“Cuando te encuentras con alguien, aunque sea muy brevemente,
¿Reconoces su ser prestándole toda tu atención?
¿O le reduces a un medio para un fin, un mero papel o función?
¿Cuál es la calidad de tu relación con la cajera del supermercado,
con el empleado del aparcamiento, con el mecánico, con el cliente?”
Eckhart Tolle
La evolución de la palabra lectura proviene del vocablo latín lectura que a su vez deriva del verbo leer (que significa leer), del mismo modo la lectura es la interpretación que se hace de un texto, la lectura en sí es un proceso de naturaleza intelectual donde intervienen funciones sensoriales psíquicas y cerebrales, las que se conjugan para realizar la decodificación, comprensión e interpretación de un conjunto de signos o de un lenguaje que podrían ser visuales o gráficos como letras y programas, signos táctiles como el sistema braille o sonoro como el código Morse.
Pero ¿Cómo surgió este proceso? Según el neurocientífico francés Stanislas Dehaene los primeros humanos que inventaron la escritura y de paso el cálculo, pudieron hacerlo gracias a lo que él denomina reciclado neuronal es decir, que nuestra capacidad para reconocer palabras escritas usa evolutivamente hablando el antiguo sistema de circuitos especializado en el reconocimiento de los objetos, es más que probable que el cerebro lector hubiese explorado senderos neuronales más antiguos diseñados en su origen, no sólo para la visión sino para relacionar está con las funciones lingüística y conceptual, por ejemplo para relacionar el reconocimiento inmediato de una huella con la deducción que indica peligro. Cuando nuestro cerebro se enfrentó a la tarea de leer escribir y calcular, tuvimos a nuestra disposición tres ingeniosos principios de diseño, la capacidad para establecer nuevas conexiones entre estructuras preexistentes, la capacidad para crear áreas especializadas exquisitamente precisas de reconocimiento de patrones de información y la habilidad de aprender a recoger y relacionar la información. Todas las comunidades humanas han realizado un esfuerzo continuo y sistemático para comunicar y codificar, a hacer transmisibles los asuntos y eventos que dan cuenta tanto de la vida cotidiana como de la necesidad vital de descubrir y comprender sus orígenes, de conocer las historias, sagas, leyendas y luchas por su supervivencia. Tal esfuerzo de comunicación y codificación es la base de la más grande producción Cultural: la escritura y su ineludible acompañante la lectura.
Existen evidencias escritas que permiten asegurar que los antiguos griegos practicaban la lectura silenciosa y que en época de la guerra del Peloponeso (es decir entre 431 y el 404 antes de Cristo) ya era algo familiar esta práctica para los públicos que asistían a ver a los poetas dramáticos. Hasta los siglos 2 y 3 después de Cristo leer un libro era leer un rollo, la práctica resultaba incómoda por las proporciones y disposición del papiro y los atriles. Luego los rollos de papiro fueron reemplazados por los códices (Libro manuscrito que tiene importancia histórica o literaria, en especial cuando es anterior a la invención de la imprenta) Que eran más manejables con las hojas unidas entre ellas como en los libros modernos. El lector del Medioevo heredó de la antigüedad un conjunto de conocimientos gramaticales que servían de gran ayuda al lector, facilitando el análisis del texto estando la lectura muy ligada a la religión, la lectura ejercida por unos pocos se desarrollaba en dos escenarios; las bibliotecas de abadías y las catedrales por un lado y, universidades por el otro.
En el siglo 15 el invento de Gutenberg permitió el aumento del material escrito y su circulación a una velocidad sorprendente, este avance tecnológico simplificó la producción de libros convirtiéndolos en objetos relativamente fáciles de confeccionar y más accesibles a una parte considerable de la población. La lectura se convirtió en una actividad de muchas personas en el siglo 18 gracias a la revolución industrial, la introducción de prensas para imprimir utilizando vapor así como los nuevos molinos de papel funcionando también a vapor hicieron bajar notablemente los precios de los libros, a la vez que aumentaban su tiraje.
Leer en silencio, con frecuencia solos, dejando que la mirada recorra la página escrita y que el alma perciba, a través de los signos, las palabras de algún otro. Acto casi imperceptible de tan cotidiano. Y, sin embargo, si reflexionamos un momento, esta asociación entre lectura, silencio y soledad no tiene el carácter evidente que le asignamos.
