“Mientras por su naturaleza la vida tiende al pluralismo,
a la variedad de coloridos, a organizarse y constituirse de manera independiente,
en definitiva, a realizar su libertad, el sistema postotalitario exige monolitismo,
uniformidad y disciplina; mientras la vida tiende a crear estructuras inverosímiles
siempre nuevas, el sistema postotalitario le impone las situaciones más verosímiles".
El poder de los sin poder
Václav Havel
La pluralidad de
las tendencias humanas parece, según los conocimientos de que disponemos, que
el ser humano es el único que encuentra dificultades para ser lo que es. Por esto
tal vez podríamos decir, que en nuestro caso vivir no está exento de
dificultades. Nuestra vida no se limita a un despliegue espontáneo de nuestras
capacidades, sino que se desarrolla en una situación que cambia constantemente.
Adopta así la forma de un combate por superar una multitud de problemas que se
suceden incesantemente. Estos son a veces radicales, y ponen en peligro nuestra
integridad; pero, habitualmente, lo que ponen más bien en peligro es los
proyectos que emprendemos. No es que
vivamos constantemente a la defensiva; muchas veces esos proyectos se dirigen a
imponernos sobre la realidad. Pero tanto la defensa como el ataque forman parte
del combate. Y el combatiente no actúa tan sólo según su voluntad, pues se
encuentra a merced de su rival. Es claro que este carácter agresivo de nuestra
vida lo compartimos con los otros seres animados. Podríamos decir que el grado
de perfección del viviente estriba en su mayor o menor capacidad para superar
los obstáculos que le asaltan, e, incluso, en la mayor susceptibilidad ante
ellos, pues una vida más amplia implica una mayor vulnerabilidad: cuantas más
pretensiones, más flancos se ofrecen. Lo que, sin
embargo, no parecemos compartir con los otros animales es la vacilación angustiosa,
la duda paralizante; parece que el animal tiene problemas, pero no se los
plantea reflexivamente, no los vive como tales. El animal sufre, huye, desiste,
se entristece y desespera, pero todo ello forma en él una unidad con el fluir
de su vida, y no se plantea alternativas en su conciencia mientras renuncia a
ellas.
Ser animal debe ser a veces fatigoso. Para ser animal sólo hace falta serlo; el hombre, en cambio, puede ser humano de muchas maneras, y emprender una u otra en un momento dado se encuentra en sus manos. Pero no es sólo lo externo lo que nos plantea problemas. Las dificultades se encuentran también dentro de nosotros mismos. Del mismo modo que la situación en que actuamos es compleja y cambiante, también lo somos nosotros. Diría que es bastante compleja: nuestra vida se organiza en torno a nuestras tendencias y no resulta fácil reducirlas todas a la unidad. Y, por añadidura, cambiante: las diversas tendencias hacen sentir su influjo sucediéndose unas a otras en virtud de causas que a menudo ignoramos.
Tender, en primer lugar, alberga una connotación temporal. No se puede hablar de tendencia si no hay un movimiento determinable según un antes y un después. Se trata de un concepto muy amplio que se puede aplicar a todo lo real, desde lo inanimado a lo animado, y que podemos describir como una orientación inscrita en un ser y capaz de originar en él un cambio. Por eso aceptar su existencia equivale a afirmar que es posible la copertenencia entre movimiento y móvil, entre forma y eficiencia, pues el cambio originado por el tender excluye la inercia. Esto se ve claramente en la vida. Considerar a un ser vivo al margen del movimiento es desconocerlo como lo que es, es decir, como viviente, pues vivir es inseparable de las operaciones vitales. Por eso se puede decir que somos capaces de apoderarnos del tiempo, de vivirlo, en la medida en que tenemos tendencias, porque tener tendencias implica que el tiempo no sólo pasa por nosotros como algo externo y perturbador, sino que forma parte de lo que somos. Y hasta tal punto nos determina que cabe afirmar que, más que tener tendencias, somos seres tendenciales.
