martes, 12 de marzo de 2019

LA ESCUELA CÍNICA

Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: 

“Los ladrones grandes llevan preso al pequeño.”

Diógenes de Sinope 




Estos son buenos tiempos para el cinismo, inmejorables para el sarcasmo como forma crítica. El “malestar en la cultura” se nos ha vuelto agobiante.  El consumismo frenético y la propaganda ensordecedora de tantos productos nos invitan a comprar, tal vez lo más prudente sería escapar de la civilización que nos abruma, a la naturaleza, o lo que nos hayan dejado de ella, porque cualquiera sabe ahora qué es lo natural, después de tanta perversión civilizadora y tanto progreso desconcertado.


“Trasmutar los valores” fue el viejo lema del cínico Diógenes. Pero, en un mundo de pacotilla, ¿para qué trasmutar los valores?

Tal vez una característica del cinismo moderno sea la renuncia al escándalo con que el cínico antiguo, con su personalidad agresiva, se enfrentaba, en solitario, a la sociedad de su entorno. Pues, a estas alturas, escandalizar a la sociedad actual parece imposible. Vivimos en una sociedad abierta y permisiva, que cuenta con implacables medios para marginar al provocador y ahogar cualquier protesta inconveniente con ayuda de los medios de comunicación. Hay un cinismo difuso y universal, pero bien solapado. Son muchos los cínicos, pero van sin el viejo manto y sin alforja, disimulados y consentidos. Como ya en Grecia, el cinismo que abomina de la civilización es una planta tardía de la cultura saciada de convencionalidad y retórica; su afán por la naturaleza y su desprecio por la urbanidad es un fenómeno urbano. Su feroz y ejemplar individualismo es una respuesta a la alienante represión general del progreso. El cinismo moderno, esa mala conciencia ilustrada, busca también, como el antiguo, la senda de la felicidad. Pero, después de tantos libros, de tantas revoluciones, de tantas críticas filosóficas, está desencantado de todo, y no mantiene la actitud de desafío a las normas abiertamente.

El cinismo recibe su nombre por el modo de vida (kynikós bíos) que llevaban sus figuras, similar al de los perros, o acaso por el nombre del gimnasio donde se dice que su precursor impartía enseñanzas. Justamente, la palabra “cínico” (kynikós) viene de “perro” (k!on, kynós), y quiere decir algo así como “perruno” o “propio de un perro”. Como quiera que sea, lo cierto es que no es difícil imaginar por qué sus contemporáneos los compararon con el mencionado animal, pues se caracterizaron por su impudicia y desvergüenza para ocupar cualquier lugar con el fin de realizar cualquier propósito. Por otra parte, con la mordacidad que puede traer la más absoluta franqueza de palabra (parresía), no cesaron de criticar a los hombres muelles, ni de exhortarlos a que llevaran una vida virtuosa. Se hicieron también de un género literario propio (kynikòs trópos), denominado “serioburlesco” o “seriocómico” (spoudogéloion) porque utilizaba la risa como vehículo de lo serio, para así llegar más fácilmente a sus interlocutores y poder extirpar los errores que se asentaban en el alma. La versatilidad que le permitía a este género adoptar variadas formas literarias hizo que la influencia y alcance de la filosofía cínica en la literatura no tuviera precedentes. En los últimos tres decenios se ha venido suscitando un resurgimiento del interés por el cinismo antiguo.

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