“Viviré quince días. Recuérdame, después, cuando
me necesites”
Mi Padre
Pedro Prado
Hablar del término padre es hacerlo de una
función dentro de un grupo familiar, puesto que nadie es padre sin referencia a
ese grupo primario.
En Egipto no se encontraba limitación a la
libertad de elección de los cónyuges, en la práctica los matrimonios entre
hermano y hermana eran frecuentes. Con esto se pretendía mantener la continuidad *dinástica* y salvaguardar la
pureza real. Los matrimonios consanguíneos eran inseparables del proceso de divinización
de los reyes, en tanto que se instauraba el culto a la propia dinastía, cuyos
matrimonios aseguraban la pureza total.
Respecto a la función paterna en este orden
“incestuoso”, al padre le correspondía la tarea de transmitir a su hijo, una
vez pasado el tiempo de los primeros y necesarios cuidados maternos, los frutos
de su experiencia; enseñar moral complementaria a la educación intelectual y
física que recibían en las escuelas de escribas. Los egipcios creían más en la
virtud de lo adquirido que de lo innato, pues creían que “nadie nace sabio”.
Cualquier niño podría convertirse en un sabio con buena educación, siguiendo el
modelo de la domesticación de animales, no siempre metafórico. La función del
padre estaba por tanto vinculada a la moral y a la posibilidad de llegar a ser
un ciudadano sabio, aunque en el aprendizaje se tuviera que domesticar las
tendencias “naturales” del hijo, utilizando distintos tipos de castigos.
Se sabe que esta función paterna se
intensificó en el Imperio Romano, constituyendo un modelo que ha durado siglos.
El padre en Roma tenía derecho de aceptar o rechazar al hijo; abandonarle era
algo corriente; era un acto de soberanía doméstica absoluta, se podía arrojar a
la calle, asfixiarle o privarle de alimentos; es decir tenía el derecho de
matarle por cualquier medio. El
nacimiento de un niño romano no se limitaba a un hecho biológico, puesto que el
jefe de la familia tenía la prerrogativa inmediatamente después de nacido su
hijo de levantarlo del suelo, donde lo había depositado la comadrona, para
tomarlo en sus brazos y manifestar así que lo reconocía o rehusaba. El bebé que
el padre no levante, se veía expuesto ante la puerta del domicilio o en algún
basurero público; podía recogerlo quien desee. En Roma se exaltaba la
paternidad como norma de buen ciudadano, como una obligación cívica.
El orden paterno en lo político
El padre como tal estaba investido de funciones
disciplinarias que competían con el castigo penal. Los hijos eran ciudadanos de
segunda clase, les faltaba ser sujetos de pleno derecho al estar siempre
dependientes de la voluntad paterna. De hecho, en el derecho romano llama la
atención que un muchacho permanecía bajo la autoridad del padre y no se
convertía en ciudadano con todos los derechos más que a la muerte del padre;
más aún, su padre era su juez natural y podía condenarlo incluso a muerte
mediante sentencia privada. Psicológicamente la situación de un adulto cuyo
padre vivía debía ser insoportable; no podía hacer nada sin el consentimiento
paterno, ni cerrar un contrato, ni liberar un esclavo, ni decidir, ni hacer una
carrera…Era una especie de esclavitud, que podía explicar en parte la obsesión
por el parricidio en la época.
Esta figura paterna asociada a Roma y a un
poder prácticamente absoluto, no se ha eliminado con el paso de los siglos,
dejando huellas duraderas en muy distintos lugares y en distintas épocas.
¡ Un derecho bárbaro ignorando por completo el valor materno !
ResponderEliminarInteresante y enriquecedor artículo...