“El infierno está vacío y los demonios están aquí”
William Shakespeare
El Primer Duelo o El Despertar de la Tristeza
William Adolphe Bouguereau -
1888
“Yahveh dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel?
Contestó: No sé. ¿Soy
yo acaso el guarda de mi hermano?
Replicó Yahveh: ¿Qué has hecho?
Se oye la sangre de tu hermano clamar a
mí desde el suelo."
Libro de Génesis 4 (9-10)
“Y vió Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra,
y
que todo designio de los pensamientos del corazón
de ellos era de continuo
solamente el mal.
Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió
en su corazón.”
Libro de Génesis 6 (5-6)
Las crueldades padecidas por millones de seres
humanos durante el siglo XX no dejan de impresionar: guerras civiles y
mundiales, bombardeos que arrasan ciudades, sistemas políticos totalitarios,
campos de exterminio, campos de trabajo, bombas atómicas, genocidios, matanzas
tribales, atentados terroristas, torturas, persecuciones religiosas, etc. Y no
menos en estas dos primeras décadas del nuevo siglo: los medios audiovisuales
difunden cotidianamente noticias y reportajes sobre asesinatos, degollamientos,
vilezas, perversiones, atrocidades, violencia contra las mujeres, que dejan a
centenares de miles de espectadores aterrorizados, indignados, sin aliento,
confusos. La contemplación de tanto dolor y sufrimiento, además de conmover, ha
originado agudos interrogantes en torno al origen, causas y efectos del mal en
la vida humana.
Estamos ante uno de los problemas morales con
mayores obstáculos para ser esclarecido por parte de la filosofía. Sin embargo,
a pesar de esto, o quizá por ello mismo, la filosofía no puede dejar de
analizar la maldad desde diversas perspectivas, todas ellas interconectadas:
metafísicas, epistemológicas, religiosas, antropológicas, éticas, políticas e incluso
estéticas. El enigma o misterio del mal es uno de los más constantes acicates
del pensamiento. Sin las muertes, dolores y sufrimientos que produce la maldad,
quizá el filosofar hubiera sido apagado por los avances científicos y tecnológicos.
Hay dimensiones del existir en sociedad que provocan persistentes preguntas en
torno a la naturaleza humana, a las facultades que la caracterizan, entre ellas
la inteligencia y la libertad.
Una de las tareas principales de la filosofía
moral y teoría política consiste en ofrecer razones en contra de las
incorrecciones, inmoralidades, injusticias y maldades: cotidianas o históricas,
superables o imperdonables, sutiles o brutales.
Pero ¿es posible una delimitación conceptual de
la maldad humana?
Intuitivamente podemos comprender que remite a aquellas acciones
voluntarias de sujetos libres que provocan dolores y sufrimientos injustificados
a otras personas en un contexto social en el que suele haber testigos que las
reprueban, apoyan o incluso ante ellas se muestran indiferentes. Según esta definición,
cabe investigar la maldad desde tres ángulos personales, en parte
complementarios:
1.- Quién realiza el mal de modo voluntario.
2.- Quién padece el daño.
3.- Quién contempla la acción malvada.
Lo que Leibniz denomina mal moral puede ser expresado con mayor acierto
por quién desconozca la clasificación leibniziana, como que existen malas
acciones que pueden alcanzar una cierta justificación en determinados casos. La
expresión “mal moral” tal vez sugiere que al igual que hay malas acciones y
malas personas tildadas de inmorales, también puede haber malas acciones y
malas personas consideradas como morales, es decir, que consiguen alcanzar
algún tipo de bien para sí o para otros, a pesar de violar un determinado
código ético vigente en un concreto marco social o tradición. El mal moral cabría
incluso ser concebido como mal menor, una elección o comportamiento que aunque
posee ingredientes de mal, es mejor que otras decisiones o actos, que sí son
claramente malvados o injustos. La maldad, sin el adjetivo o calificativo de “moral”.
No es necesario. El sustantivo se refiere, por tanto, a las decisiones y
acciones que realizan libremente personas y por ello son los responsables, pero
con tal grado de perversión y crueldad que constituyen un es cándalo para el
común de los mortales, de difícil comprensión, una injusticia imposible,
humanamente, de perdonar y subsanar. No podemos abandonar la tarea intelectual
de esclarecer por qué los seres humanos libres extienden el mal a su alrededor
más de lo imaginable, cuáles son los retos filosóficos que plantea tal
sobreabundancia de maldades y dolores inútiles, y cómo se produce su contagio
social patente en guerras, masacres y crímenes. De lo contrario permaneceremos
sumergidos en una ceguera y pasividad lamentables ante uno de los problemas teóricos
y prácticos más complejos a los que se ha tenido que enfrentar nuestra especie
desde el inicio de la humanización.
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