“Una lágrima, pero solo una”
Pocas manifestaciones emocionales tienen tanta fuerza expresiva,
motivadora y en ocasiones perturbadora como el llanto. Aunque es un
comportamiento humano universal, y de seguro ninguna persona adulta puede negar
que haya llorado unas cuantas veces por causas emocionales a lo largo de su
vida, la mayor parte de gente tiene una actitud ambivalente ante el hecho de
llorar.
Por un lado, se identifica la relación de las lágrimas con
el alivio, aunque sea momentáneo, de los sentimientos que las provocan, sobre
todo si es sufrimiento; por otro, el llanto se suele considerar algo que hay
que contener, regular y disimular en un alto número de circunstancias.
Por ejemplo, en una encuesta aplicada a treinta y dos
personas de diferentes edades, aunque pertenecientes a un grupo social similar,
la mayoría admite sentir alivio, desahogo, y algunos incluso una sensación
agradable de relajamiento y sueño después de llorar; pero muchos de ellos refieren
llorar a solas o delante de personas de extrema confianza, y casi siempre se
contienen y tienden a ocultar sus lágrimas en todo lo que sea posible.
Si bien los procesos del llanto se pueden explicar y
comprender desde un punto de vista fisiológico y psicológico, existe una serie
de variables que parecen tener estrecha relación con los sistemas de valores,
la cultura y los condicionamientos impuestos por diversos grupos sociales en determinadas
épocas de la historia.
Como el nombre indica, las lágrimas emocionales son aquellas
que nacen de emociones intensas. Según el portal de Internet del Diccionario de
la Real Academia de la Lengua Española, una emoción es una “Alteración del
ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción
somática”.
Según el psicólogo ítalo-argentino-colombiano Walter Riso,
las emociones pueden catalogarse como un “subproducto arcaico del cerebro” y
como tales, están emparentadas con procesos muy antiguos de interacción con el
medio y defensa de la propia integridad física. Riso habla de dos tipos de
emociones:
Primarias
“Las emociones
primarias son aquellas con las que nacemos. Son naturales, no aprendidas, cumplen
una función adaptativa, son de corta duración y se agotan a sí mismas. Las más
importantes son el dolor, el miedo, la tristeza, la ira y la alegría, cada una
con funciones particulares que facilitan la adaptación de la persona a cierto
tipo de cambios y situaciones, así como su interacción con el medio.
Secundarias
"Son aprendidas,
mentales, y aunque algunas de ellas, bien administradas, puedan llegar a ser
útiles, no parecen cumplir una función biológica adaptativa. Son defensivas o
manifestaciones de un problema no resuelto, y casi siempre implican
debilitamiento del yo”, dice Riso
Que estas emociones pueden considerarse prolongaciones
mentales de las emociones primarias, El dolor, la información corporal que nos
permite saber cuándo un órgano anda mal, se extendió a supuestos “órganos
mentales” y nació el sufrimiento.
El miedo, el encargado de protegernos ante el peligro, se
trasladó anticipatoriamente y creó la ansiedad.
La tristeza, que permite desactivar el organismo para su
posterior recuperación, se generalizó en un sentido autodestructivo en lo que
se conoce como depresión psicológica.
La ira, la principal fuerza interior para vencer obstáculos,
se almacenó en forma de rencor y sentimiento.
La alegría, la más poderosa e importante de las emociones,
fue duramente restringida o convertida en apego al placer. (Riso, 1997: 24)
Las lágrimas emocionales también dejan una visible huella en
el rostro de quien ha llorado. De igual manera, estas señales suelen funcionar como
una evidencia y muchas veces son las que dan cuenta de la intensidad y duración
del llanto, incluso cuando la persona se ha preocupado de disimularlo.
Por estas características se podría decir que el llanto, a
más de ser un proceso fisiológico de depuración
orgánica ante las emociones intensas, es también un medio de comunicación.
Las lágrimas de
angustia, de miedo, de inquietud que expresan valores amenazados por el mundo
intruso; las lágrimas del deseo
insatisfecho que expresan valores irrealizados o irrealizables; las lágrimas de
la desesperación que expresan valores irrealizables; las lágrimas de tristeza,
de duelo que expresan valores perdidos. Según Stern, entonces, el llanto
proviene de una valoración de un objeto, de un deseo, de un anhelo o de una
relación que se ha perdido (lágrimas de duelo y tristeza), que tememos perder (lágrimas
de angustia y miedo), que sabemos imposible de alcanzar (lágrimas de
desesperanza y deseo insatisfecho) o, me atrevería a agregar, que sorpresivamente
alcanzamos, en la realidad o la
imaginación (lágrimas de alegría o de emoción).