jueves, 13 de junio de 2019

DE LA OLIGARQUÍA A LA DICTADURA EN LATINOAMÉRICA

"Quienes no se mueven no notan sus cadenas"

Rosa Luxemburgo



Un determinante de los regímenes militares es la idea de jerarquía social, herencia ideológica y económica de la clase social oligárquica. En los primeros pasos de los estados independientes de América latina, se establece un nuevo grupo de dominio entre los emergentes comerciantes, mineros, hacendados y cafetaleros, con sus respectivas consecuencias. La Oligarquía tuvo un extenso periodo de desarrollo y predominio en el que primeramente capturaron el poder económico con la explotación de recursos y la consiguiente acumulación de capital entre familias, para posteriormente conquistar el poder del estado. De esta manera, la capacidad de decisión se concentraba en un grupo social reducido, vinculado familiarmente. En los relatos historiográficos del periodo de modernización figuran dinastías como la de Melendez-Quiñones, cafetaleros de El Salvador; los Cousiño, carboníferos en Chile; los Gildemeister, salitreros en Perú; los Santamarina, terratenientes en Argentina, y otras familias enriquecidas efecto de la activación del comercio exterior con la sociedad europea de la era industrial, que junto al protagonismo económico erigen un poder simbólico detentado a través de una determinada forma de vida, basada en el lujo y la arrogancia, que los caracterizó como referentes sociales.

La oligarquía, no fue una clase social propiamente tal, sino más bien, una categoría política, que cohesionados por sus intereses económicos ejercieron opresión y dominio. Organizaron la sociedad a partir del concepto de hacienda como cónclave de la institución familiar. Establecieron además una particular forma de relación entre empleador y empleado (inquilinaje en sectores rurales) con fuerte dependencia económica y un naturalizado ejercicio de la coerción física. El poder económico de la oligarquía prontamente trascendió a lo político, ya que la apropiación y control de la masa trabajadora le permitió utilizarla como estrategia en las contiendas electorales haciendo uso del voto de sus obreros. Sin duda, este modelo de relación laboral ha dejado marcas indelebles en el inconsciente colectivo latinoamericano, que emerge como recuerdo traumático en la literatura, en textos como Casa de Campo (José Donoso, 1978), La Casa de Los Espíritus (Isabel Allende, 1982), que narran el inquilinaje campesino y sus relaciones de opresión y sumisión. Por otra parte, Baltazar Castro y Baldomero Lillo, escriben sobre la traumática experiencia de los trabajadores mineros en Sewel (Chile-1953) y Sub-Terra (1904). Junto al trauma del martirio y explotación del trabajador, América Latina conserva una singular manera paternalista de relacionarse con las clases privilegiadas y sus valores asociados, como el dinero y el poder.

La explotación de los estratos sociales bajos, a través del inquilinato (agrícola) o el esclavismo (cafetalero) contribuyeron a la construcción de una idea de poder político-económico hegemónico, centralizado y paternalista, alrededor del cual se ampara la población, en una relación de supervivencia, que comprendía además, fidelidad y sumisión, trascendiendo de lo material, hacia lo ideológico. Es importante mencionar que las oligarquías desarrollaron exclusivamente el modelo monoproductor. La aguda dependencia de la exportación de monocultivos como el café y el azúcar en Centro América, y la explotación del salitre y el estaño en América del Sur, generó la gran crisis económica durante la primera guerra mundial, cuando Europa redujo considerablemente el nivel de importaciones, arrastrando consigo el derrumbe del modelo, el empobrecimiento de los países del continente americano y su consiguiente retraso tecnológico respecto a Europa. La idea de modernización neoliberal y capitalista será la apuesta fundamental de las dictaduras militares en Latinoamérica.

