La misofonía es una alteración cerebral que provoca que
disminuya nuestra tolerancia hacia sonidos como por ejemplo comer, oler,
sonarse, o algunos repetitivos como el de hacer “click” con el bolígrafo o el
ratón.
Los síntomas de misofonía suelen comenzar a edades
tempranas. La media de edad está en los 12 años, aunque hay casos en los que
empiezan a los 5.
A todos en ciertos momentos, sobre todo si estamos
especialmente sensibles a los sonidos, nos puede molestar el ruido de los demás
al comer. Sin embargo, a las personas con misofonía las reacciones hacia estos
sonidos pueden llegar a ser muy extremas, desde una rabia incontrolada, hasta
una reacción fóbica.
Esta sensibilidad a ciertos sonidos puede tener efectos muy
negativos en la vida de la persona, provocando problemas en la vida diaria. Las
interacciones con personas cercanas pueden volverse tensas y difíciles. Los
efectos de este trastorno pueden ser muy dañinos para la red de apoyo de esas
personas, provocando aislamiento social en el intento de huir de situaciones
problemáticas.
Según un estudio, cerca del 20% de personas de una muestra de
universitarios tenían síntomas clínicos de misofonía, y además se relacionaban
con ansiedad, depresión y trastorno obsesivo compulsivo.
La primera vez que fue nombrada la misofonía fue en el 2000
por un equipo de otorrinolaringología. Sin embargo, durante mucho tiempo se ha
tenido dudas acerca de si es un trastorno real en sí mismo.
No ha sido, hasta hace unos pocos meses, cuando se ha visto
que el cerebro de personas con misofonía, realmente, tiene un
funcionamiento diferente al del resto de personas. En un estudio, publicado en febrero de 2017, se
ha visto que tienen anormalidades en sus mecanismos de control emocional, que
provoca que su cerebro reaccione exageradamente al oír dichos sonidos. Estos,
además, evocan respuestas fisiológicas como aumento de la tasa cardiaca y la
sudoración. Esto no ocurre en el resto de personas sin este trastorno.
Para este estudio, se llevaron a cabo resonancias magnéticas
del cerebro de personas con y sin misofonía mientras escuchaban varios tipos de
sonidos. Los sonidos se dividieron entre neutros (lluvia, agua hirviendo, voces
de personas…), desagradables (bebé llorando, persona gritando) y luego los
sonidos detonantes (respiración o comer). Los resultados mostraron que al
presentar los sonidos detonantes, las personas con misofonía mostraban una
actividad distinta a los que no tenían esta condición. Al escuchar los otros
sonidos, no hubo diferencias entre los dos grupos.
Se ha visto que en personas con misofonía, al escuchar uno
de los sonidos detonantes se produce un gran aumento de la actividad de
una zona del cerebro llamada
ínsula anterior, que se encarga de procesar las emociones y conecta nuestros sentidos con
nuestras emociones.
También es clave para la percepción de estados corporales
internos (interoceptivas).
La ínsula está más fuertemente conectada con ciertas áreas
encargadas de procesar y regular las emociones (como el hipocampo, la amígdala y áreas del lóbulo
frontal).
Además, a través de unos cuestionarios, descubrieron que
estas personas también perciben su cuerpo de forma diferente, lo que concuerda
con la actividad anormal de la ínsula. Son más sensibles y más conscientes de
sus sensaciones corporales internas. Sin embargo, no se puede determinar que
esta sea la causa o la consecuencia de la intolerancia a ciertos sonidos.
Una paciente comentó a su médico “mi escudo es la música, llevo
puestos los auriculares todo el tiempo con música, incluso si no tengo la música
puesta, simplemente para estar lista si algún ruido me molesta. Para mi es la única
protección”
“no suelo decirle a la gente que tengo misofonía porque no
todo el mundo es empático. Espero que la medicina avance lo suficiente como para
encontrar tratamiento, pero lo que realmente me gustaría es que la gente
supiera más de esta condición y se mostrara más comprensiva.”
“Si simplemente pudiera pedirle a alguien que está sentado a
mi lado en el teatro: disculpa ¿te importaría tratar de no hacer ese ruido?
Tengo una misofonía, y que me digan: claro, lo siento mucho. Eso es lo que
espero, más allá de un tratamiento, solo poder tener esa discusión con alguien
que no me haga sentir como un bicho raro.
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