó la noción de lenguaje de la ternura o estadio de la ternura, considerando que niños en este estadio no podrían abstenerse de la ternura, sobre todo materna.
Michael Balint desarrolla la idea de un deseo pasivo de ternura irreductible a lo pulsional, cuya satisfacción genera una sensación de calmo y tranquilo bienestar.
Donald Woods Winnicott aborda la construcción de la capacidad amorosa en un largo proceso de intercambios entre el individuo y el ambiente, teorizando sobre los cuidados amorosos maternos, que permiten la satisfacción de las necesidades psíquicas primarias, propiciando los estados calmos del bebé. Sin desconocer las diferencias teóricas entre los autores, las nociones de “necesidades psíquicas primarias” y “deseo pasivo de ternura”.
Estas necesidades psíquicas, que producen, cuando satisfechas, estados calmos y experiencias de bienestar, podrían ser resignificadas como “necesidad infantil de ternura”, ya que aunque el bebé nada sepa sobre la necesidad que lo aflige, cuando no recibe una adecuada provisión de ternura materna, sufre daños en la constitución de su integración yoica. Esta “necesidad infantil de ternura” deriva de la dependencia del bebé de los cuidados del adulto para su sobrevivencia y su organización psíquica. Así, si tenemos que suponer alguna base para la “necesidad infantil de ternura”, esta no sería la satisfacción de las pulsiones de autoconservación ni la inhibición de las pulsiones sexuales, sino el estado de desamparo. Como dice Freud, el “estado de desamparo produce las primeras situaciones de peligro y crea la necesidad de ser amado, de que el hombre no se librará más".