lunes, 3 de junio de 2019

ARTE, UNA OPINIÓN PARTICULAR

“El arte necesita soledad o miseria, o pasión. 
Es una flor de una roca, que requiere 
el viento áspero y el terreno duro.”

Alejandro Dumas

Las Tres Gracias - Antonio Canova 

Hay palabras y frases verdaderamente afortunadas. Vienen a concretar, y de allí su rápida difusión, preocupaciones y animosidades que estaban reclamando con urgencia una ocasión precisa para reivindicarse. Como inmediata consecuencia no tardan en promover, a favor del apasionamiento que encausan, los excesos doctrinarios más flagrantes.
Arte comprometido es una de esas expresiones. Aunque alude a contenidos de antigua data, decora los programas de teorías y partidismos recientes, afanosos por servirse de un arte con mucho más de “com-prometido” que de “arte”.
Por ello es conveniente, aunque el tema haya sido ampliamente debatido, citar, en forma forzosamente breve, algunas opiniones que puedan contribuir a atemperar esas demasías.
“Escribir (dice Sartre) es revelar el mundo y proponerlo a la vez como tarea”. Nada puede distraer al escritor de ese propósito esencial; no le está permitido el buscar complacencias de ningún orden; debe ser un revolucionarlo perpetuo; cualquier indiferencia o diversión de su parte, descubre, como premisa más o menos consciente, una escandalosa aceptación de las iniquidades burguesas. Sartre no concibe ninguna literatura válida aparte de la que se propone esa misión social; toda otra actividad no es sino evasión, deserción de nuestra circunstancia, parasitismo. Escritor y lector, comulgando libremente deben concertarse para corregir nuestra posición actual, valiéndose de una visión en cuyo seno quede abolida toda coacción e instancia. Hombro contra hombre asumen ambos, con plena responsabilidad, el compromiso de la rebelión permanente.

 
William de Kooning (1988) 

Es innegable que una tal visión puede llegar a implicar una política: lo objetable es la identificación que establece Sartre. La visión, para él, pierde el valor autónomo con que todo gran arte la concibe, queda subordinada a la acción revolu­cionaria que se proyecta. En esa forma, el arte y a ese respecto al menos los rusos son más honrados, sería apenas un departamento de la propaganda. La impostura “sartriana” consiste en adoptar la actitud anti burguesa como criterio estético exclusivo en renegar de lo que llama peyorativamente “aberturas hacia lo eterno”, en las cuales sin embargo, radica el poder fecundante de todo gran escritor, gracias a esa proyección trascendente, a esa intuición de instancias universales de un Dostolevski, un Cervantes, reconocemos este mundo con todas sus palpables miserias, como algo susceptible de perfección. De una tal visión puede nacer una política; en una política, en cambio, jamás podrá suscitarse esa visión.
Por otra parte la revolución permanente no es sino una coartada de la libertad; permite en efecto, rehuirlas consecuencias reales de dicha revolución, escudándose en el llamado permanente a realizarla. Vista desde ese ángulo, detrás de la revolución permanente, no existe otra cosa que la violencia permanente, los conflictos sin salida de la voluntad de potencia nietzcheana. Esa sujeción estricta a un plan de combate, rezuma, para el artista verdadero, un servilismo que André Bretón denunciaba no hace mucho: “En arte ninguna consigna jamás, suceda lo que suceda”. Toda fórmula disciplinaria, todo compromiso, cuando es adoptado previamente, son una amenaza mortal para las inclinaciones artísticas”.

Ya en Nietzsche habíamos leído parecidas advertencias: “los redobles de parche con los cuales muchos escritores se colocan al servicio de su partido, se parecen, para el que no pertenece a aquel partido, a un ruido de cadenas. En arte el fin no justifica los medios, sino que los medios sagrados pueden santificar el fin”. “A la ética por la estética”, como más concisamente hacía decir Machado a Juan de Mairena, casi con las mismas palabras que empleara Gide; “Qué es la moral? Una dependencia de la estética” (sin duda agregaba más adelante) la política nos apremia hoy de una manera muy urgente; pero la política se desarrolla en un plano, la literatura en otro”.
Los valores estéticos afirma por su parte Charles Lalo, refutando a Sartre,  gozan de una autonomía que emana de su misma índole; no son valores de acción, sino de reacción, en el sentido psicológico de la palabra; el artista quiere ante todo vivir su vida y no la que socialmente le convenga. La misión del arte, sin que deje necesariamente por eso de ser social y humana, se cum ple cultivando sus valores propios, despreocupándose de las conveniencias que en su esfera son verdaderas impurezas correspondientes a la situación que se atraviesa. Compromete el arte en la vida: al final existe la vida, pero no ya el arte. El compromiso no lo es todo, ni se reduce á nada. Para la calidad del arte, más vale que sea poca cosa.

El escritor enfrenta muchos otros problemas, y no livianos, aparte de los problemas sociales. ¿Por qué entonces decretar esa obsesión por nuestro infortunio ciudadano? ¿Por qua rehusar, aceptando esa misión uniforme, a gozar de placeres que poniendo entre paréntesis esa desdicha, nos procuren un positivo refinamiento de nuestras facultades y una paralela profundización del universo? Duda que el mismo Sartre hubo de sentir: “Ciertamente, en los más grandes (reconoce, refiriéndose a los más ilustres representantes de esa literatura que llama de evasión) hay otra cosa. En Gide, en Claudel, en Proust, se encuentra una experiencia de hombre, mil caminos. Singular procedimiento, hay que convenir, el que consiste en retirar de una literatura sus representantes más eminentes, para condenarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario