viernes, 22 de febrero de 2019

EL PATIO 29 - CEMENTERIO GENERAL DE SANTIAGO

“¡Qué espanto causa el rostro del fascismo! 
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin importarles nada.” 

Víctor Jara

“Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, 
rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, 
equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.” 

Bertolt Brecht



El Patio 29 solía destinarse a la sepultación de indigentes, pacientes psiquiátricos y personas que morían sin ser identificadas (NN). Sin embargo, entre septiembre de 1973 y enero de 1974, sus tumbas se utilizaron para ocultar como NN a víctimas de la represión.

La memoria es uno de los mecanismos de reconstrucción cultural que posibilita entender la gestación de la identidad colectiva.



El cuerpo-muerto ha estado ausente de su contexto: el gobierno chileno ha serializado el Patio 29 y lo ha separado de su condición original: el asesinato. La muerte dada a ciudadanos, por organismos de Estado, con el fin de silenciar y homogeneizar un panorama político agitado por la caída del gobierno de Allende, sigue la misma y acostumbrada línea narrativa de la derecha. Se priva de vida para privatizar la historia.




La historia, la política, el derecho, el recuerdo y el cuerpo se han dado lugar en la institucionalización de lo privado. La individualización de la ciudadanía ha quedado al margen de la ciudad; y la ciudad al margen de su constitución. Los restos que conforman el Patio 29 son cuerpos sin nombre, sin identidad, sin historia, que fueron encontrados en las orillas del río Mapocho, del Canal San Carlos y en otros lugares Públicos. El cuerpo-muerto encontrado-exhibido es el que se degeneró en el campo de lo político, pues es el cuerpo del delito de un aparataje estatal que se cimentó sobre la muerte del padre. Una legislación que se erige sobre el asesinato donde éste no constituye su tabú, sino su agenda política.



Lo desaparecido como la huella de la crueldad, es también lo desaparecido del origen. No de nuestra historia como pueblo Latinoamericano sino como pueblo chileno, como una nación que es capaz de darse nacionalidad, identidad, derechos y ciudadanía política.
En el caso del Patio 29 ya no se trata de buscar a los desaparecidos, porque “lo” desaparecido esta “ahí”: los cuerpos están. Lo que hay que buscar son sus nombres, la singularidad de la historia suprimida por la violencia totalitaria. Así tiene sentido atestiguar el nuevo estado de lo desaparecido: se trata de Desaparecer lo Desaparecido. Esto es la multiplicación de lo ausente como la condición de subsunción de un vacío histórico. No es un vacío como nada, sino que es un vacío con cuerpo; ésta es la condición primordial de “humanidad” que se da luz en la multiplicación de su desaparición. La multiplicación de lo desconocido, lo anónimo y lo sacrificado conforma el tejido político sobre el que se elevan discursos democráticos que prescinden de estas identidades para conformar sus planes de gobierno.



La condición de despojo, de ser un resto mortal, es también la condición de ser sobra y resto; lo que ha quedado de los accidentes, el vestigio del paso del tiempo, el vestigio del botín de los vencedores. El otro lado de la historia es el no-saber, el relato incapaz de reconocerse como tal, ya que éste pertenece a la categorización del vencedor, de aquel que se construye y se sirve del despojo para erigir un monumento, una constitución, una nueva época; una nueva temporalidad.
El asunto asumido como la necesidad de mera “reivindicación sentimental”, es lo que ha hecho que, hoy por hoy, el Patio 29 sea el caso de unos pocos, de los menos, de los afectados y deudos. El resto padece la desafección. El resto, en este caso, no es el cuerpo muerto, aún ciudadano, sino el cuerpo vivo de los ciudadanos que no saben que es hacer ciudadanía.


Este no saber del cuerpo-muerto  va de la mano con el no saber del cuerpo vivo. Y ambas conforman lo que se ha llamado la “memoria de la deuda“. La deuda regresa una y otra vez con más fuerza emocional y violencia. Y regresa precisamente porque no se es capaz de recordarla. Porque no hay como atajarlo en la palabra, ni en el discurso, ni en la historia. Por tanto, no hay cómo impedir la conformación un “hoyo negro” en donde “todo quepa”, donde todo lo imaginable tenga su lugar.
La ciencia ya no va a poder identificarlos; si no puede ella, no puede el sistema judicial, y tampoco el Estado. El poder del Estado está apoyado, entonces, en el poder de la ciencia y en la tecnología como condición de exactitud en el cálculo sobre lo material. El horizonte, luego, de este Estado, no es más que el cálculo aproximado de una teoría que idealiza a su contingencia, a su historia y a su cuerpo político. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario