viernes, 15 de febrero de 2019

LA ÚLTIMA FRASE DE SÓCRATES

“Las almas ruines sólo se dejan conquistar mediante regalos”

Sócrates


Pero ya es hora de irse: yo a la muerte, vosotros a la vida. 
Quien después se encamine hacia un estado mejor, 
será desconocido por todos nosotros,  …”

Sócrates



Socratés. El gran filosofo de Grecia, que vivió en el siglo V antes de nuestra era, fue condenado a morir por la ingestión de un preparado  de cicuta, acusado de no reconocer a los dioses griegos y de corromper a la juventud con sus pensamientos.

Sócrates acató la sentencia, y tomó el veneno de cicuta, después de ingerirlo, anduvo por la habitación en donde estaba preso, hasta que el veneno comenzó a apoderarse de su cuerpo, cuando no pudo caminar mas, se tumbó, sus discípulos lo contemplaban sin poder hacer nada, Sócrates se tapó la cara con una sabana, pero poco antes de morir, se quito la sabana de la cabeza y le dijo a su discípulo Critón: "Le debemos un pollo a Esculapio, así es que págaselo y no te descuides."


Amanece.
La nave de Delos había arribado la víspera.
Se ha terminado la tregua sagrada, y la ejecución ya es lícita.

Los discípulos van llegando con la tristeza de saberse en el último día del maestro; la cárcel los recibe por última vez. Fedón y el bueno de Apolodoro, Critóbulo y su padre el rico y generoso Critón, Hermógenes y Epígenes, el cínico Antístenes, que tanto aprenderá en ese día; Ctesipo y Menéxeno, Simias , Cebes y Fedondas, los tres tebanos; Euclides y Terpsión, megarenses ambos, y el primer creador de esa escuela que sirvió de cenáculo a los socráticos en el momento de miedo y cobardía que siguió a la muerte del maestro. Todos están allí. Faltan tal vez algunos cobardes, y Platón está enfermo y no ha podido acudir.

Sócrates está desatado, pues en su último día el reo recibe consideraciones especiales. Se frota la pierna, dolorída por las cadenas que ha soportado todo el tiempo que en la prisión ha tenido que esperar a la ejecución de la sentencia. Su mujer Xantipa, sentada junto a él, prorrumpe en gritos al ver entrar a cada grupo de los amigos. Son esos gritos que en los países mediterráneos se oyen siempre, sin ningún pudor, en los entierros: «¡Ay, Sócrates, que es la última vez que hablas! ¡Ay, que por última vez ves a tus amigos!»
Sócrates no puede sufrirlo más y le ruega a Critón, que como hombre rico que era se habría hecho acompañar de sus esclavos, que se lleven a la infeliz Xantipa, la cual tenía: dice Platón, a su hijo más pequeño en brazos. Hay que observar que esta conducta no era entonces tan dura como nos parece a nosotros, ya que la mujer distaba de estar a la misma altura social que el marido, y, por otra parte, bastaba con que los amigos llegasen para que la mujer desapareciera, conforme a la costumbre en Atenas.
Se retiró la mujer, conducida por los esclavos de Critón. Sócrates comienza sus últimos razonamientos.

Sócrates se incorporó en su asiento, apoyó los pies en el suelo y después de tender, con su habilidad de siempre, las redes de que usaba para llevar la conversación adonde quería, comenzó a exponer su doctrina.
Se trataba de no confundir la buena disposición con que el filósofo debe ir al encuentro de la muerte, con el suicidio. No en vano Sócrates moría en un punto en que el despego del vivir podía convertirse en una peligrosa epidemia. Era necesario llenar la vida de espontaneidad religiosa, para que no venciese la muerte.
Es probablemente el Sócrates histórico el que en nombre de la religión tradicional se opone al misterio que dice que el cuerpo es una cárcel o tumba del alma, y que lo mejor que podemos hacer es huir de ella y buscar la verdadera resurrección y libertad. Es ética tradicional, vieja religión, lo que Sócrates en Platón toma del pitagorismo y enarbola como razón suprema.

Los dioses (dice) son nuestros amos; nosotros somos tan suyos como si fuéramos su rebaño y ellos nuestros pastores. No podemos, pues, disponer de nosotros mismos ni hacernos daño.
Era en la religión heredada donde Sócrates buscaba la razón suprema para resistir a la desesperación que iba a invadir el alma antigua. Y esto, sin dejar de afirmar, desconcertadamente, que el filósofo debe acudir gozoso a la muerte. Sus discípulos no comprenden todavía bien las dos cosas: si la muerte es deseable, ¿por qué no buscarla? si no lo es, ¿cómo se explica la serenidad ante ella?
Sócrates estaba allí, como en todo lo demás de su vida, en un equilibrio tan difícil, que resultaba incomprensible aun para sus más fieles discípulos. En el fondo, su filosofía consistía esencialmente en ese desprecio del instinto que nos liga desesperadamente a la vida.

Sócrates acató la sentencia, y tomó el veneno de cicuta, después de ingerirlo, anduvo por la habitación en donde estaba preso, hasta que el veneno comenzó a apoderarse de su cuerpo, cuando no pudo caminar mas, se tumbó, sus discípulos lo contemplaban sin poder hacer nada, Sócrates se tapó la cara con una sabana, pero poco antes de morir, se quito la sabana de la cabeza y le dijo a su discípulo Critón:” Le debemos un pollo a Esculapio, así es que págaselo y no te descuides.”
“Pero ya es hora de irse (dice Sócrates): yo a la muerte, vosotros a la vida. Quien después se encamine hacia un estado mejor, será desconocido por todos nosotros,…”



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