martes, 6 de octubre de 2020

EL CONCEPTO DE DIOS

“Pero había descubierto que las cosas 
imaginarias eran a menudo lo único 
que tenía verdadera sustancia en la vida.” 

El aliento de los dioses
Brandon Sanderson


“Incluso luego, en las trece noches que siguieron a aquella, 
instintivamente se aferraron a las pequeñas cosas. 
Las grandes cosas siempre quedaban dentro. 
Sabían que no tenían adonde ir. 
No tenían nada. Ningún futuro. 
Así que se aferraron a las pequeñas cosas.” 

El dios de las pequeñas cosas
Arundhati Roy

 


“Dios ha muerto. Dios sigue muerto. Y nosotros lo hemos matado. 
¿Cómo podríamos reconfortarnos, los asesinos de todos los asesinos? 
el más santo y el más poderoso que el mundo ha poseído
se ha desangrado bajo nuestros cuchillos: 
¿quién limpiará esta sangre de nosotros? 
¿Qué agua nos limpiará? 
¿Qué rito expiatorio, qué juegos sagrados deberíamos inventar? 
¿No es la grandeza de este hecho demasiado grande para nosotros? 
¿Debemos aparecer dignos de ella? 

La gaya ciencia 
Friedrich Nietzsche


A lo largo de algunas de las presentaciones a cerca del concepto de dios, se recurre a la frase acuñada por Nietzsche sobre la muerte de Dios. Para seguir con la misma imagen diríamos que la idea de un concepto que no se entierra junto al muerto podría explicar la dispersión del texto. Esta es la sugerencia que hace Alajandro Tomasini, cuando dice que: “la muerte de Dios, no es entonces más que la expresión de la carencia de un concepto, el concepto de Dios”. Para Francois Houtart, el estudio sociológico nos explica que estamos viviendo una época donde Dios es una palabra que se ha diversificado, que es parte de un discurso fragmentado. Nos presenta una divinidad producida por las condiciones sociales y que responde a intereses diversos y, en ocasiones, contrarios. Al dictamen del historiador el filósofo del lenguaje y el sociólogo, se suma el de Hans Saettele que presenta la postura del psicoanálisis:


Freud afirma que la condición de posibilidad 
de la relación a un origen común, en tanto 
es condición de posibilidad del lazo social, 
no es otra cosa que el asesinato del padre, 
esto es, la abolición del origen en tanto real. 
Sólo el padre muerto puede devenir Dios, 
padre simbólico y origen absoluto. 
Dios no es otra cosa que la reencarnación, 
un proceso de elación, del padre asesinado.

La propuesta de un concepto muerto que nace como consecuencia de una elaboración del asesinato del padre, y que da origen a la cultura, es un argumento más para los que descartan que exista un espacio común para la reflexión. Estos autores nos ayudan a entender por qué los discursos se desparraman sin la menor intención de encontrarse. Nos presentan a Dios en la vitrina de un peculiar museo antropológico. El de la sala de las lenguas, el de las estructuras sociales, el de los procesos psíquicos o la historia de las ideas. A este museo se suman Albert Kasanda, presentando el concepto negro africano de Dios, Jorge Velásquez Delgado, que habla de Marsilio Ficino y el Renacimiento italiano, y Armando Cíntora, que analiza los fundamentos de la axiología propuestos por Larry Laudan. Al parecer este podría ser el destino de todo debate filosófico que aborda el tema del concepto de Dios. El de presentar la historia de una secularización que terminó avergonzándose de su pasado, de haber sido tan ingenua o inmadura, por haber podido creer en algo así. La reflexión filosófica en torno a la divinidad parece un ejercicio expiatorio, un intento por separarse de lo que se presenta como un momento ya superado en el desarrollo humano. ¿Será este el sentido de esta recopilación: el reconocer que su búsqueda corresponde a un desarrollo incompleto de la psique humana o a los intereses de clase o a un uso incorrecto del lenguaje? Luis Villoro nos presenta una reflexión que titula “El concepto de Dios y la pregunta por el sentido”. El filósofo no considera que el análisis del lenguaje haya dicho su última palabra en torno a la búsqueda de sentido. Nos sugiere retomar el debate recordándonos que si la pregunta es por el sentido debemos clarificar de qué estamos hablando. Al respecto nos sugiere que: “Podemos ahora proponer una definición aproximada: tener sentido es un elemento integrado en una totalidad de modo que adquiera valor en ella. El sentido de un hecho o de un ente es, pues, aquello por lo cual pertenece a un todouno”.

El mundo es la suma de los hechos. Decir que la Divinidad es el sentido del mundo es afirmar que no puede ser un hecho más en esa suma, aunque puede manifestarse en todo hecho. Por ello, la Divinidad es trascendente a cualquier hecho. No porque fuera una entidad existente en otra región de hechos (en un cielo o un trasmundo) sino porque no es un ente, sino aquello por lo que todo ente tiene sentido y valor. Si enumeramos todas las cosas que componen el universo, la Divinidad no podría aparecer en esa suma; al igual que el sentido y el valor de una vida no podrían registrarse como un acontecimiento entre los que la componen, ni el sentido de una máquina de reduce a uno de sus engranes. La pregunta por el sentido se sitúa a una distancia razonada del mundo que la enuncia. La dispersión de los conceptos se produce en un discurso que lo permita enlazar a partir de sus desencuentros. El mundo de los hombres se deconstruye ante la comprensión de un hombre que lo puede seguir expresando. El rescate del sentido surge de las ruinas, de los escombros de una Torre de Babel que simboliza el discurso de la modernidad. Las obras de reconstrucción han permitido toda ingenuidad. Como parte de esta tarea se exige una revisión de la historia de la filosofía. Volver a la escena del crimen y reconstruir los hechos. Dulce María Granja acude puntualmente a la cita y nos aclara que: “Según el método kantiano, Dios no es ya un ser trascendente, es decir, el objeto supremo que existe más allá de toda experiencia. Ahora pasará a ser un ideal trascendental”.

Pero ¿para qué fin puede haber sido creada la negación de Dios? Esta puede ser elevada mediante actos de caridad. Porque si alguien acude a ti y te pide ayuda, no lo despedirás con palabras piadosas, diciéndole: ‘¡Ten fe y cuenta tus penas a Dios!’ Actuarás como si no hubiera Dios, como si hubiera una sola persona que pudiera ayudar a ese hombre, sólo tú mismo.

 

 

 


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