lunes, 30 de julio de 2018

EL NÚCLEO DURO DE LA CONCIENCIA


Este trabajo está basado en investigaciones, ensayos y charlas realizadas por el neurobiólogo  Dr. Francisco Varela en el Mind and Life Institute de Paris. 2001.

Rompiendo el tabú
Para la ciencia siempre ha sido de gran interés la relación que existe entre conciencia y cerebro. Esta es una dimensión en que la ciencia ha evolucionado mucho puesto que, sin ir más lejos, hace tan sólo diez o quince años atrás, el mismo término era problemático y hoy en día, sin embargo, es motivo de investigación en todo el mundo.
Para iniciar el análisis es importante aclarar la imposibilidad de estudiar la conciencia sin preguntar al sujeto experimental lo que experimentaba. Esta fue una propuesta llena de sentido común que supuso una auténtica revolución para los neurocientíficos que, hasta ese momento, sólo habían prestado atención por la tecnología.
Recordemos que, a mediados del siglo pasado los conductistas habían desterrado el testimonio personal del ámbito de la investigación científica, desdeñándolo como dato esencialmente distorsionado.
Para que esta renovación del interés en el estudio de la conciencia no resulte patente desde fuera de esa cosa tan singular a la que llamamos comunidad científica, cada vez resulta más evidente la extraordinaria importancia que poseen los datos que puede proporcionar el sujeto experimental. Algunas personas llaman a este método fenomenología, experiencia personal o vivencia en primera persona, nombres todos ellos igualmente válidos. Pero, independientemente de la terminología utilizada, la ciencia parece estar empezando a cambiar la actitud con respecto al ámbito de los subjetivo.
Hoy en día existe una amplia diversidad de métodos en primera persona que son más o menos sofisticados hasta el punto de que parte del debate actual gira en torno a los métodos más adecuados a cada circunstancia.

La otra mitad de la historia
Para ilustrar la utilidad que poseen los datos en primera persona podemos plantear lo que ocurre en el cerebro cuando uno tiene una imagen mental.
“Supongamos, por ejemplo, que les muestro esta hoja de papel en blanco, y luego les propongo que cierren los ojos y se la imaginen. La cuestión es si la imagen mental visualizada es de la misma naturaleza que la imagen vista. Ésta es una pregunta cuya respuesta empezó a buscarse en la actividad o inactividad de la corteza visual. Pero la reapuesta que nos proporcionó la investigación realizada en el laboratorio fue muy interesante, en algunas modalidades de imaginería visual, la corteza visual permanece tan activa como cuando uno ve la imagen mientras que, en otros casos, permanece casi inactiva”.

“Cuando, por ejemplo, les propongo que cierren los ojos e imaginen que están dibujando el mapa del camino que hicieron desde sus casas hasta llegar a esta sala, la corteza visual no está muy activa, pero sí que lo está cuando recorren ese tramo.
También existen diferencias individuales en el funcionamiento del cerebro ya que, para desempeñar la misma tarea, la mitad de la población mantiene activa la corteza visual , cosa que no ocurre con la otra mitad. Esta investigación parece responder a la pregunta formulada sobre si todo el mundo presenta el mismo tipo de pautas cerebrales, por cuanto pone de relieve la existencia de un estilo personal de visualización que genera pautas de activación muy diferentes." Este descubrimiento, parece sugerir la necesidad de disponer de datos proporcionados por la primera persona. Y es que, por más coherentes que sean los métodos utilizados por la neurociencia para el estudio de la mente, su interpretación puede ser completamente errónea si no van acompañados de la información proporcionada por el sujeto que se ha sometido al experimento. Si las investigaciones ahora mencionadas sobre imágenes mentales se hubieran basado exclusivamente en técnicas de imagen cerebral, por ejemplo, los resultados hubieran sido muy confusos puesto que, en tal caso, nos hubiéramos visto obligados a concluir que, la mitad del tiempo, la corteza visual permanece activa y la otra mitad inactiva, dependiendo del paradigma experimental utilizado. De este modo, si el único análisis posible de los datos hubiera sido el procesamiento estadístico, nos habríamos quedado con las manos vacías porque, de ese modo, no hubiéramos advertido los diferentes efectos sobre la corteza visual provocados por los distintos estilos de visualización que utilizan las personas. El único modo de comprender lo que está ocurriendo consiste en pedir a las personas que nos expliquen, del modo más concreto posible, lo que estaban haciendo mentalmente mientras se registraba su actividad cerebral. Y es que, a falta de ese tipo de datos de primera persona, la neurociencia está tuerta.

