lunes, 4 de marzo de 2019

TOTALITARISMO

“Donde se queman libros se terminan quemando también personas".

Heinrich Heine




Desde el periodo de posguerra, y sobre todo a partir de los años setenta, el concepto de “totalitarismo” tuvo mucha difusión en los círculos académicos y la prensa, a partir de los años noventa se replicó en todo el mundo, hasta ser incluido en los programas escolares de Historia de la mayoría de los países que, hoy, conforman la Organización de Cooperación y de Desarrollo Económico (OCDE), sobre todo en los países occidentales. Este concepto tiene la pretensión de poder caracterizar a un cierto tipo de régimen sociopolítico que hace referencia a todo aquello que se origine o tenga una connotación que agrupa lo social, con lo político. Representa el cruce de dos ciencias, la sociología y la política, estudiando así los fenómenos, aplicaciones y estructura de la política generada desde una perspectiva social. Hoy se ha vuelto en una verdad absoluta y eterna en contra de la cual todo intento de crítica es considerado como una herejía, como un atentado a la razón y al sentido común o a la Democracia. La ortodoxia académica se ha encargado de excomulgar a cualquiera que se atreviese a dudar de los fundamentos de su dogma. Así se le denomina al siglo XX, como “El siglo de los totalitarismos”, al que sería opuesto el siglo de la “Globalización”, del “fin de la historia”, tanto teorizado por los intelectuales burgueses como Francis Fukuyama.


Obviamente el concepto de “totalitarismo” no es neutral, sino que corresponde a una cierta visión burguesa de la sociedad, de la política y de la cuestión de la libertad y del Estado. Hoy, cualquier Estado que use la violencia, reprima, publique una ley en contra de los migrantes, etc. puede ser calificado de “totalitario” o de fascista, es decir el concepto, con base en las características que presenta, puede ser usado para calificar a todos los Estados de todo el mundo y para todos los tiempos.

Se  destaca por ser un sistema en los cual un núcleo acotado tiene la totalidad del poder político, y a su vez éste se extiende a la totalidad de las esferas de la vida humana. Esta no es una acotación menor, históricamente las sociedades han generado por sí solas divisiones dentro de los gobiernos por un lado, y entre los gobiernos y otras esferas de sí mismas por el otro. Los totalitarismos son gobiernos con la capacidad y la intención de suprimir esas barreras de forma permanente.
El totalitarismo entra a la historia humana en el primer tercio del siglo XX, como observación de las prácticas de ciertos gobiernos muy específicos. Aunque es cierto que esos gobiernos a su vez tuvieron varias semillas en pensadores e ideólogos del siglo XIX, no existió ningún régimen totalitario hasta bien entrado el siglo XX. Esto no significa que no haya habido planteos similares al totalitario previo a la era contemporánea. Ese es sin duda un tema que merece varias investigaciones aparte. Sin embargo, existen razones específicas por las cuales la acotación temporal del totalitarismo es muy clara.

Una aproximación totalitaria a la sociedad está, por definición, enemistada con el minimalismo y el individualismo del liberalismo. De hecho, los sistemas totalitarios son el rechazo más polar que se conoce a la democracia como sistema de gobierno. La democracia o poliarquía, en su versión moderna, proviene del liberalismo, cuyas filiaciones son racionalistas, universalistas e iluministas. Las construcciones ideológicas que impulsan el totalitarismo, en cambio, se sostienen en planteos románticos, particularistas, nacionalistas e intuicionistas.

El totalitarismo se destaca por su supresión muy disciplinada de las libertades y derechos humanos. Estos van desde el derecho a la vida de los “indeseables”  definidos ideológicamente, hasta las libertades de expresión, asociación, reunión, desplazamiento, apariencia personal, y más. El libre ejercicio de ellos es la principal amenaza para estos regímenes, que por lo tanto solo los suprime con ferocidad. Este hecho, aunque pueda resumirse en pocas palabras, no deja de ser trascendental.
En una sociedad totalitaria, nadie puede ejercer libremente esas libertades, ni siquiera los miembros, el totalitarismo altera las reglas mismas de la vida en sociedad y lo que constituye ser un ciudadano. No se aplican más las limitaciones al poder político, ni la separación de éste en ramas ni la consecuente tolerancia social de la diversidad. En el totalitarismo no existen órganos a los cuales un ciudadano puede peticionar para ser resarcido por los actos de intolerancia del propio gobierno o de terceros.


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