sábado, 2 de febrero de 2019

CÓMO RECONOCEMOS UN ROSTRO

“Cuando estás enamorado de alguien,
 estás enamorado de su rostro y se convierte en un rostro
 que no se parece a ningún otro.”

Milan Kundera


Los seres humanos utilizamos una infinita cantidad de señales sociales para comunicarnos. Evidentemente, el rostro es uno de los que más valor de reconocimiento y comunicación aporta al lenguaje visual.

El rostro de una persona nos informa
Edad
Género
Raza
Ánimo
Emoción
Fiabilidad
Honestidad
Congruencia
Carácter
Reacciones
Interés
Etc.



El cerebro humano procesa las expresiones faciales en menos de 40 milisegundos, por esto el reconocimiento de las caras humanas es una de las habilidades visuales más esenciales, exactas y también una de las más practicadas.
Por supervivencia, nuestro cerebro ha desarrollado un área altamente especializada para esta tarea que es conocida como el área fusiforme, la que se localiza en regiones de procesamiento visual y se activa cuando tratamos de procesar información relacionada con la cara.

El procesamiento emocional es inconsciente, y para ello nos apoyamos en una estructura subcortical que es la amígdala (la amígdala esta casi en el centro del cerebro). La amígdala juega un papel fundamental en las decisiones basadas en emociones, incluyendo la activación de nuestra respuesta fisiológica y psicológica al miedo. El procesamiento de las caras es fundamental para saber sí podemos confiar o no en persona.


Estudios, resonancias magnéticas
Cuando “flasheaban” caras durante 33 milisegundos (lo que dura un parpadeo), se activaba primero la amígdala iniciando una respuesta emocional y más tarde se activaba la corteza visual en el área fusiforme provocando la respuesta consciente.

Área fusiforme es la zona del cerebro donde se produce el análisis selectivo de los rostros.  Cuando procesamos las caras, la expresión de los ojos es lo primero que analizamos, después la boca y al final la nariz.
Los ojos son los que nos dan la mayor información acerca del estado emocional.
La emoción que más fácil y rápido detectamos es la del miedo.
Las expresiones de felicidad son más lentas porque indica tranquilidad, poca amenaza, lo que desde el punto de vista evolutivo señala que nos podemos relajar y no necesitamos prestar atención tan rápido.
La vista es uno de nuestros sentidos más complejos. De hecho ocupa aproximadamente el 70% de la capacidad del cerebro cuando miramos (más que cualquier otro sentido) por esto cuando queremos concentrarnos en otro sentido, tendemos a cerrar los ojos, de esta forma aliviamos la carga del cerebro y así dejamos disponibilidad de procesamiento para los otros sentidos. Por ejemplo cuando queremos escuchar con atención alguna música en particular y degustar algún alimento, tendemos a cerrar los ojos.

Cuando salimos a la luz del día, la luz entra en el ojo a través de la córnea y las pupilas, lo que captan los ojos son formas compuestas de colores, degradé y todos los componentes que la visión nos permite. Esta luz pasa por la pupila y el cristalino, se enfoca atrás del globo ocular en la retina, hasta ahí son formas inentendibles, “solo es visión” que al igual que una cámara fotográfica solo trasmite luz. Desde aquí es dónde sucede la parte más sorprendente: las imágenes se reproducen al revés en la parte trasera del ojo (en la retina) y es donde la señal de luz se transforma en impulso eléctrico que viaja por los nervios ópticos hasta la zona de la visión en el cerebro (corteza visual).
La imagen llega al revés a la “corteza visual” (que está en la parte trasera del cerebro, en el sector de la nuca) es la zona de procesamiento de la visión y es ahí donde nuevamente se da vuelta la imagen para que no veamos el mundo al revés.
Una vez que la información llega a la corteza visual es captada y la corteza visual le dará sentido a la imagen, como por ejemplo nos permite la percepción real de aspectos fundamentales como la distancia, el color, la forma, la profundidad o el movimiento, y finalmente para darles un sentido conjunto.
Pero aunque este sistema es maravilloso, aun no podemos distinguir las caras, solo las vemos como si miráramos a las graderías de atiborradas de gentes en un estadio. Para poder discriminar entre un rostro y otro, entre uno conocido y otro o reconocer una cara, la información es analizada por área fusiforme, la que se localiza en regiones de procesamiento visual y se activa cuando procesamos la información para detectar rostros.
No te ha pasado que alguna vez que miras a una persona y no la reconoces?

No puedes decir que no la ves, tampoco que no le ves la cara. Lo que sucede es que tu área fusiforme (área de procesamiento de caras) ha quedado en Stand by, necesita más información para el reconocimiento igual como que cuando el celular queda pegado. 


Efecto razas cruzadas
Se denomina “efecto de raza cruzada” a la tendencia de reconocer con mayor facilidad a miembros de nuestra propia etnia o raza.
En general los seres humanos somos muy hábiles reconociendo rostros, pero con la notable excepción de las caras de personas de otros grupos étnicos. Nuestro cerebro es mejor decodificando las características únicas de una cara cuando la persona pertenece a nuestro mismo grupo étnico, lo que hace difícil para nosotros identificar rasgos faciales específicos de personas de otras razas y grupos étnicos.
A medida que crecemos vamos relacionándonos con muchas personas, estaremos siempre alimentado a nuestro cerebro con lo que entra por los sentidos, en particular la vista, así aprendemos a reconocer emociones y estados anímicos de los otros,  además nos miramos al espejo prácticamente a diario, desarrollamos de esta forma una estrategia de reconocimiento y análisis facial rápida y con los suficientes “atajos cerebrales” para no gastar tanta energía mental.
El cerebro siempre está tratando de establecer pautas de pensamiento, de tal manera de crear caminos directos y suponer lo obvio, esta es una facultad de la cual se valen los magos e ilusionistas para engañar a nuestro cerebro.


Esta característica cerebral es muy importante cuando se establecen relaciones interpersonales. 
El año 2002 se realizo el siguiente experimento en una universidad de Estados Unidos:
Se seleccionaron 20 voluntarios varones y 20 mujeres.
Previamente se público las caras de cada uno de los voluntarios y voluntarias para ser analizados según su atractivo, la nota iba de 1 a 10, siendo 1 el menos y el 10 el más atractivo, fueron evaluados por más de 1000 estudiantes, los hombres fueron evaluados por mujeres y viceversa.
Después a los 40 voluntarios y según los resultados de su atractivo se les vistió completamente de negro, dejando solo la cara al descubierto y en sus cabezas un cintillo con el número que le habían asignado los 1000 estudiantes.



El experimento consideraba que nadie sabía su propio número, pero si podían ver el numero en la frente de los otros. Se les pide que se mezclen y elijan a las personas del otro sexo que les parezcan más atractivas.
Los resultados sorprendieron, los varones considerados más transactivas y buscaron parejas femeninas también consideradas las más atractivas, se relacionaron los números más altos. El mismo patrón se dio con los números medios y a su vez también con los números bajos.

Entre las conclusiones científicas se estableció que en general estamos tan habituados a analizar a las personas según nuestros propios patrones de reconocimiento, que nos es más fácil coincidir con rostros que de alguna manera tienen componentes más reconocibles por nosotros mismos y que vemos diariamente.
Por lo mismo la diversidad étnica nos hace relacionarnos con diversas características y empatizar con personas que agregamos a nuestro círculo de convivencia diaria.

Otra conclusión fue que por la misma razón vemos a todos los chinos iguales. Pero en realidad no son iguales, por ejemplo entre los asiáticos reconocen a los japoneses porque tienen los ojos más grandes que los chinos o coreanos. Los japoneses tienen su boca más ancha y los labios más finos.

Lo mismo le pasa a los asiáticos, pare ellos un chileno, un peruano o un venezolano por ejemplo no evidencia mayor diferencia de fisonomía.

El efecto razas cruzadas refleja una especialización muy precoz en el reconocimiento facial.  A los tres meses, todos los bebés pueden identificar todos los rostros indistintamente, pero a los nueve meses han perdido esta capacidad y clasifican los rostros con características distintas dentro de una misma categoría. El cerebro se especializa muy pronto para procesar únicamente en detalle las señales más familiares, las personas tendemos a evaluar y juzgar a los miembros de nuestro propio grupo como mejores y más justos que los miembros de otros grupos. El significado del grupo se puede referir a la familia, compañeros de equipo en un equipo de fútbol, compañeros de clase y también diferentes razas y etnias.
Las dificultades para reconocer a personas de otras razas se debe más a una falta de convivencia con ellas que a sus características físicas y antropológicas. Distinguimos a los individuos de otros grupos étnicos en proporción a nuestro conocimiento y nuestro contacto con el grupo en su conjunto. Esto favorece la ilusión perceptiva que nos hace pensar "que todos se parecen entre sí o que son todos iguales". Al no convivir con ellos, no estamos habituados a reconocer a gente con esos rasgos faciales, no estamos entrenados para ello, nos cuesta un poco distinguir emociones.


Cuanto más interaccionamos con esos grupos étnicos empezamos poco a poco a desarrollar estrategias que nos permiten reconocer mejor ese tipo de caras. Pero aunque un occidental viviera en un barrio chino, seguiría sin distinguirles si no se relaciona con ellos. Para ello deben formar parte de nuestro entorno personal, de nuestra vida; debemos conocerlos y esforzarnos por distinguir entre uno y otro, pero como normalmente no tenemos esa necesidad de acercamiento los acabamos igualando a todos en un proceso que en psicología se llama estereotipia, un mecanismo muy común al que recurrimos porque no podemos asimilar toda la información al mismo nivel de especificidad.


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