Un experto en el mundo interno 
Un aspecto fundamental de este enfoque (que todavía, por cierto, se halla en pañales) tiene que ver con la pericia del sujeto que realiza la observación. Y es que ser capaz de pasear por un jardín y de ver las plantas no nos convierte en buenos botánicos ya que, para ello, se requiere de la adecuada formación. "Tal vez resulten evidentes las grandes diferencias interpersonales que existen en la capacidad de observar la propia experiencia, pero lo cierto es que se trata de algo muy novedoso - y hasta diría que revolucionario - para la investigación científica occidental. Me parece muy curioso que todo el mundo admita con tanta facilidad que uno tiene que entrenarse para llegar a ser un buen deportista, un buen músico o un buen matemático, pero que al mismo tiempo crea que, en lo referente a la observación de la propia experiencia, no hay nada que aprender. Resulta difícil subestimar la ceguera de nuestra cultura a este respecto." Por ello, se debe corregir el sesgo de los métodos subjetivos proporcionados por la primera persona recurriendo a métodos objetivos (a los que denomina métodos de segunda y de tercera persona). Así, los datos de la "primera persona" son los que nos proporciona el sujeto que tiene la experiencia, los de la "segunda persona" provienen de un observador adecuadamente entrenado y los de la "tercera persona" son los ligados a las medidas objetivas utilizadas por la ciencia. "La idea consistiría en combinar el método de primera persona (que requiere de un adecuado entrenamiento) con el enfoque empírico de la tercera persona (que es el que utiliza la neurociencia actual). Consideremos, en tal caso, lo que ocurriría con una investigación electroencefalográfica que nos permitiese determinar los distintos tipos de actividad eléctrica que se llevan a cabo en el cerebro. El nuevo enfoque que proponemos nos proporcionaría dos versiones diferentes de la misma historia, los datos del EEG (procedentes del enfoque en tercera persona) y el relato proporcionado por el sujeto que nos dice, por ejemplo, que estaba experimentando sorpresa (procedente de la primera persona). La cuestión, pues, consistiría en combinar ambas fuentes para poder así comprender no sólo la experiencia, sino también su fundamento biológico y orgánico. Resumiendo, pues, la cuestión consistiría en redescubrir la importancia de la visión de la primera persona, y la hipótesis de trabajo trataría de utilizar el enfoque empírico para corroborar la descripción realizada por la primera persona. Pero ello nos obligaría, por supuesto, a desarrollar una disciplina sostenida de observación, una idea aparentemente muy novedosa en Occidente.

Una salida en falso 
En 1992, se realizo en Dharamsala (ubicado en las estribaciones indias del Himalaya) un encuentro de científicos, entre los que se hallaba Richard Davison, con la intención de investigar el funcionamiento de algunos monjes y yoghis. Refirido a una investigación que siguió al tercer encuentro del Mind and Life, con el objeto de estudiar la actividad cerebral de meditadores avanzados, yoguis que vivían en pequeñas cabañas ubicadas en las montañas de los alrededores de Dharamsala. En esa investigación participaron Francisco Varela, Richard Davidson, Cliff Saron (colega de Davidson), Greg Simpson, y Alan Wallace actuó como intérprete. Todos los días, durante varias semanas, el equipo de investigación –armado de una carta de presentación subía penosamente el EEG (electroencefalograma) y otros sofisticados instrumentos a lo alto de las montañas para entrevistarse con algún que otro yogui. Y todos los días tropezaban con el mismo escepticismo y los mismos problemas, entre los que cabe destacar la negativa de los yoguis a dejar que se registrase su funcionamiento cerebral. Como muy acertadamente dijo uno de ellos: "No creo que lo que esos aparatos puedan medir tenga mucho que ver con lo que sucede durante mi meditación. Además, si la conclusión a que arribasen fuera que no ocurre nada, ello podría sembrar la duda en la mente de los practicantes". Así fue como, por un motivo u otro, la mayoría de los yoguis acabaron declinando la invitación. Las conclusiones que extrajo Francisco Varela de ese fracaso fueron varias. Una de ellas es que resulta ingenuo solicitar su colaboración para participar en un experimento científico a un yogui que lleva veinte años meditando y no tiene el menor interés en la ciencia. Este tipo de colaboración sólo es posible con tibetanos occidentalizados o con occidentales muy avanzados en la práctica de la meditación. La segunda conclusión fue que las condiciones de ese tipo de investigación son demasiado precarias si las comparamos con el rigor y precisión que nos permiten los centros de investigación. Resulta mucho más conveniente, por tanto, llevar el yogui al laboratorio que el laboratorio al yogui. "Esa fue una experiencia muy interesante que sirvió para que nos diésemos cuenta de que, para poder investigar las habilidades que realmente nos interesan, necesitamos la tecnología adecuada. No bastan, pues, las rudimentarias medidas psicológicas utilizadas en esa temprana ocasión, como el tiempo de reacción. Hoy en día disponemos de una tecnología eléctrica mucho más sofisticada. La experiencia es muy fugaz y, en consecuencia, se escapa de técnicas como el estudio metabólico del flujo sanguíneo que, si bien son muy útiles para otros casos, resultan demasiado lentas para el que ahora nos ocupa, porque son necesarios varios minutos para registrar un aumento del flujo sanguíneo en ésta o en aquella parte del cerebro. "El lapso de tiempo en que sucede una experiencia es así – dijo Francisco Varela chasqueando los dedos, y lo que tenemos que estudiar es miles de veces más rápido, algo que no se produce en el orden de los segundos, sino de los milisegundos. Por ello, las técnicas de medición deben ser de tipo eléctrico u, ocasionalmente, magnético. Y, para hacerlo, tenemos que centrar nuestra atención en estados mentales muy, muy simples y registrar los cambios eléctricos que se llevan a cabo en la superficie del cerebro utilizando para ello un electroencefalógrafo o un aparato muy sofisticado de tipo cuántico que nos permita registrar los campos magnéticos y que, en modo alguno, podríamos llevar hacia los meditadores. Además, también hay que decir que el asunto no sólo consiste en medir, sino en procesar analíticamente los datos obtenidos, un campo en el que hemos avanzado muchísimo, ya que hoy en día disponemos de técnicas que nos permiten extraer gran cantidad de información de datos muy sencillos.

