“Somos nuestra memoria, somos ese museo quimérico
de formas
cambiantes,
ese montón de espejos rotos.”
Jorge Luis Borges
Desde siempre la memoria ha sido objeto de la atención de filósofos, sociólogos, psicólogos, médicos, investigadores, etc. por ser un atributo fundamental de la mente humana. Se la describía como una de las potencias del alma, pero se la dejaba a un lado de la investigación científica que se centraba más en la atención, la percepción y el lenguaje. Para estas actividades se iba buscando una localización cerebral, siguiendo los descubrimientos de Broca que en 1861 describió cómo las lesiones que se producían en el lóbulo frontal del lado izquierdo del cerebro producían trastornos específicos del lenguaje. Vendría después la búsqueda afanosa de la localización de diversas funciones mentales que dio lugar a las fantasías de la frenología y a las descripciones de la predisposición a la criminalidad de Lombroso. Se discutía si la memoria era una capacidad mental particular o únicamente la capacidad auxiliar de otros procesos mentales.
¿Está
localizada en un sitio determinado como la visión, el lenguaje o el olfato?
Durante
bastante tiempo muchos psicólogos, principalmente norteamericano se resistían a
creer que las investigaciones neurofisiológicas pudieran ser útiles para el
estudio de la conducta humana. La llamada escuela conductista centró sus
observaciones en el estudio de la conducta de los organismos y su relación con
el entorno. Fue el psicólogo canadiense Donald Hebbe el que mediante
experimentos en animales fue describiendo las bases neurofisiológicas del
aprendizaje y de la conducta, la transmisión sináptica de los impulsos y sus
modificaciones confirmando así las ideas geniales de Cajal.
El
primero en demostrar que algunos de los procesos de memoria están localizados
en el cerebro fue el neurocirujano canadiense Penfield al operar enfermos con
epilepsia temporal. Desde entonces los conocimientos neurofisiológicos han
avanzado considerablemente sobre todo en la pasada década del estudio del
cerebro patrocinada por el gobierno norteamericano desde 1990. La genética, la
biología molecular y las modernas técnicas de diagnóstico de imagen han
impulsado considerablemente nuestros conocimientos sobre la memoria y sus bases
neurofisiológicas. En la actualidad se están produciendo considerables avances
en el conocimiento de las causas y mecanismos de muchas enfermedades
neurodegenerativas como la enfermedad de Alzheimer, una demencia con graves
alteraciones de la memoria y de la conducta de extraordinaria importancia para
la humanidad por los graves y numerosos problemas que plantea.
Así
empezaba Marcel Proust su famosa novela En Busca del tiempo perdido: “El sabor
de la magdalena suscitó un vivo recuerdo de su infancia que volvía después de
estar olvidado mucho tiempo”. La memoria es difícil de definir. La Academia
Española la incluye como "potencia del alma por la cual se retiene y
recuerda el pasado". Es un proceso mnésico por el cual se incorporan hechos,
acontecimientos, conocimientos, etc. a nuestra mente para ir formando nuestra
personalidad. El aprendizaje es parte de este proceso, la entrada de la
memoria, la cual a su vez influye sobre el aprendizaje. Al final de la memoria
están los recuerdos, es decir, el almacenamiento de lo que se ha percibido,
vivido o sentido y que podemos evocar con la activación del recuerdo.
Aprendizaje,
memoria y recuerdos están estrechamente unidos y con frecuencia se confunden en
una terminología común. La memoria es un proceso dinámico de dos vías: una es
el almacenamiento de sensaciones, sentimientos, cosas que hemos percibido, que
hemos vivido consciente o inconscientemente. La otra vía es la de la
recuperación de los recuerdos que activamos y actualizamos para usarlos en un
momento determinado, para vivirlos al lado de otra percepción que extraemos de
la realidad del momento en el que nos encontramos. La memoria es la base de
nuestra personalidad. Somos lo que hacemos, lo que decimos, lo que nos pasa.
Somos en cada momento la memoria de nosotros mismos.
Clases
de memoria.
Los
organismos animales adaptan su conducta a las condiciones ambientales del medio
en que viven. Una parte de esa conducta está determinada genéticamente por las
fuerzas selectivas de la evolución pero el modo más importante de adaptación de
los seres vivos es el aprendizaje que determina en todo momento la conducta que
debe adoptar frente al mundo exterior. El aprendizaje produce modificaciones
plásticas en el sistema nervioso con lo que se establecen pautas duraderas en
la conducta de los organismos. Lo que aprendemos queda retenido y almacenado en
nuestro cerebro a través de la memoria, por lo que hay que considerar como
elementos básicos de la vida animal la constitución genética, el aprendizaje y
la memoria íntimamente unidos en la conducta y adaptación al medio ambiente. En
el ser humano se han señalado distintos tipos de memoria que esquemáticamente
se agrupan en dos grandes apartados: memoria perceptiva y memoria motora. La
memoria perceptiva es la que recoge información del medio en que se vive y la
incorpora en la memoria a corto plazo para ser usada inmediatamente o bien la
guarda en la memoria a largo plazo de forma prolongada, a veces durante toda la
vida del individuo de donde es extraída mediante el recuerdo. La memoria motora
comprende el repertorio de actividades motoras de la conducta que en una parte
son innatas, condicionadas por la constitución genética pero que en su mayoría
han sido aprendidas por la práctica, por la reiteración y el perfeccionamiento
progresivo de los movimientos a los fines propuestos (andar, comer, escribir,
nadar, conducir un vehículo, etc.).
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