miércoles, 6 de enero de 2021

CONVERSACIONES ENTRE ARBOLES, AUXILIO Y REFUGIO

 


“Piénsalo bien y reconoce que no hay amigo 
como el árbol, adonde quiera que te vuelvas 
siempre lo encuentras a tu lado, vayas pisando 
tierra firme o móvil mar alborotado, estés 
meciéndote en la cuna o bien un día agonizando, 
más fiel que el vidrio del espejo y más sumiso 
que un esclavo.“ 

Nicanor Parra

Las conversaciones
Según el diccionario, el lenguaje es la capacidad que las personas tienen de expresarse. Visto así, solo nosotros seríamos capaces de hablar, ya que el concepto está limitado a nuestra especie. Pero ¿no sería interesante saber si los árboles también son capaces de expresarse? Pero ¿cómo? En todo caso no hay nada que oír, ya que definitivamente son silenciosos. El sonido de las ramas mecidas por el viento, el murmullo del follaje se producen de forma pasiva y no son influidos por los árboles. No obstante, éstos se hacen notar mediante sustancias odoríferas. ¿Sustancias odoríferas como medio de expresión? Incluso para nosotros, los humanos, no nos resulta ajeno. ¿Para qué si no se utilizan los desodorantes y los perfumes? E incluso sin utilizarlos, nuestro propio olor habla al consciente y al subconsciente de las otras personas. Algunas personas simplemente no desprenden olor, mientras que otras desprenden un olor intenso. Desde el punto de vista científico, las feromonas presentes en el sudor son en este sentido incluso decisivas para decidir con quién queremos estar. Así pues, disponemos de un lenguaje de olores secreto, algo de lo que los árboles también pueden presumir. Por otra parte, hace cuatro siglos se hizo una observación en la sabana africana. Allí, las jirafas se alimentan de las acacias de copa plana, lo que a estos árboles no les gusta nada. Para ahuyentar a los grandes herbívoros, las acacias envían en cuestión de minutos sustancias tóxicas a las hojas. Las jirafas lo saben y pasan al siguiente árbol. ¿El siguiente? Primero dejan unos cuantos ejemplares a la izquierda y siguen con su festín unos cien metros más allá. El motivo es asombroso: la acacia atacada emite un gas de aviso (en este caso etileno), el cual indica a los congéneres de los alrededores que se aproxima un peligro. De esta manera, todos los ejemplares que reciben el aviso envían también sustancias tóxicas para prepararse. Las jirafas conocen este juego, por lo que avanzan un poco más a través de la sabana, donde encuentran árboles que no han sido avisados. O bien, trabajan contra el viento. Ya que los olores se expanden con el viento hacia los árboles vecinos y, si los animales se mueven en la dirección contraria del viento, encuentran acacias cercanas que no han sido avisadas de su presencia. Estos procesos también tienen lugar en nuestros bosques, bien se trate de hayas, píceas o robles. Todos detectan la presencia de alguien que merodea cerca de ellos. Cuando una oruga intrépida pega un mordisco, el tejido de alrededor se altera. Además envía señales eléctricas, de la misma forma que ocurre en el cuerpo humano cuando éste es agredido. Sin embargo, este impulso no se propaga de la misma forma que en nosotros, sino sólo un centímetro por minuto. Así pues, se necesita alrededor de una hora hasta que las sustancias tóxicas se depositan en las hojas para estropear el festín a los parásitos. Evidentemente los árboles son lentos, e incluso en peligro, la alta velocidad no es lo suyo. A pesar de este ritmo lento las distintas partes del árbol no funcionan de manera aislada. Por ejemplo, si las raíces están en dificultades, la información se extiende por todo el árbol y puede provocar que, a través de las hojas, se liberen sustancias olorosas. No cualquier sustancia, sino especialmente adecuada para un determinado objetivo. Se trata de otra característica que puede ayudarle a defenderse de la agresión, ya que ante algunos tipos de insectos reconoce de qué villano se trata. 

La saliva de cada especie es específica y puede clasificarse. Se puede clasificar tan bien que, a través de sustancias trampa, los árboles pueden atraer a depredadores que se encargan de la plaga y de esta manera los ayudan. Así, por ejemplo, los olmos y los pinos avisan a pequeñas avispas. Estos insectos ponen huevos en las orugas que comen hojas. Allí se desarrolla la larva de la avispa mientras devora poco a poco a la oruga desde el interior, una muerte poco dulce. No obstante, de esa manera el árbol se libra del parásito y puede seguir creciendo indemne. Por otra parte, el reconocimiento de la saliva es un valor añadido para otra capacidad de los árboles: por lo tanto lógicamente, también tienen que tener un sentido del gusto. Una desventaja de las sustancias odoríferas es que son diluidas rápidamente por el viento. Por eso con frecuencia no alcanzan ni los 100 metros. No obstante cumplen con un segundo objetivo. Dado que la propagación de la señal por el interior del árbol es lenta, a través del aire pueden recorrer mayores distancias de forma más rápida y advertir más a partes del árbol que estén distantes en varios metros con mayor celeridad. Pero con frecuencia no tiene por qué tratarse de un grito de ayuda, necesario para defenderse de un insecto. El mundo animal registra básicamente los mensajes químicos de los árboles, de manera que sabe que allí se produce algún tipo de agresión y que las especies atacantes deben ponerse en marcha.


