„Hay un solo espacio general, una vasta inmensidad única
a
la que podemos llamar libremente vacío:
en él están los orbes innumerables como
éste en el que vivimos y crecemos,
declaramos que este espacio es infinito, ya
que ninguna razón,
conveniencia, percepción sensorial ni naturaleza le asigna
un límite.“
Giordano Bruno
La mención a Giordano Bruno resulta ineludible para
cualquier relato de historia de la ciencia. Algunos escritores reivindican su
papel de propagador de las ideas que revolucionarían la historia del
conocimiento y otros discuten sus aportes a la evolución del pensamiento
científico. Lo cierto es que la figura de este filósofo del Renacimiento es
emblemática y sobre ello sí que no hay dudas posibles. En el haber de Bruno
cuenta una peculiar obstinación para sostener sin doblegarse ideas radicales
que iban a contramarcha de las doctrinas establecidas; un profundo sentido
religioso y respeto por el Dios creador cristiano; el esfuerzo por articular
ideas científicas modernas con antiguas tradiciones místicas; pero, también, el
atroz encierro en las cárceles de la Inquisición de Roma que privaron de
libertad durante siete años a quien defendía, justamente, la libertad y
pluralidad de pensamiento; finalmente, un horrendo desenlace con llamas
devorando su cuerpo.
Bruno es un personaje de lo más fascinante y difícil de
trazar.
Bruno es sinónimo de pasión y tragedia.
Bruno provoca pena.
Y Bruno también persigue. Porque, como asegura el escritor
de temas científicos Michael White; Bruno puede ser un fantasma cerniéndose
durante años sobre nosotros.
La escenificación de Bruno
Bruno se encamina a una muerte segura en la soledad de su
diminuto cuarto de reclusión, día a día, noche a noche, infierno tras infierno:
“allí estaba, sumido en la oscuridad mientras empezaba a dudar de sí mismo. Se
acurrucó en un rincón de su celda, intentando no percibir el hedor a cloacas y
humedad, negándose a escuchar el gotear del agua y los gritos de otros
prisioneros agonizantes en celdas cercanas (...) por un instante se precipitó
en una incontrolable espiral y notó cómo la frente se le perlaba. Un sudor
helado cubrió todo su cuerpo. Podía ver ante él el ávido rostro del inquisidor
y las llamas, siempre las llamas.
Las cenizas de Bruno fueron cayendo sobre las cornisas y los
campos cercanos. Allí la lluvia infiltró en el suelo moléculas que antes habían
formado parte de su cuerpo. Con el paso del tiempo, las moléculas fueron
disueltas y las plantas absorbieron sus átomos. Las plantas fueron comidas por
animales, y algunos de ellos terminaron llegando a las mesas de Roma y otros
lugares. Otros elementos de Bruno cayeron al agua y fueron reciclados para
mojar las caras de los bañistas y en vasos y copas. Y así, quizá, al menos en
un nivel atómico, el Papa terminó fundiéndose con el hereje después de todo.”
El argumento es extremo y endeble.
Giordano Bruno, un hombre adelantado a su época ,que propició el pensamiento crítico... La iglesia, siempre atrasada y pegada a antiguas tradiciones, lo tachó de hereje por considerar que el panteísmo propuesto por este filósofo , vulneraba todas las creencias de la época ...
ResponderEliminarEsperanzador, me parece la manera como el autor,siguiendo el curso que habrían seguido los restos de su cuerpo calcinado, habrían llegado al Papa para imbuírlo del espíritu crítico
tan necesario ayer como hoy ...