A lo largo de la historia del pensamiento se han ensayado varias clasificaciones de las tendencias humanas, que, de un modo u otro, siempre han constatado, al menos en el nivel de los fenómenos, esta pluralidad. Los seres humanos compartimos algunas con los otros cuerpos y con los vivientes vegetales. En este sentido, somos la sede de procesos originados interiormente. Los antiguos atribuían sin vacilar tendencias a los seres inanimados; algo a lo que el mecanicismo nos ha desacostumbrado. Hablaban de inclinación natural, afirmaban, por ejemplo, que los cuerpos con más peso caen porque tienden hacia su lugar natural, y lo mismo podríamos decir de las diversas propiedades de cada uno de los elementos y compuestos materiales. Lo cierto es que, aun prescindiendo de la física y la cosmología de la antigüedad, parece que debemos atribuir tendencias también a los seres sin conocimiento, sean orgánicos o inorgánicos, en la medida en que estamos dispuestos a afirmar que en algunas ocasiones son ellos los que actúan o que les corresponden realmente determinadas propiedades. Pero, como cognoscentes, somos también sujetos de otro tipo de tendencias. Son las que han recibido el nombre de apetitos elícitos (apetito: “tender hacia”, elícito: es el apetito que resulta de un conocimiento previo), es decir, aquellas que se suscitan respecto de los objetos de nuestro conocimiento. Habitualmente son éstas las que se toman en consideración cuando se estudia al hombre.
Solemos hablar de las tendencias sensibles como de algo que se encuentra constitutivamente en el viviente, como inclinaciones u orientaciones de éste que sólo necesitan una ocasión propicia para manifestarse. Pero es preciso no olvidar que la ocasión propicia no sirve de nada en este caso si no media el conocimiento, que es una de las actividades del viviente. En realidad no hay tendencias sensibles propiamente dichas, es decir, actuantes, hasta que el objeto es conocido, pues, a diferencia de las tendencias naturales, el conocimiento del sujeto forma parte de la tendencia. Así pues, podemos hablar de dos estados de la tendencia: uno latente y otro manifiesto. La tendencia conocida se traduce en lo que solemos llamar sentimientos, pasiones o emociones. Ortega lo expresa con una bella imagen: “si las tendencias son el viento, los sentimientos son las velas”. Como toda imagen, es buena sólo a medias, pues no puede hacernos olvidar que, en realidad, las tendencias sensibles son inseparables de los sentimientos, ya que, la tendencia sensible es una mera posibilidad de “tender” hasta que de hecho conocemos. Por así decir, el viento de que hablamos no afecta a la nave, sino en la medida en que su vela es por él henchida. Esto explica porqué la misma tendencia puede producir modos de vivir distintos según se vierta en unos sentimientos o en otros; y sugiere que unos sentimientos más diversificados equivalen a un mejor aprovechamiento de aquélla. Por otra parte estas tendencias se despiertan respecto de ámbitos determinados de lo real, y sólo en la medida en que se encuentran conectados de algún modo con el organismo y sus necesidades.
Ser animal debe ser a veces fatigoso. Para ser animal sólo hace falta serlo; el hombre, en cambio, puede ser humano de muchas maneras, y emprender una u otra en un momento dado se encuentra en sus manos. Pero no es sólo lo externo lo que nos plantea problemas. Las dificultades se encuentran también dentro de nosotros mismos. Del mismo modo que la situación en que actuamos es compleja y cambiante, también lo somos nosotros. Diría que es bastante compleja: nuestra vida se organiza en torno a nuestras tendencias y no resulta fácil reducirlas todas a la unidad. Y, por añadidura, cambiante: las diversas tendencias hacen sentir su influjo sucediéndose unas a otras en virtud de causas que a menudo ignoramos.
Tender, en primer lugar, alberga una connotación temporal. No se puede hablar de tendencia si no hay un movimiento determinable según un antes y un después. Se trata de un concepto muy amplio que se puede aplicar a todo lo real, desde lo inanimado a lo animado, y que podemos describir como una orientación inscrita en un ser y capaz de originar en él un cambio. Por eso aceptar su existencia equivale a afirmar que es posible la copertenencia entre movimiento y móvil, entre forma y eficiencia, pues el cambio originado por el tender excluye la inercia. Esto se ve claramente en la vida. Considerar a un ser vivo al margen del movimiento es desconocerlo como lo que es, es decir, como viviente, pues vivir es inseparable de las operaciones vitales. Por eso se puede decir que somos capaces de apoderarnos del tiempo, de vivirlo, en la medida en que tenemos tendencias, porque tener tendencias implica que el tiempo no sólo pasa por nosotros como algo externo y perturbador, sino que forma parte de lo que somos. Y hasta tal punto nos determina que cabe afirmar que, más que tener tendencias, somos seres tendenciales.