La melodía del cerebro 
Esbozando luego dos objetivos complementarios del programa de investigación emprendido por el Mind and Life Institute. El trabajo de Francisco Varela se centro en la dinámica de la actividad mental de un determinado instante, mientras que la investigación de Richard Davidson se dedicaría a explorar los cambios permanentes que se producen en el cerebro durante un intervalo de meses e incluso de años. "La aparición de la ira, por ejemplo, va acompañada de un período refractario durante el cual uno tiene tiempo para advertir la emergencia de la ira y tratar de suprimir la acción que suele acompañarla. Pero, para ello, es necesario comprender muy bien el funcionamiento dinámico de un instante de la experiencia. ¿Cómo se origina un instante de conciencia, un instante de actividad cognitiva, de percepción o de emoción, por ejemplo? Sólo cuando lo comprendamos, podremos advertir las posibles aplicaciones de esa comprensión y trabajar con ella... pero, por el momento, no sabemos gran cosa al respecto."

Cuando se produce un acto cognitivo - cuando, por ejemplo, tenemos una percepción visual -, esa percepción no se limita a generar una imagen retiniana, ya que son muchas las áreas del cerebro que en ese momento se ponen en funcionamiento. El problema, es el modo en que todas las partes activadas se unifican en una totalidad coherente. Y es que cuando, por ejemplo, le veo a usted (comenta Francisco Varela), el resto de mi experiencia - mi postura y mi tono emocional - no se disgrega, sino que sigue conformando una totalidad. "¿De qué modo ocurre todo eso? Yo concibo que cada una de las distintas regiones del cerebro constituye una especie de nota musical, es decir, que cada una de ellas tiene un determinado tono. ¿ Y por qué hablamos de tono? Porque, empíricamente hablando, las distintas neuronas del cerebro se encuentran en un proceso de continua oscilación. Es como si cada una de ellas hiciera whomp (se hinchara) y luego puff (se deshinchara) – expuso Francisco Varela al tiempo que ilustraba su comentario con una extensión y contracción de sus brazos y, en el momento del whomp, es cuando las olas procedentes de diferentes regiones del cerebro se sincronizan y empiezan a oscilar simultáneamente. "Y es precisamente cuando las distintas oscilaciones se armonizan y oscilan sincrónicamente (lo que se llama entrar en fase) que el cerebro establece una determinada pauta - es decir, que tenemos una percepción -, o llevamos a cabo un determinado movimiento."


