sábado, 27 de abril de 2019

PROGRAMA PATHS (la educación del corazón)

“Los científicos dicen que estamos hechos de átomos, 
pero a mí un pajarito me contó que estamos
 hechos de historias”

Eduardo Galeano

"Aunque la sociedad no lo mencione, el principal valor del conocimiento y de la educación es el de ayudarnos a comprender la importancia de disciplinar la mente y de comprometernos en acciones más sanas. El adecuado uso de la inteligencia y del conocimiento debe llevarnos a emprender los cambios internos necesarios para alentar la bondad".

En primer lugar, la investigación indica que, cuando los padres reconocen las emociones negativas de sus hijos  (su ira y su tristeza) y les ayudan a afrontarlas, éstos acaban desarrollando, con el paso del tiempo, una mayor capacidad de regulación fisiológica de sus emociones y exhiben una conducta más positiva. Cuando, por el contrario, los padres ignoran esas emociones, se enfadan o castigan a sus hijos por tenerlas el niño parece sacar la conclusión de que no debe compartir ciertas emociones y acaba desconectándose de ellas. Sin embargo, de ese modo, todavía se inquieta más, tanto fisiológica como psicológicamente, porque no, por ello, la emoción desaparece y acaba entorpeciendo el establecimiento de una confianza básica entre el niño y los adultos”. Según las observaciones realizadas por Mary Ainsworth sobre la relación entre el hijo y su madre, hay niños que, con un año, no buscan el contacto con su madre cuando están alterados y afligidos, sino que, muy al contrario, lo rehúyen. Son niños que tienen un problema de aproximación/evitación con respecto al contacto emocional y físico y que, en consecuencia, tienen grandes dificultades para gestionar adecuadamente sus emociones.
 La depresión de la madre es la principal de las variables que hacen peligrar gravemente el desarrollo emocional del niño. Por ello, los hijos de madres tristes, apáticas o deprimidas son más agresivos, ansiosos y depresivos. "Recordemos que la investigación dirigida por Richie Davidson ha puesto de relieve la presencia de una menor actividad del lóbulo frontal izquierdo en los adultos deprimidos, una pauta que la investigación realizada por Geraldine Dawson ha corroborado en las madres deprimidas. Otra investigación dirigida por Dawson también ha demostrado que, con un año, los hijos de madres deprimidas presentan una pauta característica de baja activación del lóbulo frontal izquierdo. "Los hijos de madres deprimidas parecen mostrar, pues, una pauta inusual de activación cerebral y una menor incidencia de emociones positivas. Y no debemos olvidar que las relaciones establecidas durante la temprana infancia determinan el rumbo del posterior desarrollo emocional y social.

La tasa de emociones positivas, como la alegría, por ejemplo, presentes en las relaciones infantiles parecen, pues, esenciales para asentar las vías neuronales adecuadas. Hoy en día sabemos que todos los estadios evolutivos son importantes para el desarrollo emocional y debemos prestar una atención especial a sus mismos comienzos." La felicidad del bebé le ayuda a establecer las conexiones nerviosas necesarias para experimentar sentimientos positivos como la alegría, por ejemplo, durante el resto de su vida. Se sabe entonces que la privación puede determinar la tasa de neurotransmisores como la dopamina y, en consecuencia, influir sobre el desarrollo y la plasticidad del cerebro. Convendría, por tanto, prestar atención al alarmante aumento del número de niños que se ven obligados a vivir en orfanatos desprovistos de afecto y de un vínculo emocional estrecho con sus cuidadores.

Entre los tres y los siete años empiezan a desarrollarse ciertas habilidades sociales muy importantes; habilidades como el autocontrol, la capacidad de detenerse y de calmarse cuando uno está enfadado, y la habilidad de mantener la atención. Durante este período, los niños evidencian un gran desarrollo de su conciencia emocional. En las primeras etapas del desarrollo del lenguaje, el niño dispone de muy pocas palabras para referirse a las emociones, pero en los años preescolares, se produce un espectacular aumento de su capacidad para reconocer las emociones y hablar de ellas. Además, el niño puede empezar, entonces, por primera vez en su vida, a planificar y reflexionar en el futuro. A los cuatro o cinco años, por ejemplo, podemos preguntar al niño lo que haría si otro se burlase de él porque, a esa edad, se encuentra ya en condiciones de utilizar sus nuevas habilidades cognitivas para pensar en el futuro y esbozar ideas y planes. Es muy improbable que un estilo de juego manifiestamente agresivo en niños de cinco o seis años acabe desvaneciéndose, y es de esperar que persista durante toda su vida. Los datos de las investigaciones parecen confirmar que más de la mitad de los niños agresivos violentos se conviertan en adolescentes crueles y violentos.
Por otra parte, los niños que poseen una buena capacidad de planificación y que son conscientes de sus emociones al ingresar en la escuela, a eso de los cinco o seis años, corren muchos menos riesgos de experimentar trastornos posteriores de agresividad y de ansiedad. Hoy en día sabemos que las pautas presentes en la época en que el niño empieza a ir a la escuela son muy importantes para determinar su futuro, aunque esa relación no sea completamente estable. Esto tiene mucho que ver con el concepto de percepción selectiva. Los niños agresivos o acomplejados por haber sido lastimados con anterioridad permanecen muy alerta para descubrir a cualquiera que pueda volver a dañarles. Son niños que están a la defensiva y que reaccionan con mucha facilidad. En el ámbito escolar, los niños tienen que ponerse muchas veces en fíla para ir a almorzar, para ir al recreo, para volver de él, etc., y son muchos los problemas que, en tal caso, pueden presentarse. Cuando un niño agresivo, por ejemplo, es empujado por otro, no suele detenerse a ver lo que ha ocurrido, sino que reacciona violentamente emprendiendo una pelea. Estas rápidas reacciones emocionales son muy importantes, porque los niños que han sido agredidos están muy predispuestos a centrar su atención en el daño que se les ha hecho, aun cuando tal cosa no sea cierta o se trate de un mero accidente.


