miércoles, 18 de septiembre de 2019

PERRO



“No me fío de nadie en mi vida, excepto de mi madre y de mis perros.”
Cheryl Cole




“Los perros son sabios. Se arrastran a un rincón tranquilo 
para lamerse las heridas y no vuelven al mundo hasta que sanan.”
 Agatha Christie




“Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos; 
son muy diferentes de las personas.”
 Sigmund Freud



“Era callejero por derecho propio,
su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros
y sobre los otros no pasar jamás.

Era un callejero con el sol a cuestas,
fiel a su destino y a su parecer,
sin tener horario para hacer la siesta
ni rendirle cuentas al amanecer.

Era nuestro perro porque lo que amamos
lo consideramos nuestra propiedad,
era de los niños y del viejo Pablo,
a quien rescataba de su soledad.

Era el callejero de las cosas bellas
y se fue con ellas cuando se marchó,
se bebió de golpe todas las estrellas,
se quedó dormido y ya no despertó.”

Callejero

Alberto Cortez


Los perros son lobos, ya que estos dos animales comparten el 99,96 por ciento de los genes. Con la misma lógica, también podría decirse que los lobos son perros, pero, sorprendentemente, nadie lo dice. Por lo general, se describe a los lobos como salvajes, ancestrales y primigenios, mientras que a los perros se les tiende a asignar el papel de derivado artificial, controlado y servil del lobo. Sin embargo, si nos basamos en las cifras, en el mundo moderno los perros tienen mucho más éxito que los lobos. Un gran número de libros, artículos y programas de televisión sobre el comportamiento canino han afirmado que entender a los lobos es la clave para entender a los perros domésticos. Desde mi punto de vista, la clave para entender a los “perros domésticos” es, en primer lugar, entender a los “perros domésticos”, y este punto de vista lo comparten cada vez más científicos de todo el mundo. Mediante el análisis del perro como animal propio, y no como una versión inferior del lobo, tenemos como nunca antes la oportunidad de entenderlo, y perfeccionar nuestro vínculo con él.

En la mitología griega el perro Cerberos (era un perro monstruoso encargado de guardar las puertas del Averno), conocido también como Can Cerberos, fue representado como un monstruo de tres cabezas al cuidado de las puertas del inframundo. Más tarde figura en el Canto VI del Infierno, en La divina comedia, de Dante. Esta percepción monstruosa de lo perruno, visible en las gárgolas medievales y vinculadas a la muerte, tuvo su temprana contraparte en Argos, el siempre leal perro de Ulises, el único que en la obra de Homero mueve la cola y lo reconoce cuando después de veinte años el héroe regresa a Ítaca. Esopo, alrededor del 600 a.C., en sus Fábulas, recurre a perros humanizados y moralizantes como una forma de enseñar. Hay crónicas de la Conquista que mencionan perros participantes en la “empresa”, varios de los cuales, luego de los botines, recibían una paga, como si fuesen soldados, según el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, uno de ellos fue el perro Becerrillo que acompañó al conquistador Alonso de Salazar. Pero será sobre todo a partir del renacimiento europeo y del inicio de la modernidad, que los perros adquieren una presencia literaria sostenida, dando lugar, como ocurre con la novela de Cervantes El casamiento engañoso y El coloquio de los perros (1613), a una tradición de narradores o personajes perrunos en las letras hispánicas.
En la literatura chilena, en Las aventuras de cuatro remos (1883) de Daniel Barros Grez y en Memorias de un perro, escritas por su propia pata (1893) de Juan Rafael Allende, encontramos perros narradores en clave picaresca o perros parlantes que piensan y viven humanamente pero que también se comportan y actúan como perros. Tradición cervantina que se prolonga hasta el perro narrador cibernético, de Indiscreciones de un perro gringo (2007), del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez. Otra dimensión cervantina, la Quijotesca, es apropiada por José Fernández de Lizardi en La quijotita y su prima (1815), novela en que se recurre a imaginarios perrunos, pero en clave ilustrada. Incluso E.T Hoffman, autor germano, recreó Las últimas noticias de la suerte del perro Berganza (1814), en que el can cervantino dialoga con el autor pero sin asumir el modelo de la picaresca.

En los últimos siglos la interacción hombre-perro se incrementa considerablemente con la masificación de los perros de hogar. Situación que tiene como correlato una abundante producción ficticia que aborda distintos aspectos de esa relación. En la literatura norteamericana de comienzos del siglo XX, en un notable par de novelas, Jack London lleva a cabo un tratamiento realista y en clave darwiniana del perro, en que relata un viaje de ida y vuelta desde un perro domesticado a su ancestro lobo en El llamado de la selva (1903); y, desde un lobo a un perro casero de la costa de California, en Colmillo blanco (1906). Pero los perros han sido también soporte ficticio de indagaciones de corte filosófico y existencial, por ejemplo, en Investigaciones de un perro (1922), el relato de Franz Kafka en que el narrador fluye entre su animalidad y su humanidad. Registro en que también puede inscribirse, con el agregado de una mirada social, cristológica y con rasgos picarescos, la novela Patas de perro (1965) de Carlos Droguett.
Otra línea es el recurso del tema perruno en la sátira política y humana, registro magistralmente logrado en Corazón de perro, la novela del ruso Mijaíl Bulgakov (1925), relato en que el “hombre nuevo” que propone el socialismo es caricaturizado en la figura de un perro manipulado quirúrgicamente. La novela de Bulgakov, que satiriza el sistema soviético, se diferencia de Rebelión en la granja (1945) de George Orwell, puesto que esta última se rige integralmente por el principio de la alegoría: los animales ,perros incluidos, dejan de serlo en la medida que apuntan a un segundo orden correlativo de carácter histórico-social. También se inscribe en un registro satírico burlesco Indiscreciones de un perro gringo, el testimonio de un perro de la Casa Blanca que presenció los encuentros entre el Presidente Clinton y Mónica Lewinsky (recreados con intertextualidad cervantina). Hay además un grupo de obras autobiográficas o memorialistas que abordan el territorio de lo íntimo con la mirada de un perro, o a través de una relación entre perro y amo: Señor y perro (1918) de Thomas Mann; Flush (1933) de Virginia Woolf; Todos los perros de mi vida (1936) de Elizabeth von Arnim; Mi perra Tulip (1956) de John Ackerley y Cecil (1972), del argentino Manuel Mujica Láinez. Cabe por último señalar que hay un número importante de narradores latinoamericanos actuales que recurren a imaginarios, a motivos o a temas perrunos en clave posmoderna, entre otros, el colombiano Fernando Vallejo en Los días azules (1985), Entre fantasmas (1993) y El don de la vida (2010); el mexicano Mario Bellatin en Perros héroes. Tratado sobre el futuro de América Latina visto a través de un hombre inmóvil y sus treinta pastor belga Malinois (2003) y Disecado (2011). También, aunque en un registro distinto, el cubano Leonardo Padura en El hombre que amaba a los perros (2009).

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