A lo largo de la historia del pensamiento se han ensayado varias clasificaciones de las tendencias humanas, que, de un modo u otro, siempre han constatado, al menos en el nivel de los fenómenos, esta pluralidad. Los seres humanos compartimos algunas con los otros cuerpos y con los vivientes vegetales. En este sentido, somos la sede de procesos originados interiormente. Los antiguos atribuían sin vacilar tendencias a los seres inanimados; algo a lo que el mecanicismo nos ha desacostumbrado. Hablaban de inclinación natural, afirmaban, por ejemplo, que los cuerpos con más peso caen porque tienden hacia su lugar natural, y lo mismo podríamos decir de las diversas propiedades de cada uno de los elementos y compuestos materiales. Lo cierto es que, aun prescindiendo de la física y la cosmología de la antigüedad, parece que debemos atribuir tendencias también a los seres sin conocimiento, sean orgánicos o inorgánicos, en la medida en que estamos dispuestos a afirmar que en algunas ocasiones son ellos los que actúan o que les corresponden realmente determinadas propiedades. Pero, como cognoscentes, somos también sujetos de otro tipo de tendencias. Son las que han recibido el nombre de apetitos elícitos (apetito: “tender hacia”, elícito: es el apetito que resulta de un conocimiento previo), es decir, aquellas que se suscitan respecto de los objetos de nuestro conocimiento. Habitualmente son éstas las que se toman en consideración cuando se estudia al hombre.
Solemos hablar de las tendencias sensibles como de algo que se encuentra constitutivamente en el viviente, como inclinaciones u orientaciones de éste que sólo necesitan una ocasión propicia para manifestarse. Pero es preciso no olvidar que la ocasión propicia no sirve de nada en este caso si no media el conocimiento, que es una de las actividades del viviente. En realidad no hay tendencias sensibles propiamente dichas, es decir, actuantes, hasta que el objeto es conocido, pues, a diferencia de las tendencias naturales, el conocimiento del sujeto forma parte de la tendencia. Así pues, podemos hablar de dos estados de la tendencia: uno latente y otro manifiesto. La tendencia conocida se traduce en lo que solemos llamar sentimientos, pasiones o emociones. Ortega lo expresa con una bella imagen: “si las tendencias son el viento, los sentimientos son las velas”. Como toda imagen, es buena sólo a medias, pues no puede hacernos olvidar que, en realidad, las tendencias sensibles son inseparables de los sentimientos, ya que, la tendencia sensible es una mera posibilidad de “tender” hasta que de hecho conocemos. Por así decir, el viento de que hablamos no afecta a la nave, sino en la medida en que su vela es por él henchida. Esto explica porqué la misma tendencia puede producir modos de vivir distintos según se vierta en unos sentimientos o en otros; y sugiere que unos sentimientos más diversificados equivalen a un mejor aprovechamiento de aquélla. Por otra parte estas tendencias se despiertan respecto de ámbitos determinados de lo real, y sólo en la medida en que se encuentran conectados de algún modo con el organismo y sus necesidades.
Interesante comentario.Es una invitación a ver hacia el interior del hombre y cómo aceptamos o vivimos nuestra pluralidad.El ser humano,es el albergue propio, de todos los colores del arco iris y esto es algo definitivamente enriquecedor. Estamos impelidos
ResponderEliminara tomar decisiones,a cada segundo,que de alguna manera afectan nuestra vida cotidiana, si realmente somos conscientes de nuestra existencia ...o , a dejarnos arrastrar por el devenir de los días.En ocasiones,esas decisiones problematizan nuestra existencia, pero es entonces cuando más conscientes estamos de nuestra existencia vital...
Este artículo es un llamado a hacernos protagonistas , héroes y antihéroes de nuestra propia vida .