“El arte necesita soledad o miseria, o pasión.
Es una flor
de una roca, que requiere
el viento áspero y el terreno duro.”
Alejandro Dumas
Las Tres Gracias - Antonio Canova
Hay palabras y frases verdaderamente afortunadas. Vienen a
concretar, y de allí su rápida difusión, preocupaciones y animosidades que
estaban reclamando con urgencia una ocasión precisa para reivindicarse. Como
inmediata consecuencia no tardan en promover, a favor del apasionamiento que
encausan, los excesos doctrinarios más flagrantes.
Arte comprometido es una de esas expresiones. Aunque alude a
contenidos de antigua data, decora los programas de teorías y partidismos
recientes, afanosos por servirse de un arte con mucho más de “com-prometido”
que de “arte”.
Por ello es conveniente, aunque el tema haya sido ampliamente
debatido, citar, en forma forzosamente breve, algunas opiniones que puedan
contribuir a atemperar esas demasías.
“Escribir (dice Sartre) es revelar el mundo y proponerlo a
la vez como tarea”. Nada puede distraer al escritor de ese propósito esencial;
no le está permitido el buscar complacencias de ningún orden; debe ser un
revolucionarlo perpetuo; cualquier indiferencia o diversión de su parte,
descubre, como premisa más o menos consciente, una escandalosa aceptación de
las iniquidades burguesas. Sartre no concibe ninguna literatura válida aparte
de la que se propone esa misión social; toda otra actividad no es sino evasión,
deserción de nuestra circunstancia, parasitismo. Escritor y lector, comulgando
libremente deben concertarse para corregir nuestra posición actual, valiéndose
de una visión en cuyo seno quede abolida toda coacción e instancia. Hombro contra
hombre asumen ambos, con plena responsabilidad, el compromiso de la rebelión
permanente.
William de Kooning (1988)
Es innegable que una tal visión puede llegar a implicar una
política: lo objetable es la identificación que establece Sartre. La visión,
para él, pierde el valor autónomo con que todo gran arte la concibe, queda subordinada
a la acción revolucionaria que se proyecta. En esa forma, el arte y a ese
respecto al menos los rusos son más honrados, sería apenas un departamento de
la propaganda. La impostura “sartriana” consiste en adoptar la actitud anti
burguesa como criterio estético exclusivo en renegar de lo que llama peyorativamente
“aberturas hacia lo eterno”, en las cuales sin embargo, radica el poder
fecundante de todo gran escritor, gracias a esa proyección trascendente, a esa
intuición de instancias universales de un Dostolevski, un Cervantes,
reconocemos este mundo con todas sus palpables miserias, como algo susceptible
de perfección. De una tal visión puede nacer una política; en una política, en
cambio, jamás podrá suscitarse esa visión.
Por otra parte la revolución permanente no es sino una
coartada de la libertad; permite en efecto, rehuirlas consecuencias reales de
dicha revolución, escudándose en el llamado permanente a realizarla. Vista
desde ese ángulo, detrás de la revolución permanente, no existe otra cosa que
la violencia permanente, los conflictos sin salida de la voluntad de potencia
nietzcheana. Esa sujeción estricta a un plan de combate, rezuma, para el
artista verdadero, un servilismo que André Bretón denunciaba no hace mucho: “En
arte ninguna consigna jamás, suceda lo que suceda”. Toda fórmula disciplinaria,
todo compromiso, cuando es adoptado previamente, son una amenaza mortal para las
inclinaciones artísticas”.
Ya en Nietzsche habíamos leído parecidas advertencias: “los
redobles de parche con los cuales muchos escritores se colocan al servicio de
su partido, se parecen, para el que no pertenece a aquel partido, a un ruido de
cadenas. En arte el fin no justifica los medios, sino que los medios sagrados
pueden santificar el fin”. “A la ética por la estética”, como más concisamente
hacía decir Machado a Juan de Mairena, casi con las mismas palabras que
empleara Gide; “Qué es la moral? Una dependencia de la estética” (sin duda
agregaba más adelante) la política nos apremia hoy de una manera muy urgente;
pero la política se desarrolla en un plano, la literatura en otro”.
Los valores estéticos afirma por su parte Charles Lalo,
refutando a Sartre, gozan de una
autonomía que emana de su misma índole; no son valores de acción, sino de
reacción, en el sentido psicológico de la palabra; el artista quiere ante todo
vivir su vida y no la que socialmente le convenga. La misión del arte, sin que
deje necesariamente por eso de ser social y humana, se cum ple cultivando sus
valores propios, despreocupándose de las conveniencias que en su esfera son
verdaderas impurezas correspondientes a la situación que se atraviesa. Compromete
el arte en la vida: al final existe la vida, pero no ya el arte. El compromiso
no lo es todo, ni se reduce á nada. Para la calidad del arte, más vale que sea
poca cosa.
El escritor enfrenta muchos otros problemas, y no livianos,
aparte de los problemas sociales. ¿Por qué entonces decretar esa obsesión por
nuestro infortunio ciudadano? ¿Por qua rehusar, aceptando esa misión uniforme,
a gozar de placeres que poniendo entre paréntesis esa desdicha, nos procuren un
positivo refinamiento de nuestras facultades y una paralela profundización del universo?
Duda que el mismo Sartre hubo de sentir: “Ciertamente, en los más grandes
(reconoce, refiriéndose a los más ilustres representantes de esa literatura que
llama de evasión) hay otra cosa. En Gide, en Claudel, en Proust, se encuentra
una experiencia de hombre, mil caminos. Singular procedimiento, hay que
convenir, el que consiste en retirar de una literatura sus representantes más
eminentes, para condenarla.
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