Concluyendo cada una de esas oscilaciones constituye una especie de nota musical distinta que, cuando se combinan, crean la música. En ese momento es cuando las distintas pautas de oscilación procedentes de todo el cerebro se funden espontáneamente para crear la melodía, es decir, el momento de la experiencia. Ése es el whomp. Y debo subrayar algo que me parece fundamental y es que toda esa música se crea sin que sea necesaria la presencia de ningún director de orquesta. No existe, en nuestro interior, ningún hombrecito que diga: "Ahora te toca a ti, ahora a ti y ahora a ti" - dijo Francisco Varela, moviendo los brazos en el aire como si fuera un director de orquesta. Las cosas no funcionan así. El mecanismo básico de la integración cerebral consiste en la sincronización provisional de grupos neuronales que se hallan desperdigados por todo el cerebro. Éste me parece un hermoso modo de describir nuestros hallazgos sobre la dinámica de aparición de un instante de la experiencia.

Las familias del cerebro
Entonces (continuó Francisco Varela) ¿Existen diferencias interindividuales al respecto? ¿Cuáles son las variables que determinan su mayor o menor velocidad? ¿Se trata acaso de un proceso estable? ¿Depende de la edad?, Todas esas preguntas me parecen muy interesantes, probablemente se trate de algo muy constante, porque parece que el cerebro se atiene a una ley universal que afecta incluso a los animales. Pero las distintas pautas concretas parecen variar de un individuo a otro en función de su aprendizaje y de su historia personal. O, dicho en pocas palabras, todavía no tenemos las cosas muy claras al respecto. Si se coloca electrodos en diferentes partes del cerebro podrá registrar la presencia de una determinada oscilación. Si coloca otro electrodo en otra región cerebral, advertir la presencia de otra oscilación (de otro whomp). Y hay un momento en que ambas oscilaciones entran en sincronía, es decir, que empiezan y finalizan al mismo tiempo. Ése es el mecanismo básico. - Lo que podemos detectar en una determinada región dependiendo la distancia a la que coloquemos los electrodos. Efectivamente, nosotros utilizamos un casquete de electrodos que recubre todo el cráneo. Y si nos preocupamos por lo que ocurre entre regiones muy separadas, es porque nos interesa la integración a gran escala. Cuando las neuronas están muy juntas - es decir, cuando se trata de una integración a pequeña escala, resulta casi inevitable que se sincronicen porque, de hecho, están conectadas entre sí siguiendo con esta misma analogía, es si una familia de Dharamsala está sincronizada con una familia de Delhi porque, en tal caso, resultaría incuestionable la presencia de algún mecanismo de sincronización interneuronal. Entonces, Francisco Varela proyectó la diapositiva de una imagen [condición de percepción] en blanco y negro muy contrastado que, a primera vista, parecían meras manchas, pero que, tras un escrutinio más detallado, evidenciaba el rostro de una mujer. – ¿Lo ven ahora? – preguntó -. Una vez que lo hayan visto resulta ya casi imposible dejar de verlo, ¿no es cierto? Éstas son las llamadas caras lunares (como las caras que pueden verse en la superficie de la luna) o, dicho en otras palabras, rostros con un contraste muy marcado. No son fáciles de ver, pero casi todo el mundo puede verlas con cierta facilidad si presta atención. Estas caras se reconocen fácilmente cuando se presentan derechas. 


¿Pero acaso pueden verla también ahora? , dijo Francisco, proyectando entonces la misma imagen pero invertida -. Son muy pocas las personas que pueden verla, porque ahora los estímulos invertidos resultan más difíciles de reconocer. Para el propósito de nuestro estudio, denominamos a la primera imagen "condición de percepción" (que las personas no tardan en reconocer) y a la otra "condición de no percepción" (porque no suelen ser reconocidas).



La anatomía de un instante mental

Luego, Francisco proyectó un gráfico que mostraba la secuencia y temporización de su investigación sobre la deconstrucción de un instante mental." En un determinado experimento, Francisco y su equipo pidieron a los voluntarios del laboratorio de París que estaban siendo controlados electroencefalográficamente que presionaran un botón en el mismo instante en que reconociesen una imagen. Toda la secuencia discurre a una velocidad de extraordinaria rapidez que debe medirse en milisegundos, es decir, en milésimas de segundo.
Como evidencia el gráfico, la mente se pone en funcionamiento durante los primeros 180 milisegundos posteriores a la presentación de la pauta en blanco y negro. El acto de reconocimiento se produce entre los 180 y los 360 milisegundos que siguen a la presentación, es decir, cerca del final del primer tercio de segundo. En el siguiente sexto de segundo, el cerebro de la persona vuelve a descansar de ese acto de reconocimiento. El movimiento - la acción de pulsar el botón - se lleva a cabo durante el próximo sexto de segundo. Y toda la secuencia finaliza antes de haber transcurrido tres cuartos de segundo.



