“La desgracia no
habla, solo murmura en el fondo del corazón hasta que lo quiebra.”
“…y, esa pregunta
sin respuesta:
Por qué
Tan dulce
Tan pequeño
Tan pronto”
“El tiempo puede
echarte abajo
El tiempo puede
doblar tus rodillas
El tiempo puede
romper tu corazón
Hacerte pedir por
favor
Por favor”
Lágrimas del
cielo
Eric Clapton
Conversación
Patricio: Hola
Ricardo, ¿me contaron que tu hijo había muerto?
Ricardo: Si, así
fue.
Patricio: ¿Y… qué
edad tenía?
Ricardo: cinco
años.
Patricio: Ah! Pero
era chico.
Esta conversación real
refleja el total desconocimiento que se tiene frente al hecho mismo de la
muerte, y más aun de la muerte de un hijo. Pareciera que las personas tienden a
relacionar la muerte con el tiempo de convivencia con la persona fallecida.
“Ah! Pero era chico” acotó Patricio, olvidando por completo que la muerte es la
“anti vida” y la vida no es solo el tránsito a la muerte, sino un mundo lleno
de “vida”: Felicidad, sueños, ilusiones, amor… mucho amor, proyectos, amistad,
complacencia, armonía, fascinación, etc.
Hablando con
padres que han perdido a sus hijos he comprobado que en el caso de las futuras
mamás, a la primera presunción de embarazo la idea cobra una extraordinaria
vigencia, ellas no cuestionan si el “atraso” es de unas pocas semanas o un mes,
sino que valoran la vida que llevan dentro. Están felices desde ese momento
soñando con la maternidad. Para los hombres es algo menos visceral
evidentemente, no lo sentimos en las
vísceras pero nos impregnamos de sueños compartidos por amor y de vez en cuando
nos sorprendemos que nuestra imaginación vague también por la dicha de la maternidad.
La muerte de un hijo, sea esta en el vientre materno, niño, adolescente o
adulto, siempre afecta de la misma forma
a los padres como a los miembros de la familia. Cada persona expresa el duelo
de maneras muy diferentes. Todos los seres somos diferentes, por lo mismo
sentimos la pérdida de modos distintos y tratamos de superar su duelo de forma
diferente.
La muerte nunca pasa sin hacerse notar, destaca entre todos los horrores,
por esto; después de su flagelo, nada será igual. Habrá que reordenar la
hecatombe y armar nuevamente el castillo de naipes. En esta nueva normalidad,
donde siempre habrá un antes y un después, la ausencia será presente y queramos
o no, tendremos que acostumbrarnos a vivir con ella.
Tiempo
Duelo
Tiempo que pasa
muy lento.
Duelo que no pasa.
Momificando el hijo en la memoria
La pérdida de un
hijo se revela como un sufrimiento intenso y complejo, esto sucede porque la
intensidad de la sintomatología y duración del proceso de luto frecuentemente
difiere de los procesos de luto por otros tipos de pérdida. Para las madres,
los sentimientos y el sufrimiento por la circunstancia de la muerte de los
hijos son preservados y revividos en cada recuerdo. Inclusive cuando ocurrieron
hace mucho tiempo. En las terapias cuando se les pregunta a las madres por el
tema, cada una de ellas relata minuciosamente cada detalle del caso ocurrido
con su hijo y describe la secuencia de los hechos en presente, con recuerdos de
horarios, ropas, diálogos y deseos del hijo antes de morir, en este sentido los
relatos revelan el persistente estado de unión, del vínculo de amor establecido
con el hijo que murió, lo que genera elevados niveles de angustia. En la
mayoría de los casos los discursos de las madres revelan que esas memorias son
insoportables.
A pesar de no aceptar la muerte de los hijos, las madres no demuestran
apego a objetos y pertenencias, o a la negación de la muerte del hijo, sin
embargo, y es importante destacar; el apego a la memoria es de intensa
magnitud, sobretodo en relación al hijo, las cuales son revividas intensamente,
no importando cuanto tiempo haya pasado. Lo anterior hace pensar en una
momificación de la memoria materna, que conduce a las madres a la desesperación
y a una situación que no puede ser sustentada, pero también significa la
preservación viva de un vínculo saludable con su hijo. Esa momificación en la
memoria se revela como el retorno del hijo al útero materno, para la protección
y privacidad de sentimientos maternos nobles y delicados. Esta momificación no
significa la negación de la muerte del hijo, más bien demuestra una profunda
unión afectiva.
Al margen de nuestra edad, todos tenemos sentimientos de
duelo cuando fallece alguien a quien amamos. La mayoría de los padres, si no
todos, afirman que la muerte de un hijo es una de las experiencias más
devastadoras de la vida. El duelo es una experiencia dolorosa pero necesaria.
Se trata de un proceso muy personal. De esta tragedia nadie puede ayudar a
“salvar” a un padre o una madre, es el padre y la madre solos, ellos mismos los
que deben salvarse.
El amor nunca muere
Así como los
padres de los niños que aún viven aman incondicionalmente a sus hijos
siempre y para siempre, también y del mismo modo lo hacen los padres en duelo.
Por este motivo se hace necesario decir y escuchar su nombre, lo
mismo que el resto de los padres que no lloran por la pérdida.
Porque los
padres de hijos muertos los aman incondicionalmente.
Hasta el
último día de vida.
El duelo para toda la vida
Está bien
claro! No existe modo de superar el dolor por la muerte de un hijo. El
dolor dura para siempre, porque el amor es para siempre.
La pérdida
de un hijo no es un evento finito, es por el contrario una pérdida
continua que se despliega minuto a minuto a lo largo de toda la vida, y que es
recordada por cada evento, por cada circunstancia vital, por cada hito de
crecimiento que ya no será y que pudo haber sido.
Pareciera
paradójico, pero es la entrada al club de las almas brillantes. Ojalá nunca
hubiese sido así, habría sido mejor no entrar a este club, desde luego, pero
una vez dentro te das cuenta que hay muchos y muchas ahí, mujeres y hombres de
corazón roto que valientemente se ponen de pie o por lo menos tratan de hacerlo.
Con ellos hablas y entienden, y a nadie importa si tu hijo tuvo un mes o muchos
años de edad.
Nadie te dirá:
“Ah! Pero era chico.”
Me parece absolutamente innecesario analizar este texto :
ResponderEliminarEl autor sabe de lo que habla, lo ha vivido, lo ha sufrido y... siendo así, conoce perfectamente el dolor que, por siempre, acompañará su vida debido a la pérdida de un hijo.
No hay consuelo ...
No hay nada que mitigue ese dolor... ¡vivencias futuras truncadas,sueños incumplidos,
caricias por disfrutar...
Es interesante destacar que el autor menciona un concepto que es irrefutable : "la momificación del recuerdo " , porque esto es así . Momificamos todos los recuerdos de quién partió y eso, de alguna manera permite tener al ser amado,¡ vivo! junto a nosotros.
Aunque es justo
reconocer que, sin necesidad de estrategia alguna, el amor por el hijo ausente nunca será ocupado por los otros hermanos,si los hubiera, porque este amor es para siempre y tiene su lugar propio en nuestras vidas y ¡hasta el último latido del corazón ! sin conjeturar si tenía meses o era mayor ...