“Cada vez que un hombre es encadenado,
nosotros estamos encadenados
a él”
Albert Camus
Eran un hombre y una mujer. Yo llevaba un rato mirándolos
moverse alrededor del catre de hospital mientras juntaban, lentos, el plato
plástico, las tres cucharas, la ollita tiznada, su balde verde, y los metían al
saco. Y los seguí mirando cuando la madre recogió su manta, sus tres camisetitas,
sus trapos en un paquete que ataron para que la madre se lo pusiera en la
cabeza. Pero me dolió ver al padre inclinarse sobre el catre, levantaba al niño,
lo sostenía en el aire, lo miraba con una cara rara, extrañado, incrédulo, lo
apoyaba en la espalda de su madre como se apoyan los niños chicos en África en
las espaldas de sus madres, con las piernas y los brazos abiertos, el pecho del
niño contra la espalda de la madre (como una pequeña mochila), la cara caía hacia
uno de los lados. Su madre lo ató con una tela, como se atan los bebés en
África al cuerpo de sus madres. El pequeño quedó en su lugar, listo para irse a
casa, igual que siempre, muerto.
¡Qué relato más triste!
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ResponderEliminarUn sentimiento de dolor no expresado
ResponderEliminarverbalmente,impregna todo el relato.
Colabora con ese sentimiento la descripción detallada y prolija de los utensilios y la ropa del bebé que
guarda delicadamente y la ausencia de diálogo quefavorecen este ambiente de profundo y silente dolorde los padres
¡ Un hermoso y triste relato !