Durante la primera décima de segundo no ocurre nada, algo que suelo imaginar como si el cerebro estuviera tratando de ponerse en funcionamiento – comenta Francisco, haciendo brrommbrrrooomm, como si estuviera poniendo en marcha un motor, como si todos los grupos neuronales estuvieran tratando de establecer vínculos para sincronizarse - señalando la primera cabeza del diagrama, en la que apenas si hay líneas de conexión y la imagen todavía no ha sido reconocida. En la siguiente cabeza aparecen súbitamente multitud de conexiones (representadas por las líneas continuas) que van estableciendo vínculos entre células cerebrales ubicadas en regiones diferentes. Entonces empiezan a formarse los grupos y emerge una pauta distintiva. Se trata, ciertamente, de un caso de emergencia, porque nadie les dijo que debía haber una sincronización entre éste y aquel electrodo, pongamos por caso. La sincronización, se produce de un modo completamente independiente. Y sabemos, por otro tipo de evidencias, que tal cosa ocurre cerca de un tercio de segundo después de la aparición del estímulo, es decir, en el momento en que la persona reconoce la presencia de un rostro. Después del momento del reconocimiento pueden ver la presencia de muchas otras líneas que representan, precisamente, lo opuesto de la sincronía. Y es que, en ese momento, el cerebro se desincroniza y cada parte funciona a su aire. Entonces es cuando el whomp se convierte en puff – agregó Francisco, moviendo enérgicamente sus manos en torno a su cabeza o, dicho en otras palabras, entonces el cerebro dice "Borra esa pauta de oscilación"."

– ¿Sería posible llevar a cabo un estudio que no se centrase tanto en los estímulos visuales como en los auditivos, en los sonidos? ¿Advertiríamos entonces la presencia de los mismos procesos de sincronización y desincronización propios de la segunda y de la tercera fase? ¿Y podría luego compararse esa dinámica con la propia del estímulo visual para ver si, en ambas, aparece la misma pauta en la tercera fase? –Ya hemos hecho ese experimento – replicó Francisco y también hemos descubierto la presencia de la misma pauta. Éste es un experimento que hemos llevado a cabo con la audición, con la memoria y con el conflicto atencional entre lo visual y lo auditivo, y, en todos los casos, obtenemos los mismos resultados, la presencia de una determinada pauta en el momento de emergencia de la percepción, seguida de un momento de reconocimiento y de una pauta posterior que acompaña al momento de la acción (es decir, al momento de pulsar el botón). En el momento en que la persona recuerda que debe pulsar el botón se produce una nueva sincronización entre un nuevo conjunto de neuronas. Así pues, aparece el reconocimiento, luego puff, la desincronización y, cuando la persona recuerda que debe pulsar un botón, hace falta una nueva pauta o sincronía entre un nuevo conjunto de neuronas. –Parece, entonces, que el papel de esas neuronas concluye una vez establecida la sincronía. Así es dijo Francisco, es una función meramente provisional. Y eso es, justo, lo que resulta más interesante, porque constituye una especie de demostración de la provisionalidad de los factores mentales - concluyó Francisco, refiriéndose a los elementos básicos que, según el modelo de la mente sustentado por el Abhidharma budista, componen cada instante de la conciencia. Vienen y van y están ligados a pautas neuronales provisionales. Éste fue para mí un gran descubrimiento. Es como si el cerebro se desarticulase activamente y facilitara así una apertura que permitiese el cambio de un momento al siguiente. Primero existe un reconocimiento y luego una acción, pero el paso de uno a otro está puntuado. No se trata, pues, de un flujo continuo, sino de algo así como "percepción... coma... acción". Y esto es algo que se presenta sistemáticamente en cualquier tipo de condiciones. La temporízación de la mente. Los resultados de la investigación dirigida por Francisco Varela concuerdan con los obtenidos por otros investigadores que se han ocupado de temporalizar los movimientos sutiles de la mente. El neurocirujano de la facultad de medicina de la University of California de San Francisco Benjamin Libet, por ejemplo, descubrió que la actividad eléctrica de la corteza motora se origina, aproximadamente, un cuarto de segundo antes de que la persona sea consciente de su intento de mover un dedo. Y otro cuarto de segundo separa la conciencia de la intención de mover el dedo del comienzo del movimiento. Así pues, las investigaciones dirigidas por B. Libet y por F. Varela ponen de relieve la presencia de elementos - de otro modo invisibles que, en nuestra experiencia, se presentan como un único evento, como sucede con el reconocimiento de un rostro o con el movimiento de un dedo. Los instrumentos de medición son muy sensibles, ya que permiten registrar lo que sucede en el orden de los milisegundos. ¿Pero existe acaso también algún diato entre la exposición inicial y el reconocimiento en el caso de que se les muestre a los sujetos la fotografía de un rostro tan familiar que el reconocimiento suceda de un modo inmediato sin necesidad de pensar en ella ni de recordarla? - Éste es un experimento que también hemos se ha llevado a cabo y la respuesta es nuevamente afirmativa ya que, aunque la brecha es en tal caso menor, no deja sin embargo, por ello, de presentarse.

