“¡Qué espanto causa
el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera sin
importarles nada.”
Víctor Jara
“Estar contra el
fascismo sin estar contra el capitalismo,
rebelarse contra la barbarie que nace
de la barbarie,
equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.”
Bertolt Brecht
El Patio 29 solía destinarse a la sepultación de indigentes,
pacientes psiquiátricos y personas que morían sin ser identificadas (NN). Sin
embargo, entre septiembre de 1973 y enero de 1974, sus tumbas se utilizaron
para ocultar como NN a víctimas de la represión.
La memoria es uno de los mecanismos de reconstrucción cultural
que posibilita entender la gestación de la identidad colectiva.
El cuerpo-muerto ha estado ausente de su contexto: el gobierno
chileno ha serializado el Patio 29 y lo ha separado de su condición original:
el asesinato. La muerte dada a ciudadanos, por organismos de Estado, con el fin
de silenciar y homogeneizar un panorama político agitado por la caída del
gobierno de Allende, sigue la misma y acostumbrada línea narrativa de la
derecha. Se priva de vida para privatizar la historia.
La historia, la política, el derecho, el recuerdo y el cuerpo se
han dado lugar en la institucionalización de lo privado. La individualización
de la ciudadanía ha quedado al margen de la ciudad; y la ciudad al margen de su
constitución. Los restos que conforman el Patio 29 son cuerpos sin nombre, sin
identidad, sin historia, que fueron encontrados en las orillas del río Mapocho,
del Canal San Carlos y en otros lugares Públicos. El cuerpo-muerto
encontrado-exhibido es el que se degeneró en el campo de lo político, pues es
el cuerpo del delito de un aparataje estatal que se cimentó sobre la muerte del
padre. Una legislación que se erige sobre el asesinato donde éste no constituye
su tabú, sino su agenda política.
Lo desaparecido como la huella de la crueldad, es también lo
desaparecido del origen. No de nuestra historia como pueblo Latinoamericano
sino como pueblo chileno, como una nación que es capaz de darse nacionalidad,
identidad, derechos y ciudadanía política.
En el caso del Patio 29 ya no se trata de buscar a los
desaparecidos, porque “lo” desaparecido esta “ahí”: los cuerpos están. Lo que
hay que buscar son sus nombres, la singularidad de la historia suprimida por la
violencia totalitaria. Así tiene sentido atestiguar el nuevo estado de lo
desaparecido: se trata de Desaparecer lo Desaparecido. Esto es la multiplicación
de lo ausente como la condición de subsunción de un vacío histórico. No es un
vacío como nada, sino que es un vacío con cuerpo; ésta es la condición
primordial de “humanidad” que se da luz en la multiplicación de su
desaparición. La multiplicación de lo desconocido, lo anónimo y lo sacrificado
conforma el tejido político sobre el que se elevan discursos democráticos que
prescinden de estas identidades para conformar sus planes de gobierno.
La condición de despojo, de ser un resto mortal, es también la
condición de ser sobra y resto; lo que ha quedado de los accidentes, el
vestigio del paso del tiempo, el vestigio del botín de los vencedores. El otro
lado de la historia es el no-saber, el relato incapaz de reconocerse como tal,
ya que éste pertenece a la categorización del vencedor, de aquel que se
construye y se sirve del despojo para erigir un monumento, una constitución,
una nueva época; una nueva temporalidad.
El asunto asumido como la necesidad de mera “reivindicación
sentimental”, es lo que ha hecho que, hoy por hoy, el Patio 29 sea el caso de
unos pocos, de los menos, de los afectados y deudos. El resto padece la
desafección. El resto, en este caso, no es el cuerpo muerto, aún ciudadano,
sino el cuerpo vivo de los ciudadanos que no saben que es hacer ciudadanía.
Este no saber del cuerpo-muerto
va de la mano con el no saber del cuerpo vivo. Y ambas conforman lo que
se ha llamado la “memoria de la deuda“. La deuda regresa una y otra vez con más
fuerza emocional y violencia. Y regresa precisamente porque no se es capaz de
recordarla. Porque no hay como atajarlo en la palabra, ni en el discurso, ni en
la historia. Por tanto, no hay cómo impedir la conformación un “hoyo negro” en
donde “todo quepa”, donde todo lo imaginable tenga su lugar.
La ciencia ya no va a poder identificarlos; si no puede ella, no
puede el sistema judicial, y tampoco el Estado. El poder del Estado está
apoyado, entonces, en el poder de la ciencia y en la tecnología como condición
de exactitud en el cálculo sobre lo material. El horizonte, luego, de este
Estado, no es más que el cálculo aproximado de una teoría que idealiza a su
contingencia, a su historia y a su cuerpo político.
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