Durante el predominio de la clase oligárquica, los Estados debieron enfrentar una serie de conflictos de clase (la amplia brecha social abre paso a la lucha social); conflictos étnicos (el despojo de tierras indígenas y su consiguiente descontento) y territoriales (como la Guerra del Pacífico del cono sur por el dominio de las salitreras) que generaron la necesidad de una fuerza que apoyara y resguardara sus intereses políticos y económicos. Para ello, la oligarquía invirtió en la formación e instrucción de un ejército que hasta entonces no existía. La prosperidad del momento facilitó una inversión cuantiosa en la profesionalización militar en la línea germánico-prusiana, reorientando la formación militar que existía hasta el momento, conformando un cuerpo militar al servicio de los intereses e ideología de la clase oligárquica. En lo económico, resguardó sus intereses de clase; en lo racial se hace parte del menosprecio y el despojo del indígena; en lo social, es un agente represivo de la contienda social y en lo político, aprueba el autoritarismo y el empleo legítimo de la violencia.

La prusianización del ejército erigió la imagen del militar-autoridad, con participación política y legítimo poder represivo, que se adosará al imaginario Latino Americano en su desarrollo histórico y potenciará las dictaduras. El pacto colaborativo entre clase dominante y milicia permitieron un acuerdo apropiado para excluir a los sectores rurales y a las clases trabajadoras urbanas del empoderamiento político y la repartición de privilegios sociales, logrando un control extremo de la economía y las decisiones gubernamentales. Algunas regiones dividieron las tareas de gobierno: militares ejercían el poder político y comerciantes exportadores, junto a sectores de clase media urbana, controlaban la economía, respetándose y colaborándose entre ellos (Bradford, 1985). Las agudas diferencias sociales y la pauperización del trabajador decantaron en la cuestión social. La llegada de ideas marxistas significó posteriormente la lucha armada (revolución cubana, movimientos guerrilleros en Perú, Bolivia y Venezuela), con un trabajador convertido en proletario, contra una oligarquía convertida en Burguesía. Sin haber vivido un proceso de revolución industrial, América Latina se comprendió a sí misma desde la lucha de clases, con dramáticos enfrentamientos que la literatura se encarga de rememorar. La llegada del pensamiento socialista a Latinoamérica, trae consigo demandas armadas, manifestaciones masivas y la aparición del populismo, encarnado en figuras como la de Odría en Perú y Perón en Argentina. Aquellos países que no articularon conflictos armados, desarrollaron una “lucha preventiva” contra las guerrillas revolucionarias. Combatir la expansión de las izquierdas fue uno de los principales móviles militares. Los sectores conservadores asignaron a las Fuerzas Armadas la represión de los movimientos insurgentes aprobando con unanimidad el uso de la violencia sin medida. Había nacido en América Latina, el principal enemigo de los dictadores: el marxismo. Con la izquierdización de la región, los países llegaron a polarizarse hasta el punto dividirse en, literalmente, dos bandos que mantenían un conflicto de carácter clasista, institucional y político, definiendo las contiendas de las próximas décadas. Sin embargo el marxismo, en un territorio fuertemente marcado por el sincretismo, se funde con el catolicismo hasta convertirse en una extraña amalgama de religión y política, en la que el socialismo es el evangelio. Los marxistas latinoamericanos, más que un aporte a la teoría, entregan un tinte místico a la doctrina, que se traduce en una particular forma de ser apóstol-marxista en América. Mariátegui contribuye a la visión religiosa de la izquierda desplazando el carácter científico atribuido por el marxismo ortodoxo hacia la fe y la pasión mística religiosa y espiritual. La unión entre izquierda y religión se consagra en la Teoría de la Liberación con representantes como Ernesto Cardenal (Nicaragua, 1925), Enrique Dussel (Argentina, 1934) y Fernando Lugo (Paraguay, 1951) quienes levantan un cuerpo teórico teológico comprometido socialmente.

Las dictaduras emergen como una manera de enfrentar el desarrollo de los movimientos socialistas que irrumpen en los años 30, con el componente posterior de la guerra fría y la consolidación de Estados Unidos como potencia internacional tras la segunda guerra mundial. Efectivamente, el posicionamiento de EEUU en la jerarquía mundial, es determinante al examinar los golpes de estado militares avalados por Norte América. Lo habitual era que militares buscaran el consentimiento de la embajada norteamericana antes de dar el golpe de estado, de esta forma obtener una mayor legitimidad y reconocimiento internacional. Esto, sin contar con los quiebres del orden institucional que fueron directamente impulsados desde Washington. Estados Unidos reforzó la posición de los golpistas invirtiendo millones de dólares en los ejércitos latinoamericanos, especialmente con préstamos que permitieron renovar el vetusto armamento disponible. Una excepción a esta situación la protagoniza Perú y el levantamiento militar de 1968. Las determinaciones del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, lejos de contar con el apoyo norteamericano, significaron tensiones gubernamentales que fueron solucionadas posteriormente por la vía diplomática.