La distinción entre los procesos mentales conceptuales y los no conceptuales ¿Estarían ustedes de acuerdo en que ello sugeriría que el primer momento es de tipo no conceptual (es decir, una mera percepción visual que aprehende la forma en cuestión) y el segundo momento es de tipo conceptual (en el que el sujeto reconoce "Ajá! De modo que se trata de esto!")? Porque debo decirles que tal cosa corroboraría las afirmaciones de la psicología budista. –Eso es, precisamente, lo que le lleva a pulsar el botón - señaló Francisco Varela. Recuerden que primero dice: "Ajá!á. Reconozco esto" y que sólo después pulsa el botón. Y éste es un momento francamente conceptual, mientras que el primero no es más que la percepción de una pauta sin ningún tipo de mediación conceptual.

También se corrobora la afirmación de la psicología budista de que el primer momento es una percepción meramente visual y no conceptual y de que el segundo, independientemente de su duración, es de tipo conceptual? ¿Les parece realmente así? Cuando miro, por ejemplo, a un amigo, reconozco su rostro de inmediato sin tener la menor necesidad de imaginármelo. Parece que es algo que ocurre instantáneamente pero, en realidad... –En realidad, el proceso no dura menos de doscientos milisegundos. Y eso es, precisamente, lo que afirma el budismo. Hablando en términos muy generales, parece tratarse de un proceso instantáneo, pero, en realidad, no lo es. Primero aparece la impresión y posteriormente se produce el etiquetado, es decir, el reconocimiento conceptual. Aun cuando se trate de algo que parece inmediato es imposible, en condiciones normales, comprimir un instante mental de conciencia en un lapso inferior a ciento cincuenta milisegundos. El primer momento de la cognición visual, pongamos por caso, consiste en la percepción pura –es decir, en la percepción despojada de toda etiqueta – pero, poco después, se produce una cognición mental, el susurro de un pensamiento que se origina en la memoria y nos permite etiquetar y reconocer el objeto percibido visualmente. Según el budismo, pues, la comprensión de que el primer momento de la cognición es no conceptual y de que los momentos posteriores son conceptuales constituye la puerta de acceso a la liberación interna. Y es que la comprensión de la naturaleza de la construcción continua de la realidad constituye un paso necesario (aunque, en sí mismo, no suficiente) para liberarnos de la inercia de los hábitos mentales.

Afirmar, por ejemplo que las emociones distorsionan la percepción es una interpretación de la que no estoy muy satisfecho, porque sugiere la existencia de una percepción y de una emoción posterior que se le superpone. Desde otro punto de vista, sin embargo, la emoción, es decir, la tendencia al movimiento constituye una especie de predisposición del organismo al encuentro del mundo. No se trata, por tanto, de que uno tenga una percepción y luego la tiña con una emoción, sino que el mismo acto de encuentro con el mundo – la percepción – ya se ve esencialmente conformado por la emoción o, dicho de otro modo, que no existe percepción sin componente emocional. Yo reservaría únicamente el término distorsión para aquellas percepciones ilusorias en la que la emoción perdura tanto que acaba convirtiéndose en disfuncional o patológica. En condiciones normales, sin embargo, toda percepción va acompañada de una emoción. Diez personas por ejemplo reaccionarán de modo diferente ante ciertos objetos visuales complejos (como un rostro neutro que no expresa la menor emoción) en función de su temperamento emocional. Así pues, la reacción de una persona ansiosa durante los primeros doscientos milisegundos será muy diferente a la de quien tenga un temperamento más calmado. Esta diferencia inmediata (de tipo atracción versus rechazo) en las pautas de actividad neuronal en respuesta al estímulo de un rostro neutro ha sido detectada en el área fusiforme, una región del cerebro que se ocupa del registro de los rostros. El interés aquí es que esa diferencia pudiera deberse a un proceso conceptual, es muy sutil. Aunque se advierta, en los doscientos primeros milisegundos, diferencias interindividuales, creo que debe haber un punto – tal vez en los primeros cien milisegundos – en el que sólo exista percepción visual (mera apariencia) que luego va seguida – quizás en los cien milisegundos posteriores de una cognición conceptual.

