viernes, 1 de marzo de 2019

PEDRO PRADO - MI PADRE

"No es magnífico ser arrasado por el asombro
Frente a la presencia de tu padre.
Ningún otro Odiseo vendrá jamás, ya que él
Y yo somos uno solo, el mismo."

La Odisea, Homero
Libro XVI


“Todo lo que vemos hermoso en lo que nos rodea
ya es bello en nuestro corazón.”


Maeterlinck, La Sagesse et la Destinée





El autor del siguiente ensayo es el escritor, pintor y arquitecto chileno Pedro Prado Calvo.



Mi Padre

Al lado de un hospital, vecino a un cementerio, viví mi niñez y juventud, solo con mi padre.  Tenía dos años apenas cuando mi madre murió. ¿Cómo podría en verdad recordarla?  ¿Y cómo podría en realidad olvidarla?

La recordaría sin recuerdos, la vería sin imágenes, la sentiría en las caricias que no llegaban, en el refugio que no tuve, en el sostén del cual quedé desposeído, en la tristeza que no podría ser compartida y en la alegría que no podía ser centuplicada.
La madre se continúa en sus caricias y con ellas termina de modelar a su hijo. Pero sería yo, el hijo, quien debería crear a su madre; madre toda hecha de caricias constantes, yo le terminaría de modelar con mis goces sin eco, mis dolores sin apoyo y mis caricias imposibles.
Los amores humanos a humanos seres, por grandes que sean, alcanzan, fatalmente, demasiado pronto sus límites; los amores humanos a los seres que en alguna medida van dejando de serlo, pueden extenderse en una libertad sin medida.
Y fue así como, sin saberlo, pasó mi madre a ser como mi hija, y a mi vez pasé a ser como el hijo de mi propia y primigenia creación.

La creé con toda la gracia que siempre me será ignorada y con toda la ternura que siempre será desconocida.  Y continúe así hasta que ella concluyó por rodearme completamente y todo lo vi teñido de su absoluta transparencia. La tuve siempre en torno mío como propia y dilatada emanación. Como un hijo que se gesta en las entrañas carnales, mi madre alimentó su esencia en lo mejor de mi espíritu, y toda mi vida se resintió de ese esfuerzo gigantesco, en el cual parecía engendrar mi propio origen.
Contadísimos hombres lo comprendieron; y muchas mujeres, con sólo sospecharlo, terminaron por callar y alejarse, a la vez sigilosas y prudentes.
Nadie ama con facilidad a los que concluyen por bastarse con su soledad y con ella viven, conversan, sonríen y disfrutan satisfechos.
Desde entonces tuve conmigo, a la vez, el goce de la soledad y el de la ternura; me sentía débil y desposeído, al mismo tiempo que fuerte y acompañado. Hablaría conmigo mismo como si me arrullara, y luego escucharía absorto y embelesado como si me estuviera enseñando. Tan cercano tendría el goce de la pena, que mis risas repentinas sorprendían mi rostro, todavía cuajado de lágrimas detenidas.

--- Pedro, ¿duermes?
Yo callaba. No deseaba contestar.
           
Mi lecho estaba al lado del lecho de mi padre. En la oscuridad, antes de dormir, por largo rato, mi padre gustaba de hablar conmigo, y yo gustaba de hablar con él.
No eran conversaciones entre padre e hijo. Eran voces alucinantes, nacidas de la sombra y que a la sombra volvían, siempre como desencarnadas. Así aprendí desde mi  primera infancia a conocer y a emplear esa voz desconocida y olvidada que brota en nosotros cuando la oscuridad nos penetra y libera. Y así lo hicimos por largos años.
Y era gratísimo realizarlo; era como alcanzar la mayor desnudez; desnudez que proseguíamos después de habernos despojados de nuestros vestidos y actitudes. Y así adquirí el uso de esas partes ignoradas de la conciencia, que sólo se iluminan si actuamos en la atmósfera que las sombras alimentan. Y hablando, hablando penetraba en el sueño; y durmiendo hablaba, y aun andaba. A veces volvía en mí, lejos, lleno de pavor. Pero mi padre acudía y me traía al lecho, mientras yo permanecía largo rato despierto, turbado de no comprender.
Y como mi padre era extraordinaria e increíblemente fuerte, yo le admiraba, porque los niños admiran ante todo la fuerza. Y como era decidido y valiente, le admiraba aún más; porque el valor engrandece. Y como era activo y laborioso, le seguía sin descanso; porque nada embruja tanto a los niños como la labor ajena. Y como era justo y tenía la bondad enérgica y segura, sus caricias adquirían una potencia profunda.

Muchas veces, en la noche, le sorprendí despierto e inquieto.
--- ¿No duermes?
---No puedo dormir.

Solo ahora veo que cometí una injusticia y debo, con vergüenza, repararla.

Entonces mi admiración llegaba hasta el asombro al ver que ese Hércules de mi padre fuese capaz de vencer los pequeños pensamientos que él mismo extraía de la noche que nos cercaba.
Muy de madrugada, oscuro aún, solía yo medio despertar cuando él se levantaba para ir a nuestra chacra.

--- Continúa durmiendo (me ordenaba)

Pero como su caballo era blanco, yo veía su claridad cuando cruzaba al galope bajo mi ventana. Y sentía un gratísimo reconocimiento por el resguardo que me había prestado durante el peligroso reinado de la noche vencida. Y, sonriente, obedecía la orden de proseguir durmiendo, cobijado por la languidez, dulzura y seguridad del alba.
           