Pero si las Dictaduras llegan a concretarse, no es tan solo por el apoyo norteamericano, es porque encontraron un espacio apropiado en la sociedad latinoamericana, heredera de las fuertes diferencias sociales de la etapa oligárquica. Una sociedad jerarquizada, que hereda el paternalismo benefactor de la clase gubernamental y el autoritarismo militar prusiano. Una sociedad que hereda también el desprecio hacia el indígena, que si bien se mantuvo siempre en lucha constante por el acceso a la tierra, fueron las dictaduras quienes reprimieron con mayor fuerza a las comunidades existentes. Todas ellas son huellas indelebles que se manifestarán en la búsqueda constante de la superación de las desigualdades, inequidades expresadas en la institucionalidad, hasta llegar a identificarse como una característica propia de los países denominados.


La imagen del dictador

Aunque la presencia militar es constante en toda la historia de la América independiente, es en las décadas de los 60 y los 70 que los golpes militares se repitieron frecuentemente. Un general, o coronel, con apoyo de sus compañeros se lanzaba a la conquista del poder, o bien una corporación militar en pleno, intervenía en la vida política. Sin embargo, y a pesar de resaltar que las intervenciones han sido generalmente corporativas, en el imaginario Latinoamericano ha perdurado indeleble la figura del Dictador. No se puede dejar de reconocer la incidencia de las características personales del dictador en la percepción de los periodos autoritarios. El dictador asume el rol de líder de un grupo político asociado a la burguesía, al conservadurismo, o a la derecha. Personalidades obsesivas, egocéntricas, con componentes sicopáticos, de alto carisma y poder de convencimiento. Los dictadores encarnan la fantasía paternalista del protectorbenefactor del pueblo, que en lógica de “El Príncipe” de Maquiavelo, se atribuyen atributos de sabiduría para guiar al resto de los ciudadanos. El poder se concentra en el dictador, aunque será común observar a otros representantes ejerciendo la dirección del país, manipulado por el verdadero cabecilla del gobierno. Esta modalidad de ejercer el poder desde un cargo paralelo a la presidencia se utilizó frecuentemente para “blanquear” las imágenes democráticas del país. Stroessner en Paraguay, Videla en Argentina, Pinochet en Chile, Trujillo en República Dominicana, proyectan una perturbadora imagen humana que ha sido objeto constante de la literatura, intentado aprehender las distorsionadas personalidades de dictadores.

1 comentario:

  1. ¡ Excelente trabajo!
    Romaín Labbé nos describe el derrotero económico- político seguido por nuestra América morena desde los inicios de su vida independiente y su repercusión hasta nuestros días, como un sello indeleble ...
    Nos muestra la perturbadora amalgama entre lo económico y lo político; el parentesco siniestro entre el poder y la sumisión a la que se condenó a los desposeídos,a cualquier precio, desconociendo el derecho a la vida y de la dignidad humana. Describe el advenimiento de las sangrientas dictaduras estimuladas y apoyadas por EEUU, que en países como Chile,marcaron a fuego ,la forma de ser de nuestra sociedad, aún temerosa. Presenta la imagen paternalista asociada al dictador para esconder su carácter sanguinario ...
    El autor nos guía a través del tiempo mencionando el papel de la iglesia y la literatura...La iglesia, en la mayoría de los casos subyugada al poder y la literatura , denunciando la insensatez y ausencia de humanidad ...
    Nos presenta el turbio origen de la conformación de las grandes oligarquías y sus
    medios para mantenerse en el poder sometiendo a los más débiles a la ignorancia y al despojo...
    Reitero ... un excelente trabajo para leer, reflexionar y comentar ...

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