Como ya señalamos, no es posible referirse a la lectura omitiendo a su correlato inseparable, la escritura, y sin considerar la estrecha unidad de ambas con la lengua hablada. Pero todos sabemos que estar íntimamente unidos no significa compartir la misma historia. A diferencia del habla; la escritura y la lectura no descansan en ningún soporte biológico y no provienen de ninguna facultad propia de la especie. Por definición, cada ser humano es un hablante -debido a su arsenal genético-, pero nadie es por naturaleza un lector y un escritor. La escritura y la lectura son adquisiciones históricas relativamente recientes cuyo desarrollo incluye todas las peripecias de las obras humanas. No son, pues, actos innatos sino sociales, y en consecuencia están sometidos a la apropiación individual y colectiva, con su inevitable dosis de pasión, amor y violencia.
¿Qué es leer? En este sentido técnico restringido, la lectura es un acto de reconocimiento cuyo fin es asociar una serie de elementos gráficos convencionales con una serie de rasgos fonéticos que poseen valor lingüístico en la cadena del habla. Así, asociamos los siguientes signos gráficos Padre, con los signos fonéticos /P/a/d/r/e/, que a su vez constituyen la parte significante de un signo con valor lingüístico Padre, el cual denota un ser querido (Por supuesto, esta no es la única manera en que los seres humanos intercambian mensajes a través de gráficos).
La lectura ha contribuido al aislamiento individual, porque a diferencia de las culturas orales, en las cuales la comunicación pasa de la boca al oído a través de la presencia obligada del narrador, la existencia de textos permite el alejamiento entre el emisor y el receptor del mensaje. El texto transmite y conserva, sin distorsión, la experiencia íntima o colectiva de uno al otro sin ponerlos necesariamente frente a frente. Es el escrito y no el escritor el que está presente, de manera que, en la lectura, el receptor enfrenta únicamente la escritura de un ausente. Tal separación es aceptada y prevista por ambos: por el autor, que debe confiar al texto la transmisión de todo el contenido del mensaje, sin ningún auxilio adicional; por el lector, que, asumiendo esa ausencia, concede sin embargo al texto la misma credibilidad que otorgaría si estas palabras fueran efectivamente pronunciadas por el otro. La lectura es el punto de encuentro entre un lector y los signos escritos por un ausente. Y aunque es una posibilidad inherente al texto, esta concepción acaba por arraigarse de tal modo que resulta difícil imaginar la lectura como otra cosa que un acto solitario y silencioso. Pero no siempre ha sido así. En la historia intelectual de Occidente la lectura en silencio ha sido "inventada", es decir, requerida por ciertas necesidades intelectuales y convertida en práctica cotidiana, aunque circunscrita a un pequeño número de individuos: primero, en torno al siglo IV- A.C. y, después, alrededor del siglo XV. ¿Cómo ha surgido esta experiencia en el individuo y qué modificaciones ha provocado en la "tecnología intelectual del yo"? En una cultura dominantemente oral la lectura en silencio debe ser considerada una innovación extraña porque carece, en principio, de función social. En un medio en que el valor fundamental de la comunicación recae en la palabra sonora, en el prestigio del narrador y en la voz anónima y colectiva que se actualiza, la lectura en silencio no tiene razón de ser. Frente al alto valor emocional de la narración viva y al compromiso psicológico que ésta suscita en el oyente, la lectura solitaria y silenciosa aparece como un acto que, incluso para ser concebido, requiere de condiciones especiales. Es por eso que al irrumpir en una cultura oral, la escritura y la lectura no son percibidas de manera independiente a la voz del lector y no logran aún representar a un autor a la vez distante y mudo. Se lee, pues, en voz alta para otros o para sí mismo. La escritura está sin duda presente como una serie de signos visuales, pero su función primordial es movilizar al sonido que completa al texto mediante la secuencia sonora aportada por la voz del lector. El contenido del mensaje sólo se actualiza en la ejecución en voz alta del lector. De ahí resulta que si el complemento sonoro es indispensable al texto, la lectura en silencio es una anomalía, un hecho antinatural. Leer en silencio es ir a contracorriente, puesto que socialmente se espera que la lectura otorgue cuerpo audible a la palabra congelada en el escrito.
Durante largo tiempo el comportamiento de la voz existió por razones técnicas. Los griegos clásicos se servían de la escritura continua, es decir, sin intervalos entre palabras, lo que hacía prácticamente indispensable la lectura en voz alta. En escritura continua el ojo encuentra dificultades evidentes para reconocer las palabras y requiere del oído, sentido mucho mejor entrenado para reconocer la forma lingüística de la frase. El sentido del mensaje puede ser percibido de manera más eficaz a través del sonido. El texto es un compuesto de signos gráficos, pero para ser actualizado requiere de la voz que lo materializa en el plano sonoro; mientras tanto, juega más bien el papel de guía para la voz del lector, para la voz lectora.
Como ya señalamos, no es posible referirse a la lectura omitiendo a su correlato inseparable, la escritura, y sin considerar la estrecha unidad de ambas con la lengua hablada. Pero todos sabemos que estar íntimamente unidos no significa compartir la misma historia. A diferencia del habla; la escritura y la lectura no descansan en ningún soporte biológico y no provienen de ninguna facultad propia de la especie. Por definición, cada ser humano es un hablante -debido a su arsenal genético-, pero nadie es por naturaleza un lector y un escritor. La escritura y la lectura son adquisiciones históricas relativamente recientes cuyo desarrollo incluye todas las peripecias de las obras humanas. No son, pues, actos innatos sino sociales, y en consecuencia están sometidos a la apropiación individual y colectiva, con su inevitable dosis de pasión, amor y violencia.
¿Qué es leer? En este sentido técnico restringido, la lectura es un acto de reconocimiento cuyo fin es asociar una serie de elementos gráficos convencionales con una serie de rasgos fonéticos que poseen valor lingüístico en la cadena del habla. Así, asociamos los siguientes signos gráficos Padre, con los signos fonéticos /P/a/d/r/e/, que a su vez constituyen la parte significante de un signo con valor lingüístico Padre, el cual denota un ser querido (Por supuesto, esta no es la única manera en que los seres humanos intercambian mensajes a través de gráficos).
La lectura ha contribuido al aislamiento individual, porque a diferencia de las culturas orales, en las cuales la comunicación pasa de la boca al oído a través de la presencia obligada del narrador, la existencia de textos permite el alejamiento entre el emisor y el receptor del mensaje. El texto transmite y conserva, sin distorsión, la experiencia íntima o colectiva de uno al otro sin ponerlos necesariamente frente a frente. Es el escrito y no el escritor el que está presente, de manera que, en la lectura, el receptor enfrenta únicamente la escritura de un ausente. Tal separación es aceptada y prevista por ambos: por el autor, que debe confiar al texto la transmisión de todo el contenido del mensaje, sin ningún auxilio adicional; por el lector, que, asumiendo esa ausencia, concede sin embargo al texto la misma credibilidad que otorgaría si estas palabras fueran efectivamente pronunciadas por el otro. La lectura es el punto de encuentro entre un lector y los signos escritos por un ausente. Y aunque es una posibilidad inherente al texto, esta concepción acaba por arraigarse de tal modo que resulta difícil imaginar la lectura como otra cosa que un acto solitario y silencioso. Pero no siempre ha sido así. En la historia intelectual de Occidente la lectura en silencio ha sido "inventada", es decir, requerida por ciertas necesidades intelectuales y convertida en práctica cotidiana, aunque circunscrita a un pequeño número de individuos: primero, en torno al siglo IV- A.C. y, después, alrededor del siglo XV. ¿Cómo ha surgido esta experiencia en el individuo y qué modificaciones ha provocado en la "tecnología intelectual del yo"? En una cultura dominantemente oral la lectura en silencio debe ser considerada una innovación extraña porque carece, en principio, de función social. En un medio en que el valor fundamental de la comunicación recae en la palabra sonora, en el prestigio del narrador y en la voz anónima y colectiva que se actualiza, la lectura en silencio no tiene razón de ser. Frente al alto valor emocional de la narración viva y al compromiso psicológico que ésta suscita en el oyente, la lectura solitaria y silenciosa aparece como un acto que, incluso para ser concebido, requiere de condiciones especiales. Es por eso que al irrumpir en una cultura oral, la escritura y la lectura no son percibidas de manera independiente a la voz del lector y no logran aún representar a un autor a la vez distante y mudo. Se lee, pues, en voz alta para otros o para sí mismo. La escritura está sin duda presente como una serie de signos visuales, pero su función primordial es movilizar al sonido que completa al texto mediante la secuencia sonora aportada por la voz del lector. El contenido del mensaje sólo se actualiza en la ejecución en voz alta del lector. De ahí resulta que si el complemento sonoro es indispensable al texto, la lectura en silencio es una anomalía, un hecho antinatural. Leer en silencio es ir a contracorriente, puesto que socialmente se espera que la lectura otorgue cuerpo audible a la palabra congelada en el escrito.
Durante largo tiempo el comportamiento de la voz existió por razones técnicas. Los griegos clásicos se servían de la escritura continua, es decir, sin intervalos entre palabras, lo que hacía prácticamente indispensable la lectura en voz alta. En escritura continua el ojo encuentra dificultades evidentes para reconocer las palabras y requiere del oído, sentido mucho mejor entrenado para reconocer la forma lingüística de la frase. El sentido del mensaje puede ser percibido de manera más eficaz a través del sonido. El texto es un compuesto de signos gráficos, pero para ser actualizado requiere de la voz que lo materializa en el plano sonoro; mientras tanto, juega más bien el papel de guía para la voz del lector, para la voz lectora.
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