Aquellos a los que estos pequeños organismos les resultan apetitosos se sienten irremediablemente atraídos. Pero los árboles también son capaces de defenderse a sí mismos. Así, por ejemplo, por la corteza y las hojas del roble circulan taninos amargantes y tóxicos, que o bien matan a los insectos perforadores o bien alteran el sabor lo suficiente para que una deliciosa ensalada se convierta en algo desagradablemente amargo. Los sauces producen salicina para defenderse, la cual tiene un efecto similar. Aunque para nosotros, los humanos, no: la infusión de corteza de sauce, por el contrario, puede aliviar el dolor de cabeza y la fiebre y es el precursor de la aspirina. Naturalmente, una defensa de este tipo necesita su tiempo. Por ello, la colaboración para avisar cuanto antes es de especial importancia. Para ello los árboles no confían exclusivamente en el aire, ya que entonces el aviso no llegaría a todos sus vecinos. Así pues, las señales son enviadas también a través de las raíces, las cuales conectan todos los ejemplares y su acción no depende de las inclemencias del tiempo.

Las raíces interconectadas

Sorprendentemente, las instrucciones no se transmiten sólo químicamente, sino también eléctricamente, con una velocidad de un centímetro por segundo. Comparado con nuestro cuerpo, es obvio que esto es muy lento, pero en el mundo animal existen especies como por ejemplo las medusas o los gusanos en las cuales la velocidad de transmisión de los estímulos es similar. Tan pronto como se ha propagado el aviso, todos los robles de los alrededores bombean taninos a través de sus vasos. Las raíces de un árbol se extienden ampliamente, más del doble de la amplitud de su copa. Así, se producen entrecruzamientos con las raíces subterráneas de los árboles vecinos y contactos a través de adherencias, aunque no en todos los casos, ya que en el bosque también existen las almas solitarias y tipos raros que no quieren tener nada que ver con los colegas. ¿Pueden estos gruñones bloquear las señales de alarma simplemente no compartiéndolas? Afortunadamente no, ya que para asegurar la rápida propagación de los avisos, en la mayor parte de los casos se intercalan hongos. Éstos actúan como la fibra de vidrio de las conducciones de internet. Los finos filamentos atraviesan el suelo y lo entretejen con una densidad prácticamente impensable. Así, una cucharadita de tierra del bosque contiene varios kilómetros de estas “hifas”. A lo largo de los siglos, una única seta puede expandirse varios kilómetros cuadrados y crear una red que se extienda por todo el bosque.

Los hongos o setas comestibles se definen como 

macrohongos que pueden crecer por encima o
por debajo del suelo y cuyo cuerpo fructífero
visible y distintivo suele ser el material recogido
y consumido como alimento. Existe diferencia
entre lo que se denomina un hongo y una seta;
el hongo, es la parte que se encuentra debajo
de la tierra o del medio de cultivo, mientras que la seta,
es la parte visible y comestible.
Generalmente, a las setas también se
les conoce como hongos comestibles.

A través de sus conducciones pasa la información de un árbol a otro y de esta manera les ayudan a agilizar el paso de información sobre insectos, sequías y otros peligros. Qué y cuánta información es intercambiada es algo que hasta el momento está en fase inicial de investigación. Posiblemente existe también contacto entre distintas especies arbóreas, incluso aunque entre ellas se consideren competencia. Asimismo, los hongos siguen su propia estrategia y esta puede ser muy intermediaria y equilibrante.











1 comentario:

  1. Nuevamente,el autor nos sorprende al presentar un tema en el cual, muchas veces, no reparamos:¡Cómo se comunican los árboles.!Si bien es cierto,se conoce desde algún tiempo que ellos utilizan una una sofisticada red de impulsos eléctricos para comunicarse a través de sus enmarañadas raíces subterráneas, ahora nos presenta otros códigos usados tanto para defenderse como para beneficiarse:la toxicidad usada en forma de substancia u olores ...y que cumplen muy bien su cometido,aunque su lentitud o el sentido del viento les juegue en contra .
    Se puede advertir la admiración del autor por los árboles llegando, en un momento hasta a humanizarlos, mostrando a algunos de estos ejemplares como solitarios,nada de receptivos a la comunicación de sus congéneres y llevando una vida, propia y personal .
    Comentario grato de leer por el tono coloquial y, a veces,apelativo, usado por Labbé .

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