jueves, 16 de agosto de 2018

PADRE


“Viviré quince días. Recuérdame, después, cuando me necesites”

Mi Padre
Pedro Prado


Hablar del término padre es hacerlo de una función dentro de un grupo familiar, puesto que nadie es padre sin referencia a ese grupo primario.
En Egipto no se encontraba limitación a la libertad de elección de los cónyuges, en la práctica los matrimonios entre hermano y hermana eran frecuentes. Con esto se pretendía mantener  la continuidad *dinástica* y salvaguardar la pureza real. Los matrimonios consanguíneos eran inseparables del proceso de divinización de los reyes, en tanto que se instauraba el culto a la propia dinastía, cuyos matrimonios aseguraban la pureza total.

Respecto a la función paterna en este orden “incestuoso”, al padre le correspondía la tarea de transmitir a su hijo, una vez pasado el tiempo de los primeros y necesarios cuidados maternos, los frutos de su experiencia; enseñar moral complementaria a la educación intelectual y física que recibían en las escuelas de escribas. Los egipcios creían más en la virtud de lo adquirido que de lo innato, pues creían que “nadie nace sabio”. Cualquier niño podría convertirse en un sabio con buena educación, siguiendo el modelo de la domesticación de animales, no siempre metafórico. La función del padre estaba por tanto vinculada a la moral y a la posibilidad de llegar a ser un ciudadano sabio, aunque en el aprendizaje se tuviera que domesticar las tendencias “naturales” del hijo, utilizando distintos tipos de castigos.
Se sabe que esta función paterna se intensificó en el Imperio Romano, constituyendo un modelo que ha durado siglos. El padre en Roma tenía derecho de aceptar o rechazar al hijo; abandonarle era algo corriente; era un acto de soberanía doméstica absoluta, se podía arrojar a la calle, asfixiarle o privarle de alimentos; es decir tenía el derecho de matarle por cualquier medio.  El nacimiento de un niño romano no se limitaba a un hecho biológico, puesto que el jefe de la familia tenía la prerrogativa inmediatamente después de nacido su hijo de levantarlo del suelo, donde lo había depositado la comadrona, para tomarlo en sus brazos y manifestar así que lo reconocía o rehusaba. El bebé que el padre no levante, se veía expuesto ante la puerta del domicilio o en algún basurero público; podía recogerlo quien desee. En Roma se exaltaba la paternidad como norma de buen ciudadano, como una obligación cívica.

El orden paterno en lo político
El padre como tal estaba investido de funciones disciplinarias que competían con el castigo penal. Los hijos eran ciudadanos de segunda clase, les faltaba ser sujetos de pleno derecho al estar siempre dependientes de la voluntad paterna. De hecho, en el derecho romano llama la atención que un muchacho permanecía bajo la autoridad del padre y no se convertía en ciudadano con todos los derechos más que a la muerte del padre; más aún, su padre era su juez natural y podía condenarlo incluso a muerte mediante sentencia privada. Psicológicamente la situación de un adulto cuyo padre vivía debía ser insoportable; no podía hacer nada sin el consentimiento paterno, ni cerrar un contrato, ni liberar un esclavo, ni decidir, ni hacer una carrera…Era una especie de esclavitud, que podía explicar en parte la obsesión por el parricidio en la época.
Esta figura paterna asociada a Roma y a un poder prácticamente absoluto, no se ha eliminado con el paso de los siglos, dejando huellas duraderas en muy distintos lugares y en distintas épocas.




1 comentario:

  1. ¡ Un derecho bárbaro ignorando por completo el valor materno !

    Interesante y enriquecedor artículo...

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