--- Defíname qué es el bien --- le pregunté un día en el que me sentí orgulloso después de leer los primeros libros de pretensiones filosóficas, libros que debiera seguir leyendo durante tantos años.

--- ¿Definir el bien?  ¿Sabes lo que pretendes?  Suena como otra palabra cualquiera; pero no es una palabra, es algo vivo, acaso más vivo que nosotros mismo. Espera... diría que el bien es una alegría que ya sentimos antes de hacerla; que la sentimos cuando la estamos ejecutando; que la sentiremos después que haya sido hecha; alegría que nos acompañará cuando la recordemos y aun después, cuando la hayamos olvidado. Es una alegría que existe entes de venir nosotros a la vida y continúa después de haberla abandonado. ¡Es más grande que nosotros!

Usaba palabras vivas. A las palabras vivas no se las puede recordar porque pasan pronto, como las del amor, alimento puro, a ser vida en nosotros. La vida es un olvido oscuro de las palabras vivas. Mil palabras de mi padre se han confundido conmigo. No las recuerdo todas, tal vez solo las vivo.
Otra vez, mi padre, siempre fuerte, triste y laborioso, me pidió que lo acompañara a una fiesta que se celebraba en el campo, bajo grandes árboles. Como eran muchas las gentes que lo querían, todos nos rodearon cuando llegamos. Al término de la fiesta, después de haber cantado una hermosa joven, que con el tiempo se haría famosa, por su arte y simpatía, mundialmente famosa, pidieron por broma, alegremente, que mi padre, cantara. Mi padre callaba sonriente, y yo sufría de ver sometido a mi gigante a esta prueba absurda. Pero, con asombro de todos, mi padre cantó. Cantó con una voz limpia, llena, honda y emocionante, que hizo nacer en todos un escalofrío de tristeza, calofrió que no he podido olvidar nunca. Jamás antes le había oído cantar, y en adelante no lo oiría otra vez.
Pero desde aquel día lo amé más, como si pudiera amarlo más amándolo honda y secretamente, al sospechar que él guardaba en su interior riquezas y milagros desconocidos, causados por su silenciosa tragedia.
           
Pero mi padre enfermo gravemente. Una tarde me dijo: “viviré quince días. Recuérdame, después, cuando me necesites”. Y murió el día preciso por él fijado. Murió dando una gran voz que pedía su caballo blanco. Después, espontáneamente, desengancharon los negros caballos de la carroza, y tiraron de ella hasta el cementerio.

Fue excesivo mi dolor para ser solo llorado.
¡Y no había más que lágrimas! De una sola vez se llevaron con él todo: a mi padre, y en su melancolía, la presencia de mi madre, que en las tardes yo veía aparecer en la luminosidad húmeda que surgía de sus ojos; y se llevaron con él a mi hermano mayor, como él gustaba que le llamase; y a un Hércules increíble que yo solo, sólo yo poseía; y a un compañero único, fiel y constante; y a un maestro, a un gran maestro ignorado y misterioso que me enseñó, sólo con su amor, a emplear y ampliar desde niño el registro de nuestra pobre y limitada conciencia humana.
Creí enloquecer. Como un desatentado fui al Norte, y me robaron, y fui al Sur, y, sin rumbo, atravesé varias veces las cordilleras australes, hasta volver, por fin, del Nauquén, como si despertara  de una pesadilla, convertido en un simple e infeliz arriero.

Lenta, lentísimamente pasaron dos años antes de ordenar los escombros de la hecatombe.
Fue desde entonces que el que antes atravesara, semi consciente, la frontera de la vigilia y el sueño, y el que con su ejercitada emoción creadora forjó a su propia madre, quien comenzó, en su desesperación, a ejercitarse entre las fronteras de la vida y la muerte: “Cuando me necesites, recuérdame”, me había dicho. Y principié un amplísimo juego, como si yo pudiese ir de uno a otro extremo, sin cambiar; como si fuese participando, poco a poco, de un mundo nuevo, de una dimensión inexpresable; como si estuviese muerto en vida, y como si mi vida fuese capaz de vivificar la misma muerte.

1 comentario:

  1. Sin duda, un hermoso trabajo donde las palabras soledad y tristeza se entrelazan fuertemente .
    Recreación de una madre desconocida...de caricias ignoradas,de besos inexistentes y de dulzuras añoradas para tener para sí,su propio concepto de madre.
    Ante su ausencia,su padre se alza en una dimensión fuera de todo límite humano... Aparece
    como un gigante, fuerte y poderoso
    que lo rodea con
    su abrazo protector y amoroso...Un hombre callado y melancólico que arrastraba su soledad sin ostentación y que partió antes de tiempo llevándose toda su riqueza que no alcanzó a conocer... Su presencia bienhechora lo acompañaría hasta después de su muerte :
    " Cuando me necesites , recuérdame ".
    Su temprana partida lo hizo sucumbir...
    ¡ Quedaba tanto por aprender de él!
    Su vida se transformó en un caos. La locura se presentó como una grata compañía ... Huyó buscando consuelo a este dolor indescriptible;a la sensación de vacío por la pérdida irreparable de su padre... Tratando de recuperar su vida rota, el tiempo le susurra que deberá continuar su camino con este dolor que se mitigará lentamente, pero que jamás lo abandonará ...

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