Mi hipótesis en suma es que, durante los primeros cien milisegundos, no existe diferencia interindividual y que las variaciones atribuibles al temperamento sólo aparecen después de haberse puesto en marcha el aparato conceptual. – La evidencia de que disponemos parece sugerirla – El primer momento de la percepción visual depende ya del estado mental anterior, pero sólo en el sentido de que la claridad de la experiencia se basa en el momento anterior y que ello no modifica su apariencia pura. La segunda fase, en la que ya se pone en funcionamiento el juicio –en función del sentimiento positivo o negativo que le acompañe constituye un evento completamente nuevo. Pero yo sigo sospechando la existencia de un momento –que tal vez no dure más que una décima de segundo en el que la percepción visual no se ve afectada por el temperamento, la salud, la edad, etcétera. – Creo que todavía no estamos en condiciones de poder determinar con precisión ese punto, pero existe alguna evidencia de que la imagen que veo ha sido conformada por los datos anteriores. Es cierto que el cerebro articula los datos en función de las expectativas, los recuerdos y las asociaciones, pero también lo es que todo ello no es, en modo alguno, determinante. Creo en que algo puede provenir del momento anterior y no creo que exista evidencia de ningún tipo de apariencia visual pura. Las cosas siempre ocurren en el contexto de lo que acaba de suceder y de otros eventos del pasado que se hallen en la memoria operativa. No creo que podamos determinar, pues, la existencia de un instante, por más pequeño que éste sea, en el que sólo exista percepción. – ¿De qué modo podría la neurociencia verificar este punto? –para responder a ella deberíamos perfeccionar todavía más nuestros instrumentos de análisis cuya resolución, en la actualidad, sólo nos permite una discriminación del orden de los setenta milisegundos. Todo parece indicar que, entre los primeros setenta y cien milisegundos, las personas reaccionan de manera muy similar. Las diferencias interindividuales de actividad cerebral sólo empiezan a manifestarse después de los primeros cien milisegundos. Existe un método que utiliza el mismo tipo de medida eléctrica y que consiste en detectar la actividad del tallo cerebral antes de que se extienda a la región más elevada del cerebro, la corteza. Y es muy improbable que, a ese nivel, existan diferencias interpersonales. Tal vez, sea ése el momento que queremos definir, un momento en el que no existe ninguna diferencia entre las personas y que no refleja gusto, disgusto ni expectativa alguna, sino que se trata del puro y simple input sensorial.