Programa PATHS (Promoting Alternative Thinking Strategies)
Con una regularidad de entre dos y cinco veces por semana contribuye muy positivamente a mejorar el bienestar infantil. El adecuado uso de este programa permite el desarrollo de las habilidades emocionales y sociales de los niños así como también mejora algunas de sus capacidades racionales. Estaríamos muy equivocados si creyéramos que las habilidades emocionales y sociales se encuentran desvinculadas de las capacidades racionales. No en vano, la inteligencia las incluye a ambas. Hoy en día sabemos que los programas eficaces se caracterizan por los cinco rasgos siguientes:

En primer lugar, deben centrase en ayudar a los niños a calmarse, es decir, a reducir el lapso de recuperación de la activación emocional independientemente de la emoción considerada.
En segundo lugar, deben contribuir a aumentar la conciencia de los estados emocionales de los demás.
El tercer rasgo distintivo tal vez sea el más occidental y se refiere a la necesidad de hablar de los sentimientos para resolver los problemas interpersonales.
El cuarto consiste en desarrollar la capacidad de pensar y planificar anticipadamente el modo de evitar las situaciones difíciles.
Por último, debería tener en cuenta los efectos de nuestra conducta en los demás, un punto que implica tanto la empatía como la relación interpersonal.

Se ha determinado que las emociones se atienen a ciertas reglas, a las que bien se puede llamar principios. En este sentido, hay que transmitir a los niños y a sus maestros cuatro grandes ideas.

La primera es que los sentimientos son señales que pueden provenir tanto del interior como del exterior y que, en consecuencia, nos proporcionan una información muy importante sobre uno mismo, sobre lo que uno necesita o desea o sobre los demás (sobre lo que necesita o desea otra persona). Por este motivo es importante que los niños aprendan a valorar adecuadamente esa información. Para poder cobrar conciencia de las emociones no sólo debemos darnos cuenta del modo en que nos sentimos, sino que también debemos saber verbalizar nuestros sentimientos y reconocerlos en los demás. Esta noción tiene mucho que ver con la inteligencia.
Así pues, una de las líneas directrices del programa es que las emociones son señales muy importantes. Pero es importante no limitarse solo a contar a los niños todas estas cosas, sino que también por proporcionarles herramientas que puedan ayudarles a llevarlas a la práctica. Esto es muy importante, porque son muchos los niños que tienen miedo a sus sentimientos y que, con mucha frecuencia, no saben separarlos de su conducta, algo que, dicho sea de paso, también sucede con muchos adultos. Se trata de una cuestión muy compleja y a la que muchas formas de psicoterapia adulta dedican mucho tiempo.
Es muy importante, por tanto, ayudar a los niños a diferenciar sus sentimientos de su conducta. Para ello, por ejemplo, en PATHS se colocan grandes carteles en el aula que dicen "Todos los sentimientos están bien. Son las conductas las que pueden estar mal". Es importante que los niños se den cuenta de que todo el mundo siente, en algunas ocasiones, celos, avaricia, desilusión, etc., el espectro completo, en suma, de los sentimientos.
Pero una cosa son los sentimientos y otra muy distinta la conducta, y sólo ésta puede estar bien o mal. ¿Y qué se hace en la práctica para enseñar todo esto? por ejemplo, lo que ocurre en el caso de una lección sobre los celos, una emoción muy importante para los niños. En tal caso, se les habla de los celos y se les muestran imágenes del rostro de diferentes personas que expresan esa emoción con el objetivo de que lleguen a familiarizarse con ella. También se puede contar una historia de una ocasión en que un niño sintió celos y del modo en que lo resolvió; se les puede invitar a hablar de alguna situación en la que ellos mismos sintieron celos, o a que hagan un dibujo, o escriban en su diario acerca de ellos. También se insiste en que una cosa es la emoción y otra la conducta y que, si bien puede resultar difícil controlar la aparición de los celos, sí que podemos decidir comportarnos de un modo o de otro.

El segundo punto consiste en diferenciar claramente los sentimientos de la conducta. En este caso, se trata de determinar qué tipos de conducta están bien y cuáles no lo están, algo que puede requerir mucho tiempo. Es muy frecuente que, cuando los niños experimentan ciertas emociones, como la ira, por ejemplo, y son castigados por ello, acaben confundiendo la emoción con la conducta y concluyan la inadecuación de ciertas emociones. Por ello es muy importante que los niños aprendan que los sentimientos forman parte integral de ellos mismos y que, en consecuencia, conviene tenerlos muy en cuenta. Los sentimientos son, pues, naturales y no hay nada malo en ellos.

La tercera directriz trata de transmitirles que, antes de pensar, deben calmarse. Si quieren verlo así, se trata de una especie de mantra de nuestras aulas muy ligado a la idea de que las emociones condicionan la mente para ver las cosas desde un determinado. Por ese motivo se insiste mucho en que, para poder ver con claridad lo que les está ocurriendo y actuar en consecuencia, primero deben calmarse, y, para ello, se enseñan técnicas concretas a las que los niños pueden apelar para tranquilizarse cuando se encuentran atrapados en una emoción.


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