“Un buen
escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras;
a la inversa del mal
escritor, que dice cosas
insignificantes con palabras grandiosas.”
Heterodoxia
Ernesto Sábato
“Si he
perdido la vida, el tiempo,
todo lo que tiré como un anillo al agua,
Si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he perdido la vida, si he perdido la voz
Si he perdido la voz
todo lo que tiré como un anillo al agua,
Si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he perdido la vida, si he perdido la voz
Si he perdido la voz
Me queda la
palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre
Todo lo que era mío y resultó ser nada
Si he cegado las sombras en silencio
Me queda la palabra
Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi padre
Si abrí los labios hasta desgárrarmelos
Me queda la palabra.
Si los labios abrí, si me los desgarré
Si he perdido la vida, si he perdido la voz
Si he sufrido la sed, si he cegado las sombras
Me queda la palabra.”
Me queda la palabra
Agua VivaSi he sufrido la sed, el hambre
Todo lo que era mío y resultó ser nada
Si he cegado las sombras en silencio
Me queda la palabra
Si abrí los labios para ver el rostro puro y terrible de mi padre
Si abrí los labios hasta desgárrarmelos
Me queda la palabra.
Si los labios abrí, si me los desgarré
Si he perdido la vida, si he perdido la voz
Si he sufrido la sed, si he cegado las sombras
Me queda la palabra.”
Me queda la palabra
La palabra no se autonombra, redondea su significado y se
conforma imitando su sentido o tratando de hacerlo. Se miran decir, se oyen
mirando. Esta posibilidad, el conocimiento es, entre otras cosas, una especie
de manual de uso de la lengua, un instructivo semántico para hallar palabras
dentro de las palabras.
Para
ilustrarlo con un ejemplo se podría decir que la relación en que se encuentran el
significado y la palabra es semejante a la que se da entre un cheque bancario en
blanco y un billete de papel-moneda. Si bien uno se presenta para ser usado
como el billete es dinero efectivo, el cheque posee sólo un valor potencial, no
está en el talonario preparado para ser usado, sino que es preciso formalizarlo
previamente (asignarle un valor y firmarlo con indicación de fecha y lugar).
Así la palabra, como el billete o el cheque formalizado, es la unidad
semiológica (signo o conjunto de signos) habilitada para ser usada de forma
inmediata. Se guarda en nuestra memoria como un billete en el bolsillo, en
espera de ocasión de uso. Si el poseedor de un talonario tuviera la ocurrencia
de disponer algunos cheques formalizándolos y asignándoles un valor preciso en
espera de una circunstancia de pago, los habría transformado en algo muy
parecido a los billetes. De la misma manera se transforman los signos en
palabras cuando dejan de ser unidades
semiológicas
virtuales con relación al uso y adquieren un valor determinado. Según Ferdinandde Saussure, al lado de las realmente existentes, hay palabras que a la vez
existen y no existen o existen sólo en potencia.
De esta idea
se puede ensayar una distinción más precisa que consideraría cuatro tipos de
palabras en este orden de cosas: virtuales, reales, ocasionales y usuales. Palabra virtual sería aquella que no ha
habido, ni se conoce ocasión en que haya sido usada, pero se admite su
posibilidad, pues está bien formada con arreglo a los paradigmas y esquemas morfológicos
de una lengua, en el caso del español; infradormir es palabra española en este
sentido tan buena como cualquier otra.
Palabra real o actual sería la
efectivamente usada en un caso determinado, la que en un acto, en una
actualidad del hablar, ha hecho su aparición al margen de su condición anterior:
es la palabra realmente dicha y sólo mientras es dicha, la palabra viva, plena
de todo su sentido que es vinculación a una situación asimismo viva, vinculación
triple al que la emite, al otro determinado y a las cosas que nombra. Palabra ocasional es la virtual en el
momento de hacerse actual. Su actualidad no le libra de su ocasionalidad, de su
uso para una sola ocasión, pues se requieren muchas ocasiones para que adquiera
la condición de usual. Entonces circula no solo como moneda, sino como moneda
corriente que ha pasado por muchas manos. Es el carácter usual de las palabras
lo que les confiere su carta de naturaleza, su condición canónica, y eso es lo
que una institución como la RAE exige para incluirlas en el canon de su
diccionario. En cierto sentido esta es la verdadera palabra, al menos así
considerada en una tradición filológica como la española. Así el itinerario
ideal recorrido por la palabra sería aquel que desde la virtualidad pasa a la
actualidad ocasional
hasta llegar, por reiteración de esa actualidad ya cada vez menos ocasional, a
la condición de usual.
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