Según entiendo – Ocurre entre los treinta y cinco y cuarenta primeros milisegundos. – Pero eso es imposible de corroborar mediante el testimonio de la primera persona. y también resulta difícil de imaginar que la neurociencia pueda llegar a determinarlo. Lo único que necesitamos para ello son métodos más sofisticados que nos permitan discriminar con mayor precisión la dinámica de aparición de una percepción. Y si tal cosa no es posible con las técnicas indirectas de las que hoy en día disponemos para determinar el funcionamiento del tallo cerebral, deberemos esperar hasta el desarrollo de métodos más sofisticados y precisos. Poco a poco vamos haciendo las cosas mejor, y la resolución que hemos logrado alcanza ya el orden de las decenas de milisegundos, lo cual ya es mucho, aunque los niveles más sutiles sigan todavía escurriéndosenos de entre las manos. Y debo señalar que éste es uno de los aspectos de la colaboración de la que antes hablábamos... en el caso de que existiera alguien que lo averiguase lo cual, en principio, no parece nada imposible. Entonces una teoría concreta para poder verificarla de forma experimental es que el primer momento de la percepción es no conceptual y que, en él, uno simplemente tiene una impresión. En un segundo momento, sin embargo, se pone en marcha algún tipo de identificación. Y aunque uno esperase que tal pauta se mantuviera sospecho que, cuando cierra los ojos y tiene una imagen exclusivamente mental, no existe la misma secuencialización de una imagen seguida de una identificación, sino que ambas se presentan de modo simultáneo.En tal caso, no habría intervención alguna del tallo cerebral! Ésta me parece una sugerencia realmente brillante! En el caso de la imagen pura, en el caso de las imágenes puramente mentales, no parece haber mediación alguna del tallo cerebral (que ocurre durante los primeros cuarenta milisegundos). Cuando uno contempla una imagen externa, el procesamiento sensorial activa el tallo cerebral, pero tal cosa no sucede, con las imágenes puramente mentales ya que, en ese caso, lo único que se activa es la corteza. – ¿habría alguna diferencia entre una situación en la que sólo tiene una percepción visual, y otra en la que se produce un proceso de pensamiento (de atracción o de rechazo, por ejemplo) al mismo tiempo que se da cuenta de lo que está viendo?, Otro caso sería el de tener la percepción visual y luego cerrar los ojos, de modo que ya no estuviera contemplando sino experimentando los procesos de pensamiento asociados. ¿Existe alguna diferencia de actividad cerebral en ambos casos? – En el caso de que el estímulo visual se halle presente lleva a cabo una activación del tallo cerebral, cosa que no sucede cuando el estímulo visual está ausente. Pero también me parece ciertamente dudoso que podamos ser conscientes de la actividad del tallo cerebral. Según la moderna neurociencia, el único modo de tornarnos conscientes de la actividad del tallo cerebral exige que esa actividad alcance la corteza, lo cual resulta ciertamente paradójico. Lo que, dicho de otro modo, significa que no podemos ser conscientes de la actividad exclusiva del tallo cerebral porque, para ello, es necesario que la información alcance la corteza. –Tal vez –agregó entonces los yoguis avanzados puedan tener conciencia de la actividad del tallo cerebral antes de que la activación alcance la corteza, pero eso es algo que Occidente ignora por completo. La importancia del relato en primera persona combinado con los párrafos precedentes, es decir, los experimentos de reconocimiento de rostros con el uso del relato en primera persona como instrumento de análisis. Justo estamos empezando este tipo de experimentos, pero ahora, en lugar de proyectar diapositivas y pedir al sujeto que pulse un botón, le instamos a que, después de cada presentación, nos cuente su experiencia y el estado de ánimo en el que se encontraba antes de la estimulación ("Estaba distraído", "Estaba pensando en mi novia", "Estaba realmente preparado"). De ese modo obtenemos un pequeño relato –pero no, por ello, menos fenomenológico – en primera persona. "Los sujetos con los que hemos trabajado eran muy inteligentes, y aunque no estaban muy entrenados, no tardamos en descubrir la presencia de varios tipos diferentes de predisposición. El primer grupo presentaba lo que denominamos "prontitud estable" (es decir, estaban relajados y atentos); el segundo grupo se caracterizaba por una "prontitud expectante"; el tercer grupo estaba ligeramente distraído, y el cuarto, por último, estaba formado por personas muy poco preparadas y que hacían cualquier cosa como, por ejemplo, fantasear.

No cabe la menor duda de que la fiabilidad de los informes proporcionados por los sujetos incluidos en esas cuatro categorías es muy diferente. Los integrantes de los dos primeros grupos –es decir, los sujetos que estaban relativamente dispuestos (con o sin expectativa) – presentaban pautas cerebrales de gran oscilación y actividad. Quienes, por el contrario, no estaban preparados – es decir, quienes estaban distraídos o divagando presentaban pautas mucho menos coherentes y sincrónicas." – Pero, si están distraídas, debe haber cierta actividad cerebral. O, dicho en otras palabras, aunque se trate de pensamientos distractivos siguen siendo actividades cerebrales. Así que hay dos casos de falta de preparación, uno de ellos es el caso en que la mente está activa pero distraída y el otro es la simple falta de concentración en el que la persona realmente no presta atención, sino que cae en la lasitud o, por usar un término clásico budista, en el embotamiento. El hecho es que parece haber dos modos diferentes de afrontar la misma tarea. Por un lado tenemos a las personas distraídas, es decir, a las personas cuyas pautas son tan distintas que no acaban de coordinarse de manera estable y, por el otro, a las personas que abordan la tarea de un modo más concentrado y en las que las pautas se combinan de un modo estable. Esto fue realizado con sujetos que no estaban muy entrenados. Me parece evidente que, si hemos podido detectar diferencias trabajando con personas normales y corrientes, esas diferencias sean mayores cuando trabajemos con personas más expertas y que tal vez entonces podamos también establecer discriminaciones mucho más sutiles y podamos emprender una auténtica colaboración. "Volver a las cosas mismas". El intento científico de comprender lo que ocurre en el momento de la percepción o de la experiencia y en el minucioso análisis realizado al respecto por el budismo. Porque creo que la ciencia puede usarlo para establecer hipótesis muy concretas. – ¿Cuáles son las condiciones que deberían cumplir los sujetos – tanto normales como entrenados para utilizar adecuadamente la metodología de primera persona?. Los métodos de primera persona (es decir, la persona que tiene la experiencia), de segunda persona (el entrevistador experto) y tercera persona (los métodos objetivos) – son formas diferentes de validar datos que pueden acabar formando parte del conocimiento intersubjetivo, es decir, del conocimiento válido para todo el mundo.


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