“Ay, amar es un viaje con agua y con
estrellas,
con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
amar es un combate de relámpagos
y dos cuerpos por una sola miel derrotados.”
con aire ahogado y bruscas tempestades de harina:
amar es un combate de relámpagos
y dos cuerpos por una sola miel derrotados.”
Cien sonetos de amor
Pablo Neruda
Tal vez, en parte el
amor sea peligroso, ya que nubla la racionalidad. Aunque se justifique por los
instintos primarios de la supervivencia de la raza humana, no deja de
incapacitar la realidad. Si no fuera así ¿cómo entonces las personas permiten que
algo tan puramente comercial y mundano como el día de San Valentín esté
relacionado con algo tan profundo como el amor?
¿Quién puede decir que
nunca haya amado? Casi con toda seguridad se puede afirmar que nadie, ya que al
parecer el animal humano es dependiente del amor. Evidentemente esta realidad es
distinta para cada persona, y cada uno lo vive a su manera.
Para unos es algo bueno,
que da sentido a sus vidas, que les ayuda. Otros creen que es un rompedero de
cabeza, que les trae disgustos y desilusiones. Incluso hay quienes piensan que
es algo inexistente, una tontería que no sirve para nada. Pero lo concreto es
que para haberse inclinado por una u otra opción, previamente lo han tenido que
experimentar. Aquellos que se sienten enamorados, a veces hacen cosas
inimaginables, y dicen que el amor puede con todo; con la distancia, con
cualquier problema, que no hay edad para experimentarlo.
La acción del amor se divide en dos grandes momentos, uno
pasivo y después otro activo. El primero es designado tradicionalmente como un
evento más irracional y animal, donde la psique al parecer padece una
misteriosa atracción hacia un ser definido.
El segundo tiene un carácter más humano, dicho simplemente: estar
enamorado. De este modo, el amor se convierte en una relación ética en que los
amados se mueven en función del otro que tiene el rol de motivador y receptor.
Los amantes actúan como generadores de dones y también como fines en sí mismos,
pues su ser es el que impulsa el actuar del otro. Aquí es donde entra la
reciprocidad, porque ambos quieren mantener el bienestar del otro. Ya que si no
fuera así, el amor no sería tal, se perdería la relación ética, pensando en que
lo ético implica un otro, al que debo tener en cuenta al actuar y considerar
los límites que determinan su persona. Un amor que no cumple esa premisa ética
de reciprocidad entre los amantes, sólo puede ser denominado lujuria, debido a
que no tienen un receptor ajeno, sino sólo uno interno. Y es importante porque
hace cabida al amor erótico.
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