Homero, Canto XIII, 98-105
El nombre proviene del episodio en la Odisea en el que Ulises pide a sus marineros que lo aten al mástil de su barco para poder escuchar el canto de las sirenas, que según le había advertido Circe, encantan y resultan letales para los marineros. Mientras los marineros tienen tapados los oídos con cera, Ulises permanece atado al mástil, habiendo dado la orden de que no se le desatara incluso si lo pedía, sino que más bien se le atara todavía con más fuerza, si suplicaba lo contrario.
En esta historia destacan
ideas relevantes. En primer lugar, es importante destacar que Odiseo o Ulises no
toma su decisión solo, sino en colaboración con un experto en el tema, que en
este caso es Circe, quien era una diosa, hija del Sol y de la oceánide Perse,
que vivía en la isla de Eea, a donde llega Ulises en su intento de volver a
Ítaca. Circe, enamorada de Ulises, lo retiene con sus hombres un año en su
isla, aunque finalmente accede a cumplir su promesa de dejarlo ir y ayudarle en
su regreso a casa. Así, Circe le advierte sobre las sirenas y le explica lo que
tiene que hacer para salvarse, luego le propone dos posibles caminos a seguir,
explicándole sus respectivos peligros: o bien la otra posibilidad puede intentar
pasar por las rocas Errantes, por donde sólo la nave Argo ha logrado pasar
cuando el viaje de los Argonautas, o bien puede intentar pasar entre Escila, un
monstruo de doce pies y seis cuellos, y el peligroso remolino de Caribdis. Al
final, es Odiseo quien debe decidir entre los dos caminos que tomar.
Circe a Ulises
“Oye ahora lo que voy a decir y un dios en persona te lo recordará más tarde.Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro.
Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz,
ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole,
llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares;
sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto,
sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor
enorme montón de huesos de hombres putrefactos
cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo
y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda,
previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga;
mas si tú desearas oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos,
derecho y arrimado a la parte inferior del mástil,
y que las sogas se liguen al mismo;
y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas.
Y caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten,
átenle con más lazos todavía.”
En el episodio de
las sirenas, uno de los detalles más relevantes es que Ulises pide ser atado al
mástil. Siendo el líder de su tripulación, les ordena, paradójicamente, que no
escuchen a sus ruegos de ser desatado en el momento de escuchar el canto de las
sirenas. Las sirenas, seres mitad mujer mitad aves, instan a Odiseo a acercarse
y parar la nave. Cuando Ulises efectivamente pide que lo desaten, Perimedes y
Euríloco lo atan con nuevos lazos. Esto sugiere una enorme confianza de parte
de Ulises en sus compañeros. Esta confianza surge, en gran parte, de que la responsabilidad
y los peligros son compartidos por todos. Cabe destacar también que en la
decisión de Odiseo, tanto él como su tripulación, así como también Circe,
estuvieron de acuerdo en la resolución. Es importante señalar que la
tripulación de Odiseo confiaba en la táctica que usarían pues el consejo
provenía de una diosa.
Sin saberlo firmamos continuamente contratos de Ulises para
no sucumbir a la tentación. Conocedores de que uno no es un sólo yo, sino la
suma de varios y que si ahora somos racionales, mañana ante una tentación bien
podemos no serlo. Por eso la máxima de Sócrates "Conocéte a ti mismo"
es tan difícil, porque no somos la misma persona a todas horas, si
no que dependiendo del momento somos una u otra y todos estos estados
diferentes de un yo es bueno conocerlos, embridarlos y manejarlos.
El argumento de
Ulises no era del todo racional, pues en ese caso no habría necesitado atarse
al mástil, ni completamente irracional, pues no se abandonó a sus deseos. En
lugar de eso, utilizó el consejo de Circe para lograr por medios indirectos el
mismo resultado que una persona completamente racional podría haber logrado de
manera directa. En la batalla que libran nuestras pasiones y nuestros intereses,
parece que esta racionalidad subóptima es lo máximo a